Existen diversas interpretaciones sobre el fenómeno Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, pero la mayoría expresa temor a que una persona con esos arranques de xenofobia y racismo pueda llegar a la Casa Blanca. Unos afirman que se trata de una polarización, una suerte de reacción anti-Obama; otros señalan que no tiene posibilidades de ganar por estar en contra de las minorías más emblemáticas, como los afroamericanos y latinos; incluso contra las mujeres. Sin embargo, cada día se desvanece más la versión de que Trump será rebasado por políticos profesionales y más cercanos a las élites conservadoras del Partido Republicano. Lo cierto es que cada semana que pasa gana más elecciones, junta más delegados y logra más alianzas. En la ya conocida lista de adjetivos que descalifican a Trump se encuentran los de xenófobo, racista, machista, ignorante y fascista. En la contraparte está la cara del millonario exitoso que ahora juega su aventura política porque ya se aburrió de acumular millones. Ante este síndrome es importante ver la cancha completa y el argumento de la posdemocracia puede ser útil.

En cualquier democracia existe un orden en donde las batallas electorales son una parte de la lucha por el poder; en este juego existen actores, reglas y una coherencia que da sentido. Hay izquierdas y derechas, oposición y gobierno (a pesar de que ahora se encuentren muy deslavadas). Existen alianzas y coaliciones y el voto se ejerce por ideas o intereses, por carismas o afectos. El juego por el poder tiene una temporalidad y siempre hay una promesa de un mejor futuro. Esta visión clásica se ha modificado, sin que desaparezcan sus formas. Hemos pasado de esta normalidad de candidatos, agendas definidas y coherencia para construir un orden, a un vaciamiento de la democracia, en donde como dice Colin Crouch: “el aburrimiento, la frustración y la desilusión han logrado arraigar tras un momento democrático, y los poderosos intereses de una minoría cuentan mucho más que los del conjunto”. Permanecen las formas democráticas, pero se han vuelto huecas porque el sentido de la representación se ha escurrido. No sólo la mercadotecnia, la mediatización y el dinero mandan, sino la representación colectiva que se esconde detrás de máscaras y simulaciones. Bajo la máscara hay enojo contra la exclusión, contra el extranjero y contra los políticos tradicionales. Aquí es donde hay que situar a los fenómenos reactivos como Trump, Le Pen en Francia o Berlusconi en Italia.

Con Trump nos encontramos ante los discursos del escándalo y la ocurrencia que alimentan un círculo vicioso para tirar el tablero del juego y posicionarse. Lo peligroso de estos personajes es que se mueven en las orillas y se escurren de una posición a otra. En su escaso currículum político, Trump fue alguna vez demócrata y luego se volvió republicano y más tarde se alejó de las figuras emblemáticas del conservadurismo estadounidense. Ahora simplemente es él y su fortuna para decir sus ocurrencias a los votantes, porque la paradoja es que para Trump, “todo es negociable”. Por eso es complicado asignarle un lugar ideológico a sus ocurrencias. Es, como dijo un periodista, un candidato de la “sociedad cerrada”, quiere el encierro y la construcción de muros. No hay una coherencia, sino efectos discursivos que tienen éxito entre los blancos menos educados de Estados Unidos.

Sus propuestas estelares son una expresión posmoderna del pastiche: un muro en la frontera con México, para cerrar todo tipo de inmigración desde el sur; y atacar con todo en Medio Oriente. Es jabonoso y voluble, por eso no hay que buscar por el lado de la coherencia ideológica, sino por el de los efectos y las máscaras.

Los triunfos de Trump en doce estados lo perfilan como el candidato con más delegados de los republicanos hasta hoy (384 de mil 237), a pesar de que las élites de su partido se rompan la cabeza para detenerlo. Ya lo repudiaron John McCain y Mitt Romney. La segunda opción también es terrible, Ted Cruz, un ultraconservador evangelista, que ha ganado en seis estados (lleva 300 delegados). La posdemocracia con careta de xenofobia gana cada día más espacios…

Investigador del CIESAS

@AzizNassif

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