Richie Valenz


 

Se acercaba el 19 de septiembre y como cada año se anunció el simulacro a nivel nacional en donde teníamos que realizar "el protocolo" de evacuación que Protección Civil nos dirigiría, mi esposa perteneciente al grupo de Protección Civil de Palacio Nacional y Jefa de piso, se colocó su indumentaria (casco, chaleco y silbato) para esperar el momento y cumplir con lo establecido.

 

Todo transcurrió de forma lenta pero efectiva.  Al escuchar la alarma, bajamos desde el cuarto piso hasta llegar al "Jardín de la Emperatriz", hermoso lugar dentro de Palacio Nacional y con espacio suficiente para concentrar el gran contingente de empleados de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Al cabo de unos minutos regresamos a nuestros lugares de trabajo satisfechos de haber cumplido el protocolo de seguridad.

 

No pasó mucho tiempo cuando de pronto una vibración en el piso nos asustó e incluso pensamos que alguna máquina pesada había caído, pero inmediatamente todo se comenzó a mover al tiempo que alguien gritó: "¡Está temblando!
Intentamos replegarnos en las columnas destinadas para ello pero el piso ya se movía muy fuerte. Hasta ese momento nadie decía nada, solo se escuchaban algunas expresiones de las mujeres que rápidamente entraron en pánico y más aún cuando al fondo del pasillo se cayeron dos plafones y levantaron una columna de polvo acompañado del fuerte ruido que ello provocó.

 

Mi compañera y esposa no pudo tomar el silbato para alertar a la gente, pero ya no fue necesario puesto que todo estaba transcurriendo tan rápido que lo único que importaba era acomodarse en los espacios señalados para esa clase de eventos.

 

Cuando me di cuenta de la magnitud del sismoinmediatamente comencé a bajar las escaleras, ya que mi preocupación principal era mi hijo, el cual se encontraba en la secundaria, a solo unas cuadras del lugar. Salí por el estacionamiento que da a la calle de Correo Mayor y quise comenzar a correr pero toda la gente de los negocios, mas la que transitaba por las banquetas ya habían saturado la calle y mi prisa se convirtió en un andar muy atropellado porque demasiada gente también corría.

 

Finalmente llegué a la calle de Regina, donde se encuentra la secundaria No. 1. En el lugar ya se encontraban algunos padres de familia intentando entrar pero la persona que resguardaba la seguridad del inmueble no nos permitió el acceso. Al cabo de pocos minutos llegaron más papás y mamás desesperados, que como yo querían ingresar para saber de sus hijos. Fue tanta la presión ejercida sobre la puerta que finalmente se dio el paso para poder llegar a donde estaban los alumnos, que afortunadamente ya se encontraban formados en el patio.

 

Sentí un gran alivio al ver que mi hijo Ricardo, de tercer año estaba bien aunque con una carita  de terror; desde el sismo anterior quedó algo asustado, sin embargo esta vez le tocó estar sin su familia. Quizá por estar con sus compañeros no gritó, cosa que me imagino a todos los alumnos les pasó. La única indicación del director fue que los maestros supervisaran que cada alumno saliera del plantel con su papá o mamá y que las mochilas se quedaran en los salones de clases.

 

Al salir de la escuela tenía tres preocupaciones más: llamar a mi esposa para ver cómo le había ido en Palacio Nacional y comentarle que nuestro hijo ya estaba conmigo, pero ¡maldita señal de celular! Por otro lado, saber si mi hija, que trabaja en una plaza frente a la Torre Latino estaba bien. "Pero gracias a Dios ella salió bien y descubrió que WhatsApp funcionaba con mensaje de voz". Me mandó un mensaje diciendo que ya se dirigía hacia Palacio para encontrarnos, misma aplicación que usé para localizar a mi espos, que ya se encontraba en la plancha del Zócalo Capitalino.
 

Una preocupación más era mi  madre, que vive en el cuarto piso de un multifamiliar y con la cual no hubo manera de comunicarme porque ni el teléfono fijo funcionó y ella detesta los celulares. Ya más tarde utilicé una bicicleta y llegué a donde ella se encontraba sólo para corroborar que se encontraba bien.

Una vez reunida la familia, optamos por caminar rumbo a la casa, que por cierto nos queda a solo dos estaciones del metro con rumbo hacia el sur. Ya íbamos más tranquilos a pesar de que en el fondo y como todas las personas, sentíamos el horror de volver a experimentar una réplica del sismo. Durante el recorrido sobre Tlalpan nos dimos cuenta que en San Antonio Abad un edificio colapsó de forma curiosa ya que solo el tercer piso se comprimió, "¡pobre gente!".

 

Ya en casa tomé la bicicleta para ir con mi madre, por los rumbos de la colonia Anáhuac y decidí usar ese medio de transporte porque al caminar por Tlalpan me percaté que el "metro viajaba lentísismo y la gente no parecía sardina, sino lo que le sigue".

Al pasar por colonias como la Doctores y Roma pude observar que había edificios muy dañados e incluso caídos, lo cual provocó que mi viaje fuera más tenso y veloz. Después de unos minutos mas, llegué a mi destino y sentí un gran alivio al observar que todo estaba "normal" y que mi madre y hermano estaban bien aunque muy asustados todavía. Estuve con ellos unos cuantos minutos y "salí como llegué". A toda prisa me dirijí hacia la fábrica de la colonia Obrera, misma que segundos antes y por la radio me enteré, había colapsado.

 

Tiempo antes, cuando salí de casa le había pedido a mi esposa su indumentaria de Protección Civil debido a las circunstancias que estábamos viviendo. Opté por ir "bien equipado" y por eso me dirigí a esta fabrica de Bolívar y Chimalpopoca para ver en que podía ayudar. Grande fue mi sorpresa al ver a tanta gente organizada y trabajando con botes para sacar escombros que amarré mi bici a un poste y trepé de inmediato hasta el techo de las ruinas con todo y un pico que me habían ofrecido para comenzar a trabajar.

 

La verdad no duré mucho tiempo ya que alrededor de los 20 minutos, trastabillé y me lastimé la rodilla que hace ya algunos años me operaron y en la cual colocaron tornillos para que el hueso soldara bien y rápido. Quise seguir pero no había manera de poder poner un pie fijo en el terreno que pisaba. Muy a mi pesar tuve que regresar la herramienta que me facilitaron y comencé el camino a casa por la calle de Isabel la Católica, sin bicicleta y a pie porque ya en casa recordé que se había quedado amarrada al poste.

 

Mi celular ya carecía de batería, ahí fue cuando me di cuenta que el día fue largo, largo, largo...

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