Días después de la última fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, en julio pasado, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que la única manera de revertir ese agravio sería con la recaptura del narcotraficante. Finalmente eso ocurrió la mañana de ayer, en Sinaloa.

Era un riesgo asumir el compromiso de volver a atrapar a Guzmán porque después de su primer escape, en el año 2001, las fuerzas federales pasaron más de 13 años sin que se le pudiera atrapar. Previamente dos gobiernos le habían buscado con insistencia, aunque sin resultados porque por alguna razón siempre se les escapaba en el último momento. ¿Tan confiado podía estar el Presidente de las capacidades de sus instituciones y de sus subordinados? Los hechos le dieron la razón.

¿La sombra de la fuga se ha disipado por completo? No. La razón es simple: la recaptura de Guzmán se explica por méritos que no necesariamente implican la desaparición de las deficiencias que permitieron la salida de Guzmán de la cárcel en julio pasado.

La parte del Estado mexicano que consiguió volver a atrapar a El Chapo es cada vez más eficaz y exitosa. El sector está representado por la Armada de México y por el aparato de inteligencia que en su momento han atrapado a otros delincuentes de alto rango a veces sin siquiera disparar un solo tiro.

El problema es que esos peligrosos personajes, una vez capturados, llegan a un sistema penitenciario claramente corrupto. Fue ese último sector, el de los penales federales —y el de las instituciones que debían haberle apoyado en la tarea de vigilancia del capo—, el que se vendió o fue intimidado para dejar salir a El Chapo.

Por desgracia existen al mismo tiempo tanto marinos y policías profesionales como custodios y burócratas corruptos.

La decisión de extraditar o no al narcotraficante a Estados Unidos dependerá de qué tanto haya logrado avanzar el gobierno federal en la limpieza del sistema penitenciario en su conjunto. No es algo que se logre de la noche a la mañana. Quizá la única manera de asegurar que el delincuente termine su vida en la cárcel es extraditándolo. La respuesta la tendrán las autoridades en próximos días.

Hay que celebrar, eso sí, la demostración de fuerza que representa haber logrado en un mismo gobierno dos capturas contra el que era uno de los personajes más difíciles de atrapar en el mundo, porque se escondía en un terreno con difícil acceso, arropado por un sector social cómplice que le idolatra a partir del falso mito de ser un intocable. Un mito que, si no se cometen más errores, debería perder su encanto.

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