Hace tiempo existe una pujante agrupación llamada “Democracia UNAM” (que, según informa el portal Revolución Tres Punto Cero, está “conformada por el Dr. John Ackerman y más de 100 académicos”) que no sin devanarse el seso, sometiéndolo al rigor de la afilada dialéctica y humedeciéndolo en el diáfano bebedero de la justicia, ha llegado a una conclusión preclara: “En todo el país los universitarios, los estudiantes y los maestros se encuentran en pie de lucha. La Máxima Casa de Estudios no puede quedarse atrás.”

Con objeto de que, a pesar de ser máxima, esa Casa de Estudios también se encuentre en pie de lucha y no se rezague —corriendo de ese modo el riesgo de ya no ser máxima— “Democracia UNAM” convocó a todos los estudiantes y académicos y trabajadores de la UNAM a “Abrir todos los espacios necesarios para que se dé inicio a un proceso que permita la transformación de las estructuras, la gestión interna y la proyección pública de nuestra universidad.”

Es decir, que si la UNAM quiere seguir siendo máxima debe transformarse en algo que sea aún más máximo que lo máximo (una especie de máximo plus), para lo cual basta, primero, con “abrir todos los espacios necesarios”. Hasta ahí, la cosa es relativamente sencilla: hay que ubicar con todo detenimiento unos espacios. Una vez ubicados, se procede con todo detenimiento a observar su comportamiento con el objeto de abrirlos, si están cerrados o, en caso de estar abiertos, no abrirlos más.

Una vez abiertos los espacios necesarios, procede aplicar puntualmente la ciencia social para lograr un adecuado análisis del que pueda deducirse si estos espacios abiertos son “necesarios” o, en su defecto, son innecesarios. Si el análisis determina objetivamente que los espacios sí están abiertos y sí son necesarios, se ingresará a la siguiente etapa, la que consiste en que “se da inicio a un proceso”.

Para dar inicio a un proceso, es menester, primero que nada, atrapar uno. Ya en posesión del proceso hay que verificar que no esté iniciado, es decir, asegurarse de que sea un proceso inerte, o quieto, o adormilado o, por lo menos, paralítico. Sólo así será posible iniciarlo pues, como lo demuestra la observación empírica, cuando un proceso ya está iniciado, iniciarlo es redundante.

Iniciado que ha sido el proceso en el espacio necesario y abierto, lo que procede ahora es lograr que “permita la transformación”. Esta es una parte especialmente delicada de la ciencia social pues muchas veces ha sucedido que, cumplidos al pie de la letra los pasos previos, resulta que el proceso que se consiguió atrapar es uno de esos que no permiten nada, y mucho menos una transformación; uno de esos procesos necios, retobones, conformistas y, en una palabra, indignos. Pero si el proceso que se logró atrapar, en cambio —luego de medirlo y pesarlo, contar si tiene todos los deditos y si respira con normalidad y si tiene doctorado en ciencias sociales, etcétera— es uno de los que sí permiten la transformación se habrá dado un gran paso.

Es entonces cuando, por fin, se dan las órdenes pertinentes al proceso para que se lance a buscar, encontrar y atrapar las estructuras, la gestión interna y la proyección pública de la Máxima Casa de Estudios. Y, apenas lo haga, convocar al inicio del arranque del comienzo de la detonación que catapulte a la Máxima Casa de Estudios hacia la meta de convertirse en una Ultra Máxima Casa de Estudios.

Suena complicado. Lo bueno es que hubo otra opción, más pragmática y sincera, para ponerse en pie de lucha y no quedarse atrás y dejarse de boberías. Fue la ruta por la que optó finalmente el líder de “Democracia UNAM”: proponer que la UNAM se declarase “territorio en rebeldía” y ponerla a las gentiles órdenes de Andrés Manuel López Obrador y el partido de su propiedad, MORENA, y sus aliados de la CNTE.

Y listo.

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