El 17 de septiembre de 1925, luego de presenciar los últimos festejos por la independencia, Frida Kahlo y Alejandro Gómez Arias emprendieron el camino del Zócalo a Coyoacán.

Aquella fue la época en que las rutas de los novedosos camioncitos de madera se impusieron a los clásicos tranvías que circulaban a su antojo por la capital. En un breve recuento de la historia del transporte público se menciona que “poco a poco, los ‘camioncitos’ fueron ganando popularidad y los tranviarios reaccionaron de forma violenta ante la disminución de pasaje en sus unidades, arrollaban a los camioncitos’, provocando numerosas muertes y heridos”.

Era tal la desorganización vial que los choques estaban a la orden del día y la prensa no se daba abasto para cubrirlos. Fue en ese contexto, como relató Hayden Herrera, que Kahlo y Gómez Arias alcanzaron asientos contiguos en la parte trasera de un camión que sería embestido por un tranvía.

La pintora tenía grabado en la memoria el accidente que casi le cuesta la vida: “El tranvía marchaba con lentitud, pero nuestro camionero era muy joven y muy nervioso. El tranvía, al dar la vuelta, arrastró al camión contra la pared. Yo era una muchachita inteligente, pero poco práctica, pese a la libertad que había conquistado. Quizá por eso no medí la situación ni intuí la clase de heridas que tenía. En lo primero que pensé fue en el balero de bonitos colores que compré ese día y que llevaba conmigo. Intenté buscarlo, pensando que todo aquello no tendría mayores consecuencias”.

La crónica de Gómez Arias deja entrever la magnitud del impacto: “Algo extraño pasó. Frida estaba completamente desnuda. El choque desató su ropa. (…) La levanté, en ese entonces era un muchacho fuerte, y horrorizado me di cuenta de que tenía un pedazo de fierro en el cuerpo. Un hombre dijo: ‘¡Hay que sacarlo!’. Apoyó su rodilla en el cuerpo de Frida y anunció: ‘Vamos a sacarlo’. Cuando lo jaló, Frida gritó tan fuerte que no se escuchó la sirena de la ambulancia de la Cruz Roja (…). Antes de que apareciera, (la) levanté y la acosté en el aparador de un billar. Me quité el saco y la tapé con él. Pensé que se iba a morir. Dos o tres personas sí fallecieron en el escenario del accidente y otras, después”.

Al día siguiente, el único periódico que publicó una nota sobre lo ocurrido fue EL UNIVERSAL, que en su primera plana destacó: “Un tren de Tlalpan arrolló en la calzada San Antonio Abad a un camión (…) lleno de pasajeros. A las diecinueve horas, en la esquina que forman las calles de Cuauhtemotzin y San Antonio Abad, se registró un choque entre el motor 829 (…) que era manejado por el motorista 8849, J. Gómez, (…) y un camión (…) marcado por la placa 17,885 y que manejaba el chofer Jesús Belmont. Testigos de los hechos declararon (…) que el único culpable del terrible accidente fue el motorista Gómez, quien no tuvo la precaución de disminuir la velocidad (…), lo que dio por resultado que el tranvía chocara con el camión, que quedó totalmente destruido. (La) señorita Frida Kahlo, que pertenece a una distinguida familia de Coyoacán, presenta contusión profunda en las vísceras abdominales, probable fractura de pelvis y fractura de pie derecho”.

El diagnóstico final para Frida fue dramático: se fracturó la columna vertebral en tres partes de la región lumbar, así como la clavícula y una costilla. Además sufrió 11 fracturas en la pierna derecha, de la cual su pie quedó también dislocado. La pelvis rota y, en palabras de Herrera: “El pasamanos de acero, literalmente, le atravesó a la altura del abdomen, entró por el lado izquierdo y salió por la vagina”.

Las secuelas de aquel suceso la acompañaron hasta el final de su vida. En una ocasión, recordando esa trágica tarde de su juventud, dijo: “Fue un choque raro. No fue violento sino silencioso y pausado, y dañó a todos: más que a nadie, a mí”.

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