Estamos a menos de una semana de que los estadounidenses acudan a las urnas. Se han —hemos— vertido ríos de tinta en torno a esta elección presidencial tan convulsa y atípica. Siendo esta mi última columna previo a lo que suceda el martes decidí, entre muchos temas posibles, evaluar el impacto de este año y medio de campaña para México y sus intereses en Estados Unidos. De entrada, y a pesar de que la elección será más cerrada de lo deseable, podremos exhalar aliviados de que Trump no sea el próximo inquilino de la Casa Blanca. Pero no debemos caer en el síndrome de “la bala que pasó cerca” y asumir que ya podemos regresar a lo nuestro. Sí, la relación bilateral México-EU, gobierno a gobierno, se ha fortalecido y madurado de manera singular en la última década y media, y tomará mucho más que la demagogia de Trump descarrilarla. Sin embargo, Trump ha reembobinado 20 años la narrativa sobre México y los postulados de la relación, y dejará heridas abiertas que tardarán tiempo en cerrar, si es que sanan del todo.

Me explico. La “ventana Overton” es un concepto de ciencia política acuñado por Joe Overton, ex vicepresidente del Centro Mackinac de Políticas Públicas, que describe el rango aceptable de ideas en el discurso político para una sociedad. Sectores de derecha en EU lo utilizaron en la década pasada para postular que esa ventana de aceptabilidad puede ser movida, convenciendo al público que ideas al margen de la ventana son aceptables. Una idea lanzada en el extremo del espectro ideológico —por ejemplo, abolir al IRS (el SAT en EU), permitir armas en las escuelas o construir un muro y hacer que México lo pague— una vez que es postulada y debatida y se reenmarca en términos de narrativa y opinión pública, se puede volver aceptable. Pasa del extremo ideológico a la periferia del debate político, y finalmente se convierte en un postulado que adquiere tracción. Y esta elección en EU ha visto esta ventana moverse como nunca. Por eso no fue ocurrencia de Trump —ni coincidencia— que México y los migrantes mexicanos fueran usados como una estrategia deliberada de piñata electoral desde el primer día de su campaña en 2015. Alimentado por el sector que viene desde hace casi una década cilindrando las medidas antiinmigrantes a nivel estatal que vimos en Arizona y otros estados, Trump construyó un discurso articulado en dos de los temas que abonan a la dislocación económica agravada por la recesión de 2009: el miedo a los cambios sociodemográficos —encarnados en la migración— y la pérdida de empleos, con el TLCAN y libre comercio en la mira. Y Trump ha sembrado más que mentiras; ha ignorado y pasado por alto los hechos con mamarrachadas. Su populismo nacionalista y xenófobo abona una realidad post-fáctica en la cual el gobierno y las élites son disfuncionales, y nada mejor para demostrarlo que con esos dos temas, que además atañen directamente a México. Hoy Trump ha vuelto aceptables actitudes y un discurso antimexicano en un sector vocal y nada desdeñable de la opinión pública en EU, expresado en la construcción del muro, el cántico de guerra de cada uno de sus mítines de campaña. El muro como expresión de la relación de EU con México no sólo es aceptable como discurso sino que ya está erigido en el imaginario político del voto duro trumpiano, el cual no se disipará después del 8 de noviembre.

Pocos temas de política pública mexicana —y ciertamente ningún otro de política exterior— serán tan importantes durante el próximo lustro que la relación con EU. No sólo se tendrán que reconstruir y fortalecer alianzas y relaciones, muchas de ellas dañadas por el viaje de Trump a México (tanto con la futura Casa Blanca y los demócratas, por razones obvias, como por cierto con la cúpula republicana) y el voto reciente en UNESCO sobre Jerusalén. Habrá que articular una estrategia integral y sostenida a largo plazo —que no se solventa con dinero a despachos de relaciones públicas— que repare el daño de Trump y su narrativa sobre una relación de suma-cero con México, así como el vacío que nuestro país abrió al no empezar a contestarle con datos duros sino hasta bien entrada la campaña general.

No todo es cuesta arriba. Mas allá de los costos que encierra el error del viaje de Trump, Clinton tiene muy clara la importancia de México para el bienestar y seguridad de EU y no torpedeará la relación. Y qué duda cabe que las posiciones de Trump habrían vuelto a EU más débil e inseguro y menos próspero, lo cual hubiese afectado directamente a México. Además, por primera vez desde la discusión en torno al TLCAN, Trump ha forzado a los mexicanos a pensar en —y repensar— la relación con EU y qué queremos de ella. Es momento de mandar un mensaje muy claro: México y EU estamos montados en una bicicleta tándem; si uno de los pasajeros deja de pedalear, o decide hacerlo para atrás, ambos rodaremos por el suelo.

Consultor internacional

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