Desde el año 1981 celebramos cada 21 de septiembre un día importante para la humanidad, fecha en que se hace un llamado al cese al fuego y a cualquier hostilidad en todos los rincones de la tierra. Este año, las Naciones Unidas con el fin de resaltar la importancia del trabajo conjunto ha definido el lema “Alianzas para la paz, dignidad para todos”.

Cuán profundo significado es el lema que encierra una acción colectiva responsable, donde la búsqueda de la paz se convierte en una obligación de todos los que habitamos el planeta. No sólo es un llamado para los poderosos, no sólo es un llamado para los gobernantes, ni siquiera se refiere exclusivamente a los países que hoy están en guerra; es un fuerte llamado a todos los hombres y mujeres para trabajar afanosamente en pos de la paz.

Todos somos responsables, unos levantando la voz, otros enviando ayuda humanitaria; unos educando para la paz, otros haciendo un cese definitivo al fuego; unos reconstruyendo, otros orando; unos buscando afinidades, otros abandonando diferencias; unos perdonando y todos respetando la dignidad humana del ser individual y de las comunidades a las que pertenecemos. Las mujeres también debemos hacer nuestra tarea.

Ellen Johnson, Leymah Gbowee y Tawakkul Karman, ganadoras del Nobel de la Paz 2011 por su lucha pacífica en favor de la seguridad de las mujeres y del derecho de estas a participar plenamente en los procesos de consolidación de la paz, han destacado una y otra vez la importancia crucial de las mujeres en la búsqueda y el establecimiento de la paz; así como en la relación tan estrecha que hay entre democracia, justicia e igualdad de género.

Hemos visto ejemplos en todo el mundo de la activa participación de la mujer en los procesos de paz. En la década de 1990, las mujeres salvadoreñas estuvieron presentes en todas las mesas de negociación logrando importantes beneficios de reintegración. En esa misma década, la Coalición de Mujeres de Irlanda del Norte consiguió tender puentes entre católicos y protestantes y en Guatemala, dos mujeres en medio de centenares de hombres, lograron incluir una serie de acuerdos de suma importancia en los procesos de paz.

Pese a este esfuerzo, resulta insuficiente la representación femenina en los procesos de paz e incluso se le ignora durante los conflictos armados. Las mujeres sufren atroces calamidades en tiempos de guerra: violencia sexual, discriminación, inanición, desplazamientos, muerte, secuestros y en medio de toda esta brutalidad, la mujer siempre busca la protección de sus hijos y anhela el restablecimiento de la paz y del respeto a los derechos humanos. Las mujeres intuimos que nuestra presencia es vital en la reconstrucción del tejido social y en el restablecimiento duradero de la paz porque iniciamos nuestra labor en el núcleo social primigenio que es la familia.

Lamento profundamente lo sucedido a los mexicanos que fueron brutalmente atacados en Egipto, y por ello me permito invitar a todos los lectores y lectoras a que nos unamos en la búsqueda de la paz mundial. La paz inicia en nuestro entorno más cercano, en nuestra casa, en nuestro barrio. Empecemos aquí, sin olvidar que en lugares remotos hay necesidades muy profundas que podemos ayudar a disminuir con nuestras acciones. No son intenciones lo que necesitamos, sino acciones, porque una pequeña acción es mucho más poderosa que la intención más elevada, más encomiable o más hermosa. Podemos perder la paz momentáneamente pero no podemos permitirnos responder a las agresiones, o mantenernos inertes ante ellas y con ello aumentar las hostilidades o enrarecer más el ambiente. Actuemos con congruencia en la búsqueda sin condiciones de la dignidad humana. Nuestras palabras, nuestras acciones cotidianas, nuestra labor en la familia son acciones que cambian al mundo con el mismo efecto del aleteo de una mariposa que se llega a sentir al otro lado del mundo. Paz y dignidad en la tierra.

Fundadora de la Fundación Angélica Fuentes

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses