Curiosamente nací, como el músico Igor Stravinsky, el Beatle Paul McCarthy, el poeta Efraín Huerta y el arquitecto Felipe Leal, entre muchos otros, un 18 de junio.

Preguntándole a mi mamá cómo era yo de recién nacida me contestaba, con cierta dulzura:

“Bueno pues naciste robusta y fuerte, pesaste casi 5 kilos, tenías dos grandes pestañas chinas y un rizo de pelo güero en la cabeza y… una nariz de perico” —continuaba contándome:

“Los amigos de tu padre fueron al hospital a conocerte y cuando te vieron le dijeron de broma: ¡Caramba, Raúl, por su nariz, está niña parece que es hija de Stravinsky!”.

Desde niña, para evitar que me hicieran bullying o que me “agarraran de puerquito”, como se decía antes, hacía chistes burlones de mí misma, incluso, ya de adulta. Solía pedirme Guillermo Sheridan que le hiciera cara de Stravinsky. Me ponía yo una media en la cabeza para imitar la calva del célebre músico y unos anteojos haciendo, al tiempo, algún gesto chistoso. El parecido que yo lograba era notable, provocando la carcajada inmediata de mis amigos. Cuando era yo adolescente me disfrazaba de Stravinsky con el frac de mi papá, su batuta y sus anteojos, actuaba yo “dizque” dirigiendo la orquesta, así divertía yo a mi familia... todos reían y yo también.

Eso de ser narigona tiene sus bemoles, pero los fui sorteando, naturalmente, resignada a mi condición de mujer narigona y punto. Mi padre per se se parecía enormemente a Stravinsky y ustedes lectores pueden observar, en la fotografía a colores que encabeza mi texto, donde aparezco con anteojos, que yo, ahora que he cumplido 74 añotes, realmente me parezco bastante a Stravinsky.

Como narigona logré, por ejemplo, a principios de los años 60 ser modelo. La crisis del cine mexicano, que comenzó precisamente en esos años, por la que mi padre sufrió serios descalabros económicos, me obligó a trabajar desde muy joven para comprarme mi ropa y ayudar a mi familia. Por eso de la nariz me dieron papeles especiales en algunos comerciales como uno en el que decía yo: “Qué lata con estos barros, me he puesto todo y sigo igual”. No tenía yo ningún barro, por lo que me maquillaron la cara con unos horripilantes volcanes purulentos que desaparecían milagrosamente en la siguiente escena después de usar X producto, donde ya no me veía yo tan mal. Ese día, durante el corte de la filmación para comer, nos llevaron a un restaurante muy elegante y yo tuve que ir con la cara llena de barros, escondiéndome de algún pretendiente, que inevitablemente me reconoció y al que tuve que explicar que los barros eran postizos…

Lo más significativo de esta historia es mi gran admiración por la música del gran Igor Stravinsky. Es, sin lugar a dudas, mi músico favorito del siglo XX. Sus obras El pájaro de fuego, Pretouska, Sinfonía de salmos, Sinfonía en tres movimientos, El ruiseñor y, sobre todo, La consagración de la primavera me levantan del piso, me mueven el tapete, me enchinan el cuerpo… me fascinan… y en el fondo estoy orgullosa de ser, aunque sea de broma, la hija de Stravinsky. Su obra majestuosa compuesta en 1913, La consagración de la primavera, es para los artistas de hoy, el punto de partida del arte moderno y de la liberación a nuevos horizontes para expresar su alma, a partir de las obra del ruso de oro: Igor Stravinsky, mi padre.

***Fotografía:  Delálbum familiar, Yo, Paulina Lavista, de bebé, cerca de diciembre de 1945. (Cortesía Paulina Lavista)

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