Los cambios de secretarios de Estado abren la oportunidad, a cualquier gobierno, de renovarse, de plantear nuevas rutas, de enderezar el timón y en ocasiones de inyectar aire fresco a sus filas. Dos de las secretarías más importantes del gobierno federal cambiaron ayer a sus titulares: la de Hacienda y la de Desarrollo Social. En la primera dejó el cargo Luis Videgaray y llegó José Antonio Meade procedente de la Sedesol, que encabezará ahora Luis Enrique Miranda Nava, ex subsecretario de Gobernación.

En estos relevos caben las oportunidades mencionadas al principio, excepto la última, pues quienes llegan a encabezar las secretarías no representan aire fresco, sino funcionarios surgidos del mismo gobierno. Sus caras son conocidas, no son unos extraños. ¿Podrán imprimir un estilo de trabajo diferente en sus nuevos encargos? Ese es el mayor reto que tienen ante sí.

Desde la Secretaría de Hacienda se tiene la encomienda de hacer un ordenado ejercicio de los recursos económicos con los que cuenta el país, el correcto cobro de impuestos y el manejo responsable de la deuda, tema, por cierto, que ha encendido las luces amarillas de calificadoras, las cuales han recomendado al gobierno contenerla o reducirla de aquí a 2018. Ese debe ser uno de los objetivos primordiales de Meade.

Desde la Secretaría de Desarrollo Social la prioridad es apoyar a los más desprotegidos, pero principalmente lograr sacarlos del círculo de la pobreza, combate con escasos resultados en las últimas décadas y que por esa razón cobra relevancia el perfil de quien llegue a ella; la dependencia, además, navega siempre bajo el riesgo de que se haga uso electoral de los recursos que maneja y entrega en todo el país, aunque los partidos tienen la mira puesta en ella, principalmente en épocas electorales. Para Miranda Nava el desafío no es fácil.

Con la salida de Luis Videgaray, artífice del encuentro con Donald Trump, que desató la repulsa casi unánime en los más diversos sectores, se espera que sean muchos los beneficiados, pues el ahora ex secretario, en los hechos, tenía injerencia e influencia en varias áreas del gobierno federal, producto de la confianza que había depositado en él el titular del Ejecutivo.

Ojalá que los cambios contribuyan también a un mejoramiento de las tareas al interior del gabinete, pues la mencionada fortaleza que tenía un personaje cercano al presidente, como Videgaray, dificultó el desempeño de otros integrantes del gobierno. La coordinación, ahora, es un imperativo, así como la petición de que el desempeño no se supedite al interés político, sino al compromiso con los gobernados.

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