En una de las obras literarias más leídas en el mundo, un asteroide es precisamente el peculiar hogar del protagonista. El Principito del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), habita en el asteroide B612, descrito por el autor como un lugar un poco más grande que una casa, poblado por tres volcanes, una rosa y las molestas semillas de los árboles baobabs.

Un asteroide es un pequeño cuerpo rocoso que no tiene actividad y orbita alrededor del Sol, mientras que un cometa sí puede tener actividad: sus hielos pueden vaporizarse con la energía del sol formando una atmósfera de polvo y gas, también llamada “coma”. Cuando empezó a evolucionar el Sistema Solar se formaron millones de cuerpos de silicatos (el grupo de minerales de mayor abundancia e importancia geológica en la Tierra, los que dan origen a las rocas) y metales.

Muchos de estos cuerpos celestes se fusionaron dando lugar a los planetas, pero una de las teorías más aceptadas señala que la fuerte atracción gravitacional de Júpiter modificó las órbitas de algunos de ellos, por lo que empezaron a chocar fragmentándose y dando origen a los asteroides que se albergaron principalmente en el llamado cinturón de asteroides, una región del Sistema Solar comprendida precisamente entres las órbitas de Júpiter y Marte.

Hace unos meses surgió una nueva teoría sobre el origen de este cinturón de asteroides por parte de un grupo de investigadores de la Universidad de Burdeos, quienes sugerían en su investigación publicada por la revista Science Advances que los asteroides distribuidos en esta zona son en realidad una especie de material excedente expulsado hasta esta zona por los denominados planetas interiores (Mercurio, Venus Tierra y Marte) y exteriores (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno).

Para los investigadores, esta teoría explicaría por qué los asteroides más cercanos a los planetas rocosos (tipo S) tienden a tener más silicatos, mientras que los más cercanos a los gigantes gaseosos (asteroides tipo C), contienen más carbono. Independientemente de su origen, los científicos coinciden que estos cuerpos celestes son fascinantes porque ocultan gran parte de los secretos de los orígenes del Universo, pero también se podrían convertir en un amenaza si no se persiste en su estudio y potencial control de sus trayectorias.

Colisiones

No todos los asteroides están en el mencionado cinturón principal, algunos han sido lanzados de éste debido a cambios gravitacionales y choques. Según cálculos de la NASA, más de 100 toneladas de polvo y partículas del tamaño de granos de arena caen todos los días a la Tierra producto de la desintegración de asteroides y cometas. Se calcula que mínimo una vez al año un asteroide del tamaño de un automóvil golpea la atmósfera de la Tierra, crea una impresionante bola de fuego y se quema hasta antes de llegar a la superficie.

Las posibilidades de un daño mayor son remotas, pues cada dos mil años un meteoro del tamaño de un campo de fútbol llega a la Tierra y causa un daño considerable; mientras que de una en un millón de años es la probabilidad de que un objeto celeste de este tipo toque la Tierra y la dañe en su totalidad, sin embargo los científicos aceptan que hablando de asteroides cada vez se requieren cálculos más precisos e información más detallada para reducir a cero las probabilidades de daños en la superficie terrestre y de la red satelital en constante crecimiento de la que cada vez más depende la vida en nuestro planeta.

El 4 de febrero el asteroide 2002 AJ129 tendrá su máximo acercamiento nuestro planeta, pero aún hay muchas más posibilidades de estudiarlos durante este año sin necesidad de que “toquen a la puerta”. La misión espacial OSIRIS-REx de la NASA tiene como objetivo recoger una muestra del asteroide Bennu y traerla a la Tierra. De los 500 mil asteroides conocidos del Sistema Solar, los especialistas escogieron precisamente a éste por varias razones.

La primera de ellas es que Bennu es un asteroide tipo B con un diámetro de 500 metros, probablemente similar al asteroide referido en El Principito. Este cuerpo rocoso tiene el tamaño adecuado para el aterrizaje y estudio de una misión. Asteroides con diámetros pequeños giran más rápidamente, así que cuando cuentan con menos de 200 metros de diámetro, pueden girar tan rápidamente que el material suelto en su superficie (regolito) puede ser expulsado.

Es así que lo expertos han determinado que el asteroide ideal para ser estudido in situ tiene un diámetro superior a 250 metros. Así, una nave espacial puede entrar en contacto con él y obtener una muestra suficiente de regolito. Este requisito de tamaño redujo el número de asteroides candidatos desde 192 a 26. Pero no sólo eso, de los siete mil asteroides cercanos a la Tierra, Bennu se encuentra entre el 3% con mejores condiciones para la recolección de muestras.

Bennu completa una órbita alrededor del Sol cada 438 días (1.2 años) y cada 6 años se acerca cada vez más a la Tierra. Según detalla el proyecto de la NASA, son precisamente estos encuentros cercanos los que dan a Bennu una alta probabilidad de impactar a la Tierra en el siglo XXII, por lo que se vuelve más importante empezar a estudiar con mayor precisión su composición primitiva y órbita peligrosa. Se estima que la misión podrá llegar hasta él el tres de diciembre de este año.

Por otra parte, Hayabusa2 es la misión de la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA) que también pretende llegar en julio de este año a un asteroide de 870 metros de ancho llamado Ryugu 1999 JU3. Se trata de un asteroide de tipo C, una categoría con los cuerpos celestes con mayor cantidad de material orgánico. Aunque este asteroide no representa un peligro especial, es un cuerpo menor con un alto contenido carbónico. Se considera una muestra representativa, pues está dentro del tipo más común de asteroides que conforman alrededor del 75 % de los conocidos.Los científicos esperan entender mejor cómo evolucionó el Sistema Solar estudiando muestras de sus materiales.

Siempre alertas

La NASA cuenta con una Coordinación de Defensa Planetaria (PDCO) para la detección temprana de objetos potencialmente peligrosos (PHOs) y existen programas espaciales enfocados a minimizar los riesgos como el caso de la misión AIDA. Esta misión es una colaboración internacional entre la Agencia Espacial Europea (ESA) y la NASA. Por medio del impacto cinético esta misión pretende desviar de su órbita un asteroide en el espacio. La misión involucra dos proyectos independientes: La Prueba de Redireccionamiento del Asteroide Doble (DART) de la NASA y La Misión de Impacto de Asteroide (AIM) de la ESA. Su objetivo es un asteroide cercano a la Tierra, el 65803 Didymos, que consiste en un cuerpo principal de aproximadamente 800 metros y un cuerpo secundario (o “moonlet”) cuyo tamaño es de 150 metros. Este pequeño satélite del asteroide es donde impactaría DART para cambiar su dirección, mientras la nave de la ESA lo escolta a su nueva órbita.

La otra misión es la de Redirección de Asteroides (ARM). La NASA está desarrollando la primera misión robótica concebida para recoger y analizar pequeños asteroides o fragmentos de ellos que puedan convertirse en amenazas y redirigirlos en una órbita estable alrededor de la Luna. El gran brazo robótico que parece salido de una película de ciencia ficción aún lucha para ajustarse a los nuevos recortes de presupuesto. La NASA ha identificado varios asteroides como candidatos para la primera prueba, aunque todavía no hay ninguno seleccionado.

El Programa de Observación de Objetos Cercanos a la Tierra (NEO) ha catalogado más de mil nuevos asteroides cercanos a la Tierra en los últimos cinco años. Los proyectos para redirigir asteroides siguen batallando para obtener nuevos recursos pero no sólo son presentados para prevenir una remota, aunque posible, coalisión con la Tierra; en el caso de la NASA también se diseñan como nuevos enfoques para avanzar en el desarrollo tecnológico y experiencias de vuelo espacial necesarias para la misión humana al sistema Marciano en el 2030.

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