Para los antiguos pobladores de Tenochtitlan, las cajas de ofrendas a los dioses más significativos de esa época, entre los que destacan los de la lluvia y la guerra, respectivamente, brindaron una cantidad amplia de elementos de diversa naturaleza que, actualmente, se siguen descubriendo y analizando gracias a los trabajos arqueológicos realizados en el Proyecto Templo Mayor , fundado en 1978 por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, y que hoy dirige el arqueólogo y divulgador de la historia prehispánica Leonardo López Luján.

Entre los restos y vestigios hallados en los 206 depósitos de ofrendas encontrados hasta la fecha en el Templo Mayor se encuentran minerales, vegetales, restos de seres humanos, objetos culturales, mejor conocidos como artefactos, y restos animales, estos últimos en gran abundancia, de acuerdo con el arqueólogo López Luján.

Ante la diversidad de restos faunísticos hallados, el equipo interdisciplinar del Proyecto Templo Mayor, entre los que se encuentran arqueólogos, antropólogos, biólogos marinos, geógrafos y demás expertos, comenzaron a clasificar la amplia cantidad de vestigios animales y, como un resultado conjunto de trabajos arqueológicos realizados desde hace casi cuatro décadas, se compiló el libro Los Animales y el recinto sagrado de Tenochtitlan (2022), editado por El Colegio Nacional y coordinado por López Luján y Matos Moctezuma, el cual reúne 34 ensayos sobre los diferentes animales que habitaron y fueron ofrecidos a los dioses en aquella ciudad imperial dominada por los mexicas.

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En entrevista con EL UNIVERSAL, López Luján explicó la razón de la gran variedad de los vestigios de fauna hallados. “Hasta la fecha, los biólogos que trabajan en el Proyecto Templo Mayor han clasificado más de 500 especies de animales provenientes de las ofrendas; la explicación de la amplia variedad de especies se debe a que estamos excavando en donde fue la capital imperial más importante de Mesoamérica en el momento de la llegada de los españoles: Tenochtitlan, y no sólo eso, estamos excavando en su recinto sagrado, en ese enorme cuadrángulo donde estaba el Templo Mayor”, expresó.

Para el arqueólogo, además de la gran cantidad de restos animales hallados, es de resaltar que muchas de las especies encontradas y analizadas no fueron fauna nativa de la Cuenca de México, sino que fueron traídas de diferentes regiones, algunas muy lejanas al imperio mexica, como cocodrilos, jaguares, lobos y águilas.

“Los animales que estamos encontrando en lo que fue el imperio, y que son objeto de análisis en el libro, provienen de muchas regiones, incluso más allá del imperio mexica”, afirmó el arqueólogo, quien explicó las diferentes hipótesis sobre la llegada de las mismas a la Gran Tenochtitlan. “Es posible que hubiesen emisarios que se encargaran de capturar a estas especies, además de otras traídas por comerciantes y otras que eran trasladadas por comunidades dominadas y que fungían como ofrendas a Tenochtitlan”, indicó.

López Luján comentó que la gran mayoría de las especies que llegaron a la capital fueron depositadas en el Palacio Real de Moctezuma, ubicado hoy a algunos metros de Palacio Nacional, en una clase de vivario que contaba con diferentes jaulas de variados tamaños, así como piletas de agua para depositar a los animales que eran extraídos del mar, donde pasaban los últimos momentos de su vida a la espera de ser llevados al recinto sagrado, para ser ofrecidos a los dioses en calidad de abundancia y fuerza.

De acuerdo a los diferentes ensayos que integran el libro, existieron dos grandes grupos de sacrificios animales, el primero, conformado por fauna marítima, y que era ofrecida al dios Tláloc y, el segundo, conformado por animales depredadores, que eran ofrendados para el dios Huitzilopochtli, con el objetivo de clamar abundancia y fertilidad, y fuerza para enfrentar las guerras.

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“En muchas de esas cajas de sacrificio encontramos que los animales fueron sacrificados vestidos, es algo espectacular, por ejemplo, el caso de una loba vestida con orejeras de turquesa, un collar de jadeíta proveniente de Guatemala, un cinturón de caracoles del Golfo de México y en las patas cascabeles de oro de la zona de Oaxaca”, explicó López Luján y comentó el significado de las ornamentas. “Esas joyas y elementos sirvieron como insignias que vinculaban a los animales sacrificados con guerreros o dioses guerreros y, por supuesto, esos animales adornados así son depredadores, eran sacrificios al dios de la guerra”, expresó.

El también miembro de El Colegio Nacional reiteró que la fauna marítima hallada, entre la que destacan conchas, caracoles, corales, esponjas, erizos de mar, galletas de mar y variadas especies de peces corresponden a las ofrendas dedicadas a la fertilidad de la tierra, a lo femenino del inframundo poblado por esos organismos marinos, relacionados directamente con Tláloc, dios de la lluvia.

El libro Los Animales y el recinto sagrado de Tenochtitlan es integrado por 34 ensayos de diversos especialistas, entre los que destacan Alfredo López Austin, Matos Moctezuma, Guilhem Olivier, Elena Mazzetto, David Carrasco y Laura Filloy Nadal.

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