Hace algunos días, dos eventos a primera vista inconexos —el reciente viaje del gobernador de Texas, Greg Abbott, a México y las constantes declaraciones xenófobas de algunos precandidatos republicanos— convergen para poner de relieve un reto que podría ser letal para las aspiraciones presidenciales de ese partido.

En una columna previa, les narraba cómo California —a raíz del incesante golpeteo a nuestro país por parte del entonces gobernador texano Rick Perry, sobre todo respecto a seguridad fronteriza y migración— ha desplazado a Texas como la bujía de la relación bilateral México-EU. Pero más allá de cómo incide en la agenda con México, ese discurso antiinmigrante tiene altos costos para los republicanos con la comunidad hispana. Y no es que ése sea el tema que defina su voto; al contrario de lo que muchos presuponen, los hispanos no muestran predisposición a fijar sus posturas partidista-electorales primordialmente en función de la reforma migratoria. Encuesta tras encuesta en EU muestra que para el voto hispano, las prioridades son, al igual que el resto del electorado estadounidense, empleo y la economía y acceso a cobertura médica y educación. Lo que en cambio sí irrita y moviliza al votante hispano es el tono racial que perciben detrás de los pronunciamientos de muchos republicanos con respecto a la frontera o la inmigración.

Basta con ver la historia política reciente de dos estados. En 1994, los futuros aspirantes presidenciales republicanos, el gobernador Pete Wilson en California y George W. Bush en Texas, establecieron relaciones diametralmente opuestas con la comunidad hispana. Lo que acabaría sucediendo con sus pretensiones políticas y su relación con la comunidad hispana encierra una lección para el Partido Republicano. Hace 21 años, California era un estado bisagra que generalmente se decantaba a favor del Partido Republicano, otorgándole el control de la Casa Blanca en seis elecciones presidenciales consecutivas. Hoy California es abrumadoramente demócrata. ¿Qué ocurrió? Entre diversos factores, sobresale la decisión de Wilson de apoyar y promover activamente la lamentable Proposición 187 que negaba la educación a hijos de migrantes indocumentados. Si bien ésta eventualmente fue declarada anticonstitucional, se convirtió en una cuña que hoy perdura entre hispanos californianos y el Partido Republicano. La campaña de Wilson para la nominación de su partido en 1996 duró apenas un mes; desde 1994 California jamás ha vuelto a votar a favor de un candidato republicano a la presidencia y los demócratas mantienen desde entonces control de ambos escaños en el Senado federal y una ventaja de dos a uno en la Asamblea y Senado estatales. A su vez, en 1994 en Texas, el Partido Demócrata controlaba la gubernatura y los demócratas texanos jugaban un papel central en la vida política de Estados Unidos. Pero George W. Bush entendió el peso y el papel del votante hispano; logró que el Partido Republicano en Texas reclutara activamente a hispanos y de paso arrebató la gubernatura a los demócratas. Ningún republicano desde Bush ha obtenido el número de votantes hispanos que lo apoyaron en su elección y reelección como presidente, y desde 1994 ningún demócrata ha sido electo a la gubernatura o a los escaños texanos en el Senado en Washington.

El que el pasado pueda ser prólogo debería elevar la alerta roja entre los republicanos. Setenta por ciento del electorado hispano tiene una “mala o muy mala” percepción de Donald Trump, y las elecciones de 2008 y 2012 demuestran que el peso electoral hispano llegó ya para quedarse. Y si bien éste aún no ejerce toda la musculatura que hoy posee, en gran parte por niveles altos de abstención, cada año cerca de 900 mil hispanos nacidos en EU alcanzan la edad para poder registrarse y votar. Esto es uno de los resortes de la decisión del actual gobernador texano de visitar por primera vez México, en lo que es una vuelta en U con respecto a Perry, su antecesor (quien es además el primero en abandonar la contienda primaria republicana). Si Texas, que siempre vota republicano en las presidenciales, llegase a votar demócrata, ya sea como simple consecuencia del cambio demográfico o como una expresión de rechazo, los republicanos no tendrían manera de volver a ganar el Colegio Electoral en EU. No dejaría de ser paradójico que la frase que esta columna lleva por título y que fuese pronunciada en celuloide por Arnold Schwarzenegger, el ex gobernador republicano que precisamente cambió la dinámica de California con México, se aplique a su partido, a la relación de éste con el voto hispano y a sus aspiraciones para ocupar de nueva cuenta la Casa Blanca en 2016.

Embajador de México

@Arturo_Sarukhan

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