Los gestos de asombro se convirtieron en gritos de terror cuando los violentos movimientos de la Tierra le cambiaron el rostro a la Ciudad de México hace 40 años. El jueves 19 de septiembre a las 7:19 de la mañana la naturaleza impuso sus reglas. Un terremoto de magnitud 8.1 con epicentro en la costa de Michoacán escribió en unos segundos nuevas historias.
La muerte de unas 10 mil personas también trajo enseñanzas. Los terremotos no se pueden predecir, pero la cultura de prevención es un eficaz escudo contra los fenómenos naturales. Esa mañana la ciencia impuso nuevos criterios y el país aceptó su condición de territorio sísmico.
México es un territorio sísmico debido a su ubicación en el Cinturón de Fuego del Pacífico y la interacción de varias placas tectónicas, como la de Cocos, Rivera, del Pacífico y Norteamérica. Esta actividad genera frecuentes movimientos telúricos, especialmente en la costa occidental.
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El doctor Víctor Hugo Espíndola, jefe de Análisis e Interpretación de Datos Sísmicos del Servicio Sismológico Nacional (SSN) señala que un cambio fundamental fue el desarrollo de la cultura de protección civil. En 1988, se fundó el Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) en colaboración con la Agencia de Cooperación Internacional de Japón y la Secretaría de Gobernación. El sistema de Alerta Sísmica en la Ciudad de México comenzó a funcionar en 1991, tras un proyecto iniciado por el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (CIRES) en 1989. Este sistema opera con sensores que avisan de la llegada de ondas sísmicas peligrosas a la región, brindando segundos valiosos para que la población busque un lugar seguro.
Historia centenaria
Otra pieza fundamental ha sido el Sistema Sismológico Nacional que acaba de cumplir 115 años. Se encarga de caracterizar la sismicidad en México. Ofrece la posición espacial y la magnitud de los sismos que ocurren en el territorio. Brinda información de los sismos que percibe la población y aquellos que no sienten, pero que son relevantes. Se registran alrededor de 100 sismos al día y aunque muchos son imperceptibles, todos brindan información sobre lo que sucede al centro de la Tierra.
Espíndola dice que hoy tenemos la instrumentación sísmica que tiene el mundo, algo que no sucedía en 1985. “La red de monitoreo es mucho más amplia, pero además diversas instituciones, como Veracruz, Colima, Jalisco y Chiapas nos confían sus datos; sin embargo, el territorio es tan grande que aún nos quedamos cortos”.
El reto es ampliar la información, pues “los sismos que ocurren cotidianamente y son detectados por la diferente instrumentación, proveen más información del comportamiento de las zonas sismográficas”. Y que de esta manera los sismos de distintas partes del país nos ayudan a definir fallas activas, no solo para establecer reglamentos de construcción que salvaguarden los edificios y las personas que habitan en ellos, sino que ayuden a generar más información sobre aspectos muy particulares de los diferentes tipos de suelo y fallas de nuestro país.
Explica que en el Valle de México la amenaza sísmica es muy grande y la lección sobrevino la mañana del 19 de septiembre de 1985 como consecuencia de los suelos blandos, cuando las ondas sísmicas llegan a territorio capitalino sufren una amplificación, “tal como la imagen de una gelatina”, así el sismo tuvo un impacto mayor que en el lugar del epicentro, ocurrido a 15 km de profundidad sobre costas michoacanas.
El suelo de nuestra ciudad está dividido en tres zonas: lago, transición y terreno firme. La primera zona está ubicada en las regiones donde antiguamente estaban los lagos de Texcoco y Xochimilco. El tipo de suelo lo constituyen depósitos lacustres muy blandos y con altos contenidos de agua que favorecen la amplificación de las ondas sísmicas. La zona de transición presenta características intermedias frente a la zona de terreno firme, localizada en las partes más altas del Valle. En esta área, la amplificación de las ondas sísmicas es reducida y los movimientos son de corta duración.
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Hasta el fondo de la Tierra
Espíndola afirma que en la actualidad varias instituciones trabajan en conocer a detalle la estructura del subsuelo de la CDMX, las fallas recientes han sido cartografiadas, lo que ayuda a generar estudios y nuevos reglamentos para la construcción de asentamientos. Agrega que la materia de estudio de componentes sísmicos se ha fortalecido en muchas áreas, pero encuentra siempre nuevas posibilidades, como estudiar las deformaciones en el lecho marino o la composición de los gases.
También se han dado colaboraciones con otros países que comparten territorios sísmicos, como Japón y Chile. “El reto es lograr más cantidad de datos para lograr parámetros que sirvan como indicadores preventivos, pues si bien aún no es posible la predicción, si es posible fortalecer el análisis de la ocurrencia”. Apunta que si bien hay zonas que se han convertido en un símbolo de la sismicidad en el país, como la Brecha de Guerrero, donde el último gran terremoto ocurrió en 1932, hay nuevas pistas de esa zona.
Antes se pensaba que los acoplamientos, la fase de ajuste post-sismo, un proceso natural que ocurre en las fallas tectónicas a medida que la Tierra recupera su equilibrio tras la liberación de energía de un terremoto principal, ocurrían en una sección pequeña, pero algunos estudios han mostrado un desplazamiento constante en un área más amplia determinada por los llamados sismos lentos. El reto ahora es entender cómo ese tipo de sismos influyen en los sismos más devastadores.
La brecha de Guerrero se extiende unos 200 km desde Acapulco hasta Papanoa, en el límite entre las placas tectónicas de Cocos y Norteamérica. La preocupación es que la energía acumulada en esta zona podría liberarse en un gran terremoto. Aunque se sigue esperando el gran terremoto de la Brecha de Guerrero, hay condicionantes bajo la tierra que merecen nuevas perspectivas. Espíndola señala que se le debe dar la misma atención a otras zonas sísmicas de importancia, como la zona cerca del Golfo de Tehuantepec, así como el área Jalisco-Colima.
Aún quedan grabados terremotos históricos que crean incertidumbre hacia el futuro. Espíndola cita el caso de Acambay que en 1912 cimbró la tierra, dice que si el fenómeno se hubiera dado hoy, habría devastado toda la región por el tipo de asentamientos. El norte del país tampoco puede ser descuidado. “Hay algunas fallas también en esa área. En las cordilleras se acumula la energía muy lentamente y lugares como Ciudad Juárez o Sonora podrían tener información relevante de lo que sucede con esas fallas”.
El investigador dice que se sigue estudiando la microsismocidad en la CDMX, pero ésta áun no puede ofrecer un panorama más completo sobre las fallas. Sin embargo, el monitoreo debe ser más detallado y constante para la reglamentación que protege a las ciudades. Una mayor cantidad de datos, requiere de servidores más potentes para guardar la información. Otro reto a futuro.
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A partir de 2026 se llevará a cabo el modelado de terremotos en la que será la supercomputadora con mayor capacidad de la UNAM; por otra parte, el Centro Alterno de Monitoreo (CAM) del Servicio Sismológico Nacional, inaugurado en el Estado de Hidalgo en septiembre de 2023, funciona como una sede “espejo” o respaldo para la sede principal en CU que resguarda los datos. En un futuro se busca crear más estaciones de monitoreo (actualmente hay 100 y se construyen 38 más) y se busca expandir la Red Acelerográfica.
“Vivimos en una zona muy afectada por los sismos, pero la realidad es que la gran generadora de sismos está fuera de la Ciudad. El tipo de suelo lo que provoca es reducir las distancias porque la energía se propaga como ondas con aceleraciones de 300 kilómetros”. El experto concluye que lo que debemos hacer con nuestra historia sísmica es fortalecer la prevención en el antes, durante y después de un evento. Y a la sociedad le corresponde asumir con respeto las características sísmicas del territorio, teniendo estrategias cotidianas sobre qué hacer en caso de un temblor desde los puntos de reunión y contacto con la familia hasta asumir con seriedad un simulacro, como el que se realizará el próximo 19 de septiembre, donde los recuerdos tendrán que convertirse en nuevas estrategias de supervivencia.
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