Se dice que en México la “sociedad civil” emergió de los terremotos de 1985. Ante un gobierno paralizado, la gente salió a las calles y se organizó, salvó vidas, sacó gente de entre los escombros, llevó agua, medicinas y alimentación a los damnificados y hasta danza y teatro para curar las heridas invisibles. Todas esas mujeres y hombres y miles de jóvenes se miraron en un espejo nuevo y descubrieron de lo que son capaces colectivamente. Y quizá sus hijos o sus nietos repitieron la hazaña durante los sismos de 2017 y se volcaron en las urnas de 2018. El paternalismo autoritario parecía despedirse.

Hay múltiples y diversas organizaciones de la sociedad civil y fundaciones que llegan a donde el Estado no alcanza y que cada día con más profesionalismo, seriedad y compromiso trabajan para cambiarle la vida a otros. Ya sea de izquierda, centro o derecha, acogen a niños en situación de calle y les dan casa, alimento, familia y escuela. Personas en condición de indigencia encuentran en ellas opciones de desintoxicación, empleo y autoestima. Hay las que rescatan jovencitas que han sido víctimas de la trata y las preparan para seguir sus vidas en dignidad. O las que les llevan libros y biblioterapia a los huérfanos o a inmigrantes en los albergues. Están las que pagan la quimioterapia de niños enfermos sin recursos y el traslado de sus padres al hospital desde pueblos remotos. Hay quienes se entrenan para dar acompañamiento psicológico y alimento a los familiares de pacientes en hospitales públicos. Otras estimulan la creatividad de pequeños con parálisis cerebral o llevan risoterapia a las clínicas. Alguna otorga becas a estudiantes con discapacidad y lucha por la inclusión en las escuelas.

Nos asombran asociaciones de promoción de lectura, de fotógrafos invidentes o de montañistas que hacen “escalada con causa”. Otras invierten todo su tiempo en la búsqueda de cine de calidad para los niños. También, las que se integran para proteger el patrimonio cultural y el paisaje de sus ciudades. O las que promueven el teatro en las cárceles y la actuación como reencuentro con la vida de miles de gentes privadas de su libertad. Una en especial se dedica a la reinserción social de los internos y a mejorar las condiciones en las que los hijos de mujeres en prisión crecen junto a su madre. Hay asociaciones que viajan por los rincones más remotos del país para instalar de la mano de las comunidades indígenas telefonía celular e Internet. Otras, abocadas al rescate de espacios públicos con perspectiva de género, y refugios para mujeres víctimas de violencia.

Cada día tienen más peso las que se abocan a los derechos humanos, los de las mujeres, los de las minorías LGBTTTIQ, así como las que defienden la libertad de expresión y acompañan a las víctimas o a los deudos de periodistas asesinados. O las que se abocan a la búsqueda de desaparecidos.

Hay organizaciones y fondos dedicados a la conservación del medio ambiente que trabajan con las comunidades para que puedan beneficiarse de sus recursos naturales en una relación sostenible con su entorno y otras que promueven el ecoturismo. La Red Monarca es una prueba de que la alianza inteligente entre comunidades, sociedad civil y gobierno funciona para que la mariposa más bella del mundo pueda viajar a salvo hasta su destino cada año. Muchas enfrentan al crimen organizado y se juegan la vida en la conservación de bosques, especies marinas, manglares y ecosistemas. Maravilla la asociación de jóvenes que diseñaron un sistema de captación, filtro, desinfección, almacenamiento y potabilización de agua de lluvia.

Es en el esfuerzo de unas 28 mil organizaciones en donde se expresa la versión más plural posible de ciudadanía, creatividad y trabajo comunitario. Lejos del desdén y la ofensa gubernamental, merecen apoyo, aliento y respeto. Cuidado con barrer la casa y arrasar con lo mejor que tenemos.

adriana.neneka@gmail.com

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