El gris está en la piedra, el gris

adentro de la piedra, el gris

en el callado corazón

de la piedra.

Escribió Eliseo Diego en el poema “Donde se edifica la ciudad de Tallín” que conforma el libro Cuatro de oros, editado por Siglo XXI en 1991, y que concibió en una estancia de poco más o menos seis meses en la entonces Unión Soviética, donde se dedicó a crear versiones de algunos poemas de algunos poetas que escribieron en ruso, idioma que Eliseo Diego no hablaba, por lo que perseguía obsesivamente a sus pacientes intérpretes con preguntas acerca del significado de cada palabra: “Significa esto, pero ¿puede significar también esto o esto otro?”

Entre los poetas que recreó en español, en versiones que acaso pueden tener el “defecto” de parecer poemas de Eliseo Diego (aunque afirmaba que los rusos reconocían el original en ellas), se encuentran, entre otros, Alexandr Blok, Yakub Kolas, Anna Ajmátova, Boris Pasternak, Ósip Mandelshtam, y se publicaron en un volumen inverosímil, editado en la ciudad de La Habana en 1987 por la Editorial Arte y Literatura con el intimidatorio título de Poesía soviética.

“Le robaron su nombre”, recuerda Eliseo Diego en un verso de “Donde se edifica la ciudad de Tallín”. Se refiere al Maestro Albañil que, según una leyenda estonia, se cayó de un andamio cuando sus enemigos lo llamaron. También hubiera podido aludir a muchos escritores que perdieron su nombre en la Unión Soviética.

En Esclavos de la libertad, Vitali Shentalinski conjetura que, cuando Ósip Mandelshtam leyó en la Lubianka, sede de la KGB, ante su instructor, alguno de los versos que había escrito, quizá le parecieron insólitamente impertinentes:

Por el atronador heroísmo de los siglos futuros,

por la sublime raza humana

he perdido mi copa en el banquete de los antepasados
mi alegría y mi honor.

Su esposa, Nadiezhda Yakóvlevna, recordaba que había sido la noche del 13 al 14 de mayo de 1934, pero Shentalinski sostiene que fue la noche del 16 al 17 de mayo cuando los agentes de la OGPU, el Directorio Político Unificado del Estado, Guerasímov, Vepríntsev y Zablovski cumplieron con una misión en el departamento 26 del número 5 de la calle Nashokinski de Moscú, donde vivía el matrimonio Mandelshtam, al que Anna Ajmátova había ido a visitar la víspera desde Leningrado.

“El registro se alargó durante varias horas”, refiere Shentalinski: “inspeccionaron libro por libro, incluso miraban debajo de los lomos y rajaban los libros encuadernados; escudriñaron en todos los cajones y rincones”. Cuando se llevaron a Ósip Mandelshtam ya era de día. “Su mujer puso algunas cosas en una maleta: artículos de aseo, cuellos para las camisas. Ósip Emílievich se llevó libros, siete en total, entre los que estaba un volumen de Dante: su guía por el infierno”.

En Conversaciones sobre Dante, que editó la Universidad Iberoamericana en 1994 en una traducción de Marilyn Contardi y Cecilia Beceyro de la traducción al francés de Louis Martinez, Mandelshtam advierte que “el discurso poético es un momento que edifica el entrecruzamiento de dos resonancias: una de ellas se impone a nuestra percepción, a nuestro oído, como las modificaciones que el dibujo poético va produciendo en sus propios instrumentos a medida que se despliega; la otra resonancia es el discurso propiamente dicho, la labor fonética y melódica realizada por estos instrumentos”.

También creía que “el arte de la palabra desfigura nuestro rostro, disloca la paz, deshace la máscara”.

Recientemente, la editorial AnDante publicó La estampilla egipcia y “El fin de la novela” de Ósip Mandelshtam traducidos y anotados con lucidez por María del Mar Gámiz con un “paréntesis” de David Huerta. “Escrita entre 1927 y 1928”, refiere Gámiz, “la acción de La estampilla egipcia se sitúa en mayo y junio de 1917. Había pasado el primer gran movimiento revolucionario de febrero y se respiraban los aires angustiantes de octubre”. Se trata de un relato lúdico, acaso carnavalesco, que con un humor libre, imágenes sugerentes y hallazgos verbales asombrosos recrea festivamente Petersburgo. Fue ese sentido del humor, sin embargo, el que lo condujo a la Lubianka, al exilio dentro de la Unión Soviética y a una forma de ajusticiamiento en el campo de concentración de Kolymá cuando la KGB supo que había concebido un poema sobre el “montañés del Kremlin”: Iósif Stalin.

Lo había declamado ante varias personas y sólo lo anotó en papel en la Lubianka, donde ya existía una copia:

Vivimos sin percibir el país bajo nuestros pies,

nuestras palabras a diez pasos no se oyen,

y donde con una breve charla basta

nos salen con el montañés del Kremlin.

En busca de redención, Mandelshtam escribió una “Oda a Stalin”. “Trató de componer un poema que lo ensalzara”, sostiene Shentalinski, “pero el resultado fue una obra fría, inexpresiva... y además inútil, ya que había centenares de diligentes escritorzuelos que lo hacían mucho mejor”.

En los últimos versos de “¿Dónde voy a meterme en este invierno?”, uno de los poemas que recreó Eliseo Diego, Ósip Mandelshtam había escrito:

¡Un médico, un lector yo necesito!

¡Una conversación en la escalera!

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