Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez

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Miguel Ángel Garnica

Una de las necesidades básicas del ser humano es el esparcimiento, un tiempo de ocio donde podamos aprender y descansar de la rutina. A principios del siglo XX, los kioscos de diversas plazas públicas y ciertas partes del Bosque de Chapultepec cumplían con la función de ser un lugar de convivencia, donde los habitantes de lo que hoy conocemos como “colonias” pudieran disfrutar de un concierto o alguna obra teatral de manera gratuita.

Sin embargo, la creación de un programa en específico que se encargara de realizarlas llegó con la organización de las Olimpiadas de 1968, con la intención de complementar las actividades deportivas a la usanza de los griegos.

Por ello, el gobierno del entonces Departamento del Distrito Federal - a través de la Dirección de Acción Social- y los representantes del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos se dieron a la tarea de invitar y gestionar exposiciones, conciertos, presentaciones de ballet, foros académicos y literarios, entre otras actividades, en colaboración de 97 países invitados.

El Programa Cultural de los Juegos Olímpicos de la XIX Olimpiada se inauguró el 19 de enero de 1968 en el Palacio de Bellas Artes, donde se ejecutaron danzas tradicionales de Grecia, México y África. La ceremonia contó con la presencia del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz; Avery Brundage, entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, el “gobernador” del D.D.F. Alfonso Corona del Rosal y Pedro Ramírez Vázquez, arquitecto mexicano que presidió el Comité Organizador de la justa olímpica y de distinguidas personalidades nacionales e internacionales.

Cuando en el Zócalo capitalino no había shows
Cuando en el Zócalo capitalino no había shows

Función de ballet griego en la Alameda Central, dentro del programa de la Olimpiada Cultural “popular”, donde hubo presentaciones al aire libre de espectáculos culturales que provenían de Francia, Rusia, Inglaterra, Estados Unidos, Cuba, Italia, Grecia, Alemania y demás países. Colección Villasana – Torres / D.D.F. 

En las Memorias de los Juegos Olímpicos, citan parte del discurso que dio el presidente aquella noche: “Es un gran honor para México haber enriquecido los modernos Juegos Olímpicos con la vieja idea, auténticamente olímpica, de que no fueran simplemente el cultivo del músculo, sino, al mismo tiempo, las manifestaciones más altas de la cultura, las que constituyeran el espectáculo fundamental, como ocurría en las Olimpiadas de la antigua Grecia”.

El desarrollo de estos eventos abarcó del 19 de enero al 31 de diciembre, logrando que la mayor parte de los mismos estuvieran al alcance de todos los sectores de la sociedad e incluso, tuvieron presentaciones en ciudades como Monterrey, Guadalajara o Guanajuato.

Una de las acciones tomó el nombre de “Festival Internacional de las Artes”, que comprendió “la actuación de 93 conjuntos y solistas (compañías de ópera, orquestas sinfónicas y de cámara, dúos, solistas, ballets, conjuntos corales, de teatro y de jazz) que se presentaron en mil 821 funciones; por otra parte, incluyó la presentación de 71 exposiciones. Del total de actos que comprendió el Festival, 95 fueron internacionales y 69 nacionales”, que se agendaron en espacios públicos, museos y teatros del país.

Cuando en el Zócalo capitalino no había shows
Cuando en el Zócalo capitalino no había shows
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Cuando en el Zócalo capitalino no había shows
Cuando en el Zócalo capitalino no había shows

“La acción cultural que viene desarrollando el DDF, no tiene paralelo en el mundo. Posiblemente en otros lugares, y por lo general bajo el patrocinio de instituciones privadas, se realicen espectáculos para esparcimiento de las masas, pero en la ciudad de México, en los últimos tres años, se han organizado cerca de 7 mil audiciones, en todos los rumbos del Distrito Federal”, se lee en las páginas de las Memorias de los Juegos Olímpicos. En este caso, se registraron acciones en la Plaza de la Santa Veracruz.  Colección Villasana – Torres / D.D.F.

De las actividades más concurridas aquel 1968 fueron las que se realizaron en espacios públicos y el sitio emblemático para llevarlas a cabo fue la Alameda Central, que contó con la instalación de escenarios y gradas para que los asistentes pudieran disfrutar del talento de cantantes o bailarines.

He aquí el precedente de los conciertos masivos, estrellas musicales de la talla de Celia Cruz o Raphael fueron los responsables de que la Alameda estuviera ocupada por más de 25 mil personas que bailaban -y tal como hoy, gritaran- al ritmo de sus canciones.

Cuando en el Zócalo capitalino no había shows
Cuando en el Zócalo capitalino no había shows

La famosa cantante cubana Celia Cruz durante su presentación en la Alameda Central aquel 1968. Colección Villasana – Torres / D.D.F.

El D.D.F. describiría que estas acciones, así como la lectura de poesía, la instalación de esculturas en avenidas o calles, conciertos de jazz, presentaciones de cine o teatro guignol, eran “un obsequio para el espíritu” y que de esta forma el habitante de la urbe gozaría no sólo de la aparición de sistemas que mejorarían el transporte como el Metro, sino también tendrían una buena calidad de vida.

El Gran Diario de México cubrió el concierto que Raphael brindó de manera gratuita el domingo 11 de febrero de 1968 y un día después, en la reseña titulada “Tumulto en la Alameda para oír a Raphael”, describió que miles de personas, en su mayoría adolescentes, habían llegado a la Alameda a las seis de la mañana para “apartar su lugar” y estar en primera fila para ver al ídolo español, que saldría a las dos de la tarde y que llegaría al espacio escoltado por motociclistas de la entonces Dirección de Tránsito y una cantidad impresionante de elementos de seguridad, trescientos.

“Flores y pastos fueron rudamente maltratados por la multitud. Sesenta personas, en su mayoría jovencitas que vestían ropas sicodélicas, se desmayaron o sufrieron ataques de histeria al escuchar y ver actuar a su ídolo. Una jovencita fue víctima de un colapso nervioso y hubo necesidad de trasladarla al Hospital de Traumatología de Balbuena para su inmediata atención.

Asimismo, hubo gran número de menores extraviados” reportaba EL UNIVERSAL. Su repertorio fue bastante corto, sólo interpretó cuatro canciones y estuvo acompañado por la orquesta de Kay Pérez y por el Mariachi Vargas de Tecalitlán; como preámbulo a su espectáculo se presentó el Ballet Gimnástico Danés y el Ballet Azteca. Aquí y en otras plazas públicas se presentaron artistas como Lola Flores, Óscar Peterson, Chico Hamilton, Armando Manzanero, José Alfredo Jiménez, Pedro Vargas.

Cuando en el Zócalo capitalino no había shows
Cuando en el Zócalo capitalino no había shows

Uno de los múltiples conciertos masivos que se presentaron en la Alameda Central en 1968. La fotografía congeló el momento en el que la cantante Massiel interpretaba uno de sus éxitos. Colección Villasana – Torres/ D.D.F. 

“Una de las más brillantes fue la celebrada el domingo 24 de agosto de 1968, en que en la Alameda Central se rindió un homenaje al músico poeta Agustín Lara, ante más de 30,000 mil espectadores…. El Teatro al Aire Libre fue denominado “Agustín Lara” y en el homenaje participaron Chelo Vidal, Avelina Landín, Jorge Fernández, Amparo Montes, Salvador García, José Luis Caballero, Rebeca, Carmela Rey y Rafael Velázquez, Libertad Lamarque, Alejandro Algara, Pedro Vargas y Toña “La Negra””, se escribió en las Memorias de la justa olímpica.

Una vez culminado el Programa de la Olimpiada Cultural y tras el éxito que tuvieron las funciones al aire libre, el gobierno se vio en la necesidad de edificar un sitio especial que tuviera cabida para miles de personas; paulatinamente se inauguraron centros deportivos y sociales que sirvieran para este tipo de actividades.

La Dirección de Acción Social, Cívica y Cultural (SOCICULTUR) era la institución encargada de manejar 786 espacios culturales del Distrito Federal, cuya vocación radicaría en “entretener y proporcionar la infraestructura para actos cívicos y protocolarios, y de proveer al gobierno apoyos logísticos necesarios para sus operaciones políticas”. Una de sus funciones era la gestión y producción de eventos en plazas públicas, a los que también invitaba a cantantes y grupos de renombre, siendo un ejemplo el veinticinco aniversario de Lucha Villa como figura pública.

Dicha dirección desapareció tras la llegada del primer Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas, quien autorizó la creación del Instituto de Cultura de la Ciudad de México, mismo que se encargaría de organizar actividades culturales para la capital y que tiempo después pasaría a ser la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.

Sin embargo, el clima político del país después de la matanza estudiantil de 1968 no permitió que se hicieran actividades multitudinarias de forma regular o que complacieran los gustos juveniles o de moda de la sociedad.

Las actividades al aire libre fueron controladas por el gobierno y fue hasta el 9 de abril de 1989 que se volvió a permitir la organización de un concierto masivo, en este caso el artista fue Rod Stewart en el Estadio La Corregidora, de Querétaro. Evidentemente, ningún estado del país estaba preparado para un “show” de esa magnitud y si bien el resultado fue bueno, no contó con una producción de excelencia.

Con el nacimiento de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México en 2002, resurgieron los programas para las presentaciones en espacios públicos y que esta vez contemplaban al Zócalo capitalino, siendo los conciertos de Café Tacvba (2005) y Manu Chao (2006) los primeros en congregar a más de cien mil espectadores.

Mientras tanto, los corredores de la Alameda Central se encontraban cada vez más descuidados: “presentaba un deterioro en su cobertura vegetal, infraestructura, pavimentos, fuentes y esculturas, además de hallarse invadido por el comercio informal y ser bautizado como estacionamiento y bodega”, mencionaba esta Casa Editorial en julio de 2012. Fue hasta el gobierno de Marcelo Ebrard que se llevó a cabo un plan de remodelación de uno de los pulmones de la ciudad, de marzo a noviembre de 2012.

La magnitud de los daños que puede provocar un evento al aire libre en una ciudad como la nuestra se podrían equiparar con su tamaño: monumentales. No es una novedad que tras un evento deportivo, cultural o artístico las zonas queden sucias o las áreas verdes maltratadas.

Los contras del entretenimiento en espacio público

En días pasados nuestro compañero Héctor de Mauleón informaba que tras el sismo del pasado 19 de septiembre, autoridades del INAH informaron en una tarjeta que la Catedral Metropolitana “sufrió daños diversos que pueden catalogarse como importantes y que pueden comprometer la estabilidad estructural del inmueble”, por lo que recomendaban restringir o modificar el uso del espacio del atrio y el que la rodea, es decir, parte de la Plaza del Seminario, el tramo de Avenida 20 de Noviembre y la Plaza de la Constitución.

Aún con esta recomendación, las autoridades -locales y federales- decidieron llevar a cabo el concierto “Estemos Unidos Mexicanos” al que asistieron 170 mil personas en el Zócalo. Evidentemente, las vibraciones producto de la música y el transitar peatonal dejó daños en uno de los íconos de la capital.

Astrid Rivera reportó que “Felipe Galicia, Capellán del Coro de la Catedral, explicó que después del evento multitudinario y por la excesiva sonoridad que se dio en la Plaza de la Constitución se manifestaron nuevos daños en el recinto”; actualmente, se están realizando trabajos de apuntalamiento de emergencia.

Desde 1968 se sabía que la ciudad necesitaba de espacios específicos donde la población pudiera acudir de manera gratuita a este tipo de presentaciones. ¿De qué sirve que se hayan construido si hoy en día todos están privatizados? Desde los teatros hasta los centros deportivos, todos están concesionados y cerrados al público, ni si quiera para que conozcan su interior.

Las plazas públicas y los centros sociales-culturales volvieron a ser el único espacio de convivencia en el que podemos disfrutar de estos espectáculos -que al mismo tiempo de cubrir la función de esparcimiento cumplen con una idea política-y al no contar con una educación cívica pertinente los dañamos cada vez que los utilizamos.

Por ello, muchas de ellas, como el caso de la Alameda Central, se han visto despojadas de esta función: sólo a los costados se ha permitido que se presente algún tipo de espectáculo y la producción es bastante sencilla, al igual que en el kiosco de la Alameda -muy cerca de Avenida Hidalgo- que de vez en cuando es sede de algún concierto.

¿Será que algún día aprenderemos a cuidar todo aquello que nos ha dado identidad?

Nuestra foto principal es del concierto del cantante español Raphael en la Alameda Central. Colección Villasana-Torres.

La imagen comparativa antigua ilustra un bailable de danza regional mexicana aquel año. Colección Villasana- Torres / D.D.F. La imagen actual fue tomada de Google Maps.

Fuentes:

Libro Memorias de los Juegos Olímpicos 1968 “La Olimpiada Cultural”, D.D.F. Libro “México contemporáneo. Cronología (1968-2000)” de Carlos Betancourt Cid, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM). Artículos “En octubre “renace” la nueva Alameda Central del DF”, “La Catedral en peligro” de Héctor de Mauleón, EL UNIVERSAL, febrero de 1968. “Concierto en el Zócalo provocó más daños a la Catedral” de Astrid Rivera, EL UNIVERSAL, “Metamorfosis de Socicultur”, EL UNIVERSAL.

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