En México, el número de mujeres en el mercado laboral ha aumentado en los últimos años. De acuerdo con el  Reporte Global de la Brecha de Género 2016 elaborado por el WEF, 48% de las mujeres de la población económicamente activa en México se encuentra trabajando. Sin embargo, un alto porcentaje está ocupado en empleos mal remunerados, tiene un poder limitado de negociación, existe una marcada brecha salarial, se enfrenta con situaciones de discriminación en el lugar de trabajo, no participa en las decisiones importantes, dedica una gran parte de su tiempo al trabajo no remunerado y no ocupa puestos de alto liderazgo en las empresas.

Desde mi experiencia, considero que existen tres razones principales que profundizan la brecha de género en el ámbito laboral. La primera es la presencia de prejuicios culturales que definen de manera rígida los roles de género.  La segunda es que no hay suficientes políticas corporativas que impulsen el desarrollo profesional de las mujeres a lo largo de todas las etapas de su vida y que fomenten un balance entre la vida personal y laboral. La tercera razón y, en mi opinión, la más preocupante se refiere a los límites que cada mujer se impone a sí misma. Yo he visto varias veces como una mujer muy talentosa rechaza un ascenso o un puesto de alta responsabilidad por una combinación de miedo, culpa y aversión al riesgo. Esto tiene que ver también con los estigmas culturales y la educación que hemos recibido desde niñas. A esto hay que aumentar la falta de mentoría dentro de las empresas y que las mujeres suelen estar excluidas de las redes informales que se forman en un ambiente de trabajo.

En el sector privado mexicano, los hombres ocupan la mayoría de los puestos de alto nivel. De acuerdo con la última investigación de la International Business Review, las mujeres ocupan sólo 18% de puestos de liderazgo en empresas de México y solamente 16% de los puestos en los consejos de administración. Por esta razón, son fundamentales el compromiso de los hombres con la igualdad de género y su participación activa en el fomento de la inclusión en las organizaciones.

Sin una cultura inclusiva, las organizaciones no se pueden beneficiar de la diversidad. Pero, ¿cómo hacer un espacio más inclusivo? El primer paso es impulsar una comunicación abierta y crítica respecto al tema. Yo recomiendo evaluar el estado de la organización en materia de igualdad y entender la percepción de los integrantes. El siguiente paso es informar acerca de los beneficios de la participación de la mujer y de la diversidad para desarrollar una estrategia que tengan como objetivo principal combatir las desigualdades. Es fundamental que estas acciones sean medibles para poder monitorear los avances y las áreas de oportunidad. La clave para que las políticas corporativas tengan resultados significativos, son el compromiso con la igualdad en todos los niveles, la rendición de cuentas, la transparencia en los procesos de promoción y reclutamiento, así como la inclusión de hombres en la planeación y en todas las etapas del proceso.

Los esfuerzos por la igualdad no deben ser de mujeres para mujeres, sino de toda la sociedad por un beneficio en común. Los hombres tienen un enorme potencial para contribuir en la disminución de la brecha de género en el ámbito laboral y romper el techo de hierro que impide que las mujeres se desarrollen profesionalmente. La cooperación entre hombres y mujeres nos permitirá avanzar hacia una sociedad más justa en donde todos tengan las mismas oportunidades, sin importar el sexo.

Fundadora de la Fundación Angélica Fuentes

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