Como historiador e internacionalista de formación y diplomático de carrera, uno se forma y habitúa a siempre adoptar una perspectiva a largo plazo, estratégica y por ‘encima del horizonte’ con respecto a lo que ocurre en temas globales relevantes. El consejo trillado de que no debe perderse de vista el bosque al observar un árbol es, para quien se dedica a la planificación, previsión y prospectiva internacionales, un instrumento esencial de la caja de herramientas. Pero en esta columna, habiendo ya atestiguado hace una semana el primer debate entre los precandidatos demócratas en Estados Unidos, haré precisamente lo contrario; hoy me enfoco en el árbol en lugar del bosque, porque en sus ramas bien podrían estar las semillas de lo que acabe ocurriendo el próximo verano con la nominación del Partido Demócrata para la contienda presidencial.

Más allá del telón de fondo de la decisión trascendental que habrá de tomar en estos días el vicepresidente Joe Biden de lanzarse o no como precandidato, el debate dejó como saldo dos lecturas. Una, que Hillary Clinton es una candidata formidable. A pesar de la caída en sus números favorables, primordialmente como resultado del golpeteo político-mediático desatado por los republicanos en su contra tanto por el uso que dio —siendo secretaria de Estado— a un servidor instalado en su residencia para su correo electrónico oficial, como por la investigación en torno al ataque al consulado estadounidense en Benghazi en 2012 (en el cual falleció el embajador de EU en Libia), Clinton sigue siendo la favorita para ganar no sólo la primaria de su partido sino también la elección presidencial. La otra, que la insurrección de un sector radical de votantes de clase media, que sienten que han sido ignorados en detrimento —según aquellos que son demócratas— de las élites (y acorde a los que votan republicano, de los pobres, las minorías, los migrantes y el gobierno), continuará alimentando la candidatura de Bernie Sanders quien, a pesar de haber sido derrotado en el debate por Clinton, no ha visto por el momento trastocada su tracción en las encuestas.

Sin embargo, el tema que hay que seguir más de cerca en las semanas venideras es lo que está ocurriendo con la recaudación de fondos. El dinero es la sangre que cursa por las venas de toda campaña electoral en EU, y la capacidad para recaudar es percibida como un factor de fortaleza o debilidad de tod@ candidat@. Si bien Clinton alcanzará la meta trazada de 100 millones de dólares recaudados para antes del cierre de año, en este tercer trimestre recolectó 28 millones contra 25 millones de Sanders, una cifra muy notable para el senador si se toma en cuenta que en el trimestre anterior éste recaudó 15 millones. Y no es sólo el aumento en los recursos para Sanders; el reto también radica en el patrón de esas contribuciones y el perfil de los donadores. Sanders se ha acercado a la capacidad de recolección de Clinton con sólo siete eventos presenciales de recaudación, en contraste con los constantes eventos de recaudación presencial de Clinton (58 de ellos solamente de julio a septiembre). Particularmente revelador es el hecho de que mientras Clinton ha solicitado recursos de manera directa, gran parte de las contribuciones a Sanders llegan voluntariamente vía la recaudación en línea (1.3 millones de dólares de donaciones individuales por parte de 650 mil donantes en la última semana). Y dado que Clinton está pidiendo en los eventos a los que acude el tope máximo de contribución, que es de 2 mil 700 dólares por persona, muchos de sus donadores no podrán volver a dar. En cambio, la contribución promedio a Sanders es de 24.86 dólares, con lo cual está en posibilidades de regresar múltiples veces a pedir dinero adicional a quienes ya han dado. Estas tendencias deben estar generando preocupación en la campaña de Clinton. Los mecanismos de fondeo de Sanders no sólo hacen eco de las debilidades en recaudación en las que incurrió Clinton en 2008 sino que además son muy similares a los de Obama —incluso superando sus montos— en dicha contienda. Apuntan además a lo que podría ser el talón de Aquiles de la campaña de Clinton: la amplia movilización social y electoral de votantes antipartido o antisistema, contra políticos percibidos como parte del llamado establishment, la mayoría de ellos jóvenes (de la ‘generación del milenio’) e independientes, y que constituyen un bloque de electores decisivo para los próximos comicios presidenciales. En la política, tres meses —y ya no se diga el año que falta para que los votantes acudan a las urnas— son una eternidad y cualquier cosa puede pasar. Si bien el bosque apunta a que Clinton será la contendiente demócrata en 2016, el árbol atempera en este momento cualquier pronóstico.

Embajador de México.

@Arturo_Sarukhan

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