—“El 29 de mayo de 1981, mil gentes estuvimos con la piel chinita de emoción en la inauguración del ”.

—“Lo mejor y más auténtico de este país es el pueblo, es el que tiene sensibilidad”.

—“¡Hágame favor! Decir que no hay más ruta que la nuestra, cuando en el arte lo fundamental es la libertad”.

— “Falsa modestia. Oaxaqueño hierático”

—“Erigirse un monumento consagratorio”

—“Todos los ladridos a la luna a quienes atacan mi museo”.

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Este conjunto de frases formó parte de las críticas, réplicas e ideas que durante la construcción e inauguración del Museo Tamayo eran cotidianas en el medio cultural de México, hace 40 años. La muestra por las cuatro décadas del recinto, Más allá de los árboles, se llama así por una obra de Erick Meyenberg Zarur, creada exprofeso, una videoinstalación de 35 minutos de duración, en la que cuatro grandes pantallas con ocho bocinas o canales recogen imágenes de época y las opiniones en un guión que interpreta el Coro de Madrigalistas de Bellas Artes. El guión recoge esa ideas en torno del museo, el primero privado en el país —con recursos de Televisa y del grupo Alfa de Monterrey—; de un artista que se había distanciado de los tres grandes muralistas, del discurso radical de Siqueiros de “no hay más ruta que la nuestra” y que respondía: “Millones de rutas, tantas como número de artistas haya”.

Esas voces resuenan hoy cuando en Chapultepec, la Presidencia de México —sin escuchar a la opinión pública— construye un proyecto que involucra varios museos, miles de millones de pesos para una obra centralista, en la capital. Es paradójico cómo los visitantes del Museo Tamayo oyen este coro de voces en la pieza de Meyenberg y, a la salida del museo, en Paseo de la Reforma, encuentran otro coro de voces: el que protesta a la entrada del Jardín Botánico contra la idea de un museo o pabellón contemporáneo que afectará los árboles y el orquideario, y donde el coordinador del proyecto Chapultepec Naturaleza y Cultura, el artista Gabriel Orozco, propone que sea un espacio para ver sus obras y las de artistas de su generación.

“El proyecto se vuelve un indicador del pasado y del presente, como una especie de pregunta hacia el pasado y el futuro”: ERICK MEYENBERG, Artista.

Así nació la videoinstalación

La pieza de Erick Meyenberg integra uno de los cinco módulos de la exposición por el aniversario del Museo. El recinto estuvo cerrado durante siete meses y en él se llevaron a cabo trabajos, por ejemplo, en sus bodegas y en el piso de las salas. Fue una inversión de 17 millones que provino justo del proyecto Chapultepec Naturaleza y Cultura.

Meyenberg fue invitado por el curador del museo, Humberto Moro, a hacer una comisión por el 40 aniversario, con la premisa de trabajar sobre el tema de la inauguración. En el archivo hemerográfico encontró las notas de prensa y planteó una obra como un coro con múltiples voces. Se sumaron los compositores Juan Sebastián Lach y Aquiles Morales, el coro de Madrigalistas de Bellas Artes dirigido por Carlos Aransay; el ingeniero Gonzalo Peniche y la productora de sonido Gabriela Méndez. Generó una pieza musical con movimientos basados en temas como la inauguración, el conflicto por emplazar el museo en el bosque, problemas sociales y políticos, complejos como clasismo y racismo.

En su investigación encontró que había un gran descontento; mucha gente que criticaba a Tamayo porque decía que se estaba haciendo un monumento autoconsagratorio, y estaba el conflicto de emplazar el museo en el Bosque de Chapultepec. Pero había otras voces: “Tamayo estaba haciendo, de su propia bolsa, una colección de lo que le parecía lo más representativo del arte contemporáneo, sobre todo pintura y escultura, que donó al pueblo de México, y donó además 12 de sus obras, valuadas en millones de dólares. Y estaba la obra arquitectónica que es una joya. Me parece fantástico que haya surgido ese museo ahí en ese momento; sigue siendo un museo completamente actual. La arquitectura no ha envejecido, al contrario”.

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El artista dice que entre esas voces en pugna, al mismo tiempo, sale a la superficie una de las heridas profundas de México y de América Latina, que es el racismo y el clasismo. Entonces tomó el momento de la inauguración del museo para hablar justo del clasismo y el racismo. En el guión del coro incorpora una serie de dicotomías sobre la identidad mexicana: “Un México de ricos y pobres, de cultos y de incultos, de listos y de tontos, de libres y de acomplejados, de justos y de pecadores, de ateos y de cristianos, de indios y de españoles y de mexicanos y de judíos y de albinos y de morenos y de chaparros y de güeros y de altos y de pecosos y de sanos y de maricones y de enfermos y de machos y sobre todo de guapas”.

¿Qué vigencia tienen esas dicotomías?

—Hay varias respuestas. Por un lado siento que esa revisión a lo que pasaba en la sociedad mexicana hace 40 años, la ves ahora y te das cuenta de que no ha cambiado gran cosa. Es un eje de mi trabajo, lo llamo los icebergs de la historia; hay una pequeña punta, en este caso un museo, pero empiezas a escarbar y te das cuenta de que hay algo más grande, profundo, casi inconmensurable, estas heridas de México que vienen probablemente desde tiempos de la Colonia, que las miras 40 años después y no sé si ha cambiado demasiado.

¿Qué opinas del proyecto actual para Chapultepec?

—El proyecto se vuelve un indicador del pasado y del presente, como una especie de pregunta hacia el pasado y el futuro. Si de algo puede servir ese proyecto es para eso, para preguntarse en qué hemos cambiado y hacia dónde podríamos cambiar. En principio la idea de unir las cuatro secciones y hacer un recorrido ecológico me parece una gran idea.

¿Hace medio siglo había otra concepción de museo?, ¿ha cambiado lo que debe ser?

—Depende del caso, las condiciones sociales, geográficas, culturales donde se desarrolla. Un buen museo se sostiene y nutre no sólo a la sociedad que está alrededor.

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