Durante meses se mencionó en columnas de opinión y en mesas políticas la posibilidad de cambios en el gabinete del presidente Enrique Peña Nieto. Ayer se concretaron. Diez movimientos cuyo objetivo, dijo el mandatario, es “acelerar las acciones en favor de las familias mexicanas”.

Peña Nieto no entró en detalles sobre los motivos de cada cambio, aunque puede intuirse, por el perfil y labor de los personajes en cuestión, que no se trató de un generalizado “manotazo sobre la mesa” sino de una minuciosa operación para conseguir más de un objetivo con un solo enroque.

Emilio Chuayffet, por ejemplo, sale de la Secretaría de Educación Pública en el que podría considerarse, quizá, como el mejor momento de su gestión, luego de haber domado a la CNTE en Oaxaca. Sin embargo, en días pasados tuvo problemas de salud que lo llevaron al hospital. Relevarlo no le cae mal —además de que él mismo dijo en entrevista para este diario que su meta siguiente era dar clases en la UNAM— y al mismo tiempo lleva a un hombre joven, el ex jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, a una posición donde se puede crear a partir de un conflicto magisterial menguante.

La mayoría de los cambios tienen un cariz similar, de reacomodo para optimizar recursos. ¿Significa esto que los resultados están garantizados? De ninguna manera; de hecho en todas las democracias los cambios en el gabinete tienen dos riesgos: el tiempo que toma el reacomodo de tareas al interior de las burocracias de las secretarías de Estado y la curva de aprendizaje que los titulares requieren antes de poder realizar transformaciones de gran calado.

Pese a las desventajas, hay también oportunidad. Tres años de gestión ocasionan desgaste y a veces los titulares de las instituciones se encuentran con callejones sin salida derivados de tratar mucho tiempo el mismo tema con los mismos personajes. Una perspectiva diferente y un trato fresco con los actores de cada ámbito hace en ocasiones la diferencia entre una reforma consensuada y una detenida.

Los nuevos integrantes del gabinete presidencial tienen ahora a su favor la confianza de su jefe. Podrán hacer y deshacer con mayores márgenes de maniobra gracias a ese “bono” de legitimidad, por llamarle de alguna forma.

Es por esa misma razón —la novedad de su puesto— que tienen un desafío: menor margen de tiempo para ofrecer resultados. De aquí a 2018 les será más difícil convencer a una ciudadanía más escéptica y, a la par, apartarse de rumores sucesorios por la eventual cercanía de las elecciones presidenciales de 2018. Será en cuestión de meses, no de años, que se podrá hacer una evaluación de quienes recién asumieron cargos.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses