Nuevo León, uno de los estados más pujantes del país, estrena gobernador.

El triunfo de Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, no podría explicarse sin las malas cuentas de Rodrigo Medina y la errónea selección que hicieron PRI y PAN de sus candidatos a la gubernatura: Ivonne Álvarez y Felipe de Jesús Cantú. Lo que la ciudadanía y los grupos de poder económico —que en Nuevo León tienen una injerencia política mayúscula— le dijeron a estos partidos es: “no nos falten al respeto; si no nos ofrecen mejores alternativas, nosotros podemos postular a alguien por fuera y llevarlo al poder”. Y lo hicieron.

Rodrigo Medina ejerció un gobierno con más oscuros que claros. Como en los casos de Jalisco y Chiapas, fue conocida la condición de su progenitor, Humberto Medina, como el verdadero poder en las sombras. Pero no fue todo. En fechas recientes se exhibió el enriquecimiento del gobernador y su familia, los intentos de heredar proyectos faraónicos con sensibles sobreprecios, y el tamaño de la deuda: si su antecesor, Natividad González Parás, incrementó de manera alarmante los pasivos del estado, Medina la llevó a niveles exorbitantes: más de cien mil millones de pesos, según calcula Fernando Elizondo.

En materia de seguridad, el estado transitó de una profunda crisis a una estrategia que ha dado resultados; para esto ha sido crucial la contribución de la sociedad a través de una organización llamada Por un mejor Nuevo León.

En síntesis, que el deterioro acumulado y la irresponsabilidad de la clase gobernante demandaban cambios a fondo, no sólo la “alternancia” entre los mismos. Así ocurrió, por la vía inédita de la candidatura “independiente”. Sin embargo, a pesar de las expectativas que genera un candidato sin partido, hay varios ingredientes que obligan a observar con cautela a Rodríguez Calderón. Por una parte, su muy larga trayectoria política, militó treinta y tres años en el PRI y sólo renunció al partido cuando le cerraron el paso a la candidatura. En segundo lugar, su rusticidad; y, en tercero, los compromisos —públicos o privados— con sus patrocinadores.

El discurso ramplón que lo ha caracterizado no cambió, siquiera, al rendir su protesta como gobernador. No hubo en ese texto precisión alguna en el diagnóstico ni la identificación de los principales desafíos; mucho menos el anuncio de iniciativas y proyectos. En su lugar, El Bronco optó por lo populachero: “Hemos encontrado la casa sucia, las columnas derruidas, fugas por muchas partes, el techo cayéndose en otras; y para acabarla de fregar, hipotecada. Pero no es el tiempo el que castigó nuestra casa, sino la corrupción sin llenadera y el delirio de muchos que se creyeron reyes y no gobernantes; que donde había ciudadanos, veían súbditos; que donde había dinero público, veían botín.”

A los juicios tan severos para el grupo de Rodrigo Medina y el anuncio de revisiones muy estrictas (“en cada papel, en cada cajón”), deberán seguir el ejercicio de la acción penal. De otra manera, todo quedará en show hípico y bravatas dirigidas a la “raza”, como el anuncio de retirar la silla oficial para ser ubicada en un museo.

La llegada a la gubernatura de El Bronco tiene una importancia singular. Es la primera vez que en México gobernará un personaje sin el respaldo de un partido político. La experiencia puede ser alentadora si gobierna con austeridad, honestidad y eficacia. Pero puede resultar un fiasco.

¿Malos presagios o beneficio de la duda? Todavía es muy temprano y, no obstante, El Bronco ya empezó a escuchar el canto de las sirenas. ¿Será una caricatura de la otra caricatura que es Vicente Fox?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario

@alfonsozarate

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses