Es curioso cómo el cambio de año arma una imagen mental para poder distinguir finales y principios. No sé si a ustedes les pase. Los días de la semana para mí son cuadros de distintos colores. El lunes es gris, a pesar de que me encantan los lunes pues ordenan la semana, son como miradores y días de paz. Y muy míos. Pero el año para mí es una serpiente, se mueve con el son del cascabel, huye. Y el que empieza apenas asoma la cabeza brioso por zigzaguear en los días y los meses como si todo de verdad comenzara, en una ilusión insólita y absurda pero necesaria.

Esa frontera entre la cola y la cabeza de la serpiente anual son también los libros que he leído y los que sé que leeré, o que quiero leer, más los que se atraviesen en el camino. Por fortuna la lectura no es como un curso rígido, es una aventura y un ejercicio de libertad que no está armado del todo. Conversaciones, reseñas, amigos, curioseos, viajes, interés en temas específicos por motivos de la propia escritura van dando sus jalones y armando la cartografía lectora.

Hay quienes con método envidiable anotan sus lecturas y conservan una bitácora que la memoria difícilmente iguala. No es mi caso, así que mencionaré algunos libros que acompañaron mi año y a los que valió la pena dedicarles tiempo y asombro: cumplieron con su poder de seducción y huella. Mencioné algunos de autores jóvenes en una de las colaboraciones del año pasado, así como el primer tomo de las memorias de J.J. Armas Marcelo. La grabación de entrevistas para Contraseñas en el Canal 22 (con Rosa Beltrán) y para Palabra de autor en el Canal Once me acercó a lecturas y autores nuevos y conocidos, con el ánimo de contagiar el interés por escritores y sus obras desde sus vidas, trayectorias y oficio. Imposible dar cuenta de todas las lecturas que acompañaron las charlas. De estas entrevistas se escapó David Toscana, quien ahora vive en Madrid pero su Olegaroy, novela que recibiera el Premio Villaurrutia y el Elena Poniatowska, fue otra vez el encuentro con la mirada original y la prosa ajedrecista —precisa y limpia— de un autor que crea personajes extravagantes y posibles, diletantes del absurdo como este que filosofa mientras se enamora de una muerta cuyo colchón de deceso ha robado y asiste a funerales para comer canapés con su madre. Mar de leva, del colombiano Octavio Escobar, es una novela breve y vertiginosa sobre la iniciación sexual de un adolescente en un resort de playa donde su madre (cuyo marido está secuestrado) y la amiga de ésta, con la que se hospedan, que es lesbiana y muy libre sexualmente, le organizan un rito singular con personajes fellinescos, más cercanos al mundo del grotesco sueño de autores de Estados Unidos, que a Conrad, como reza la contraportada. Asesinato en el parque Sinaloa, de Élmer Mendoza, azuzó mi asombro por la construcción de thrillers y de nuevo la cercanía y confianza que ya le tenemos al Zurdo Mendieta, con estrategias siempre por delante de cualquier suposición del lector, en un mundo cercano con situaciones conocidas, como el que aquí pinta en Los Mochis, y como siempre el lenguaje que casi se puede comer a tenedorazos. 42 M2, de Fabrizio Mejía Madrid, revela las entrañas de una familia en su espacio doméstico a contrapunto con relatos fascinantes de Breton y la cocina, el comedor de Burroughs, el baño de Lowry, entre otros. Aparición forzada, de Ernesto Alcocer, me pareció una novela sorprendente porque retrata el mundo corporativo, sus aspiraciones y su despeñadero, cuando liquidar a un empleado es un asunto que llevará a reflexiones y actos donde la impotencia encuentra una salida. Desde luego los cuentos reunidos de Carlos Martín Briceño que desde Mérida no ha hecho más que dar pruebas constantes de su mirada para poner luz en lo oscuro cotidiano, en la pareja y sus abismos, y cuyo cuentario De la vasta piel, que generosamente me invitó a prologar, le valió el premio Fuentes Mares. Las minificciones siempre gozosas y juguetonas de Armando Alanís en sus varios libros breves y bellos. La nada, de la poeta canaria Elsa López, mujer de enorme calidez, fuerza y con una historia personal guerrera en tiempos del franquismo, fue la espuma del café: lo breve y lo sutil, lo que cala y perdura.

En la cabeza de la serpiente aguardan más de los cuentos de Peter Taylor; Una noche en el paraíso, de Lucia Berlin, Perseguir la noche de Rafael Pérez Gay, La manzana de Nietzsche de Juan Carlos Chirinos, Ahora me rindo y eso es todo, de Álvaro Enrigue; Viajeros en los andenes, de Álvaro Ruiz Abreu; El asesino tímido, de Carla Usón… y el resto del zigzagueo.

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