El Buró Federal de Investigaciones (FBI) de Estados Unidos confirmó ayer lo que era un secreto a voces: lleva tiempo investigando los posibles lazos entre la campaña del presidente Donald Trump y Rusia en relación con la injerencia de Moscú en el proceso electoral estadounidense.

El director del FBI, James Comey, confesó bajo juramento, ante el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, que desde finales de julio de 2016 su agencia rastrea el caso.

“Estamos investigando los esfuerzos del gobierno ruso de interferir en nuestra elección presidencial, y eso incluye la investigación de la naturaleza de cualquier lazo entre individuos asociados con la campaña de Trump y el gobierno ruso, y si había coordinación”, afirmó.

No se supieron muchos más detalles, con Comey y el director de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), Michael Roberts, negándose a explicar datos precisos de la investigación como los nombres de las personas que están siendo investigadas.

Trump, mientras se celebraba la audiencia, trataba de girar el foco con tuits que modificaban lo que pasaba en la Cámara legislativa. “La NSA y el FBI dicen al Congreso que Rusia no influyó en el proceso electoral”, tuiteó desde la cuenta oficial de la presidencia. Una frase inexacta e imprecisa: las agencias afirmaron que no afectó el recuento de votos, pero no dijo nada de la influencia de minar el sistema democrático.

Al contrario. Comey aseguró que el “éxito” de Rusia fue, precisamente, conseguir sembrar el “caos, la división y la duda sobre el proceso democrático”, y ayudar a Trump a ganar por su “odio” a su rival, Hillary Clinton. En ese sentido, el director del FBI predijo que, para las próximas elecciones (legislativas, en 2018, y presidenciales, en 2020) los ciberataques rusos “volverán”.

La noticia de la confirmación de la investigación es terrible para Trump, quien vuelve a ver una “gran nube gris” —en palabras del republicano Devin Nunes— del escándalo ruso sobre su presidencia.

Horas antes del anuncio, había tuiteado que todo era una estrategia del Partido Demócrata para ocultar su mal desempeño electoral. La Casa Blanca, incapaz de aceptar que vuelva el caso ruso a primera plana, recordó que tanto Comey como Roberts fueron colocados en sus cargos por la administración anterior, dejando entrever una voluntad partidista en sus explicaciones. Algo que no servirá para limar asperezas con una comunidad de inteligencia en tensión con Trump.

Comey, hasta ahora, era visto como uno de los grandes culpables de la derrota electoral de Clinton por la publicación de una carta en la que, dos meses antes de los comicios, informaba que retomaba la investigación sobre el servidor de correo privado de la candidata, y dilapidara muchas de las opciones de la ex secretaria de Estado de convertirse en presidenta de EU. Ahora, los demócratas lo ven como un activo para hacer estallar el gobierno de Trump.

El tema de la investigación de los lazos Trump-Rusia no fue el único mal trago que Comey tenía preparado para el magnate. El director del FBI también negó la última teoría de la conspiración que impulsa la Casa Blanca y descartó que el ex presidente Barack Obama ordenara espiar las comunicaciones de la Torre Trump.

“No tengo información que apoye esos tuits [de la cuenta de Trump acusando a Obama]. Hemos revisado de forma muy cuidadosa dentro del FBI [y no encontramos nada]”, dijo Comey.

Pese a eso, el presidente se niega a dar marcha atrás. Su portavoz, Sean Spicer, respondió con un “no” rotundo a una pregunta sobre si el presidente se disculpará con su predecesor por unas acusaciones de delito federal que todavía no ha probado.

“Acaba de empezar [la audiencia], todavía está en marcha”, recordó Spicer. Sin embargo, fue extraño que el presidente Trump no mencionara el tema ni una sola vez en un mitin que sostuvo anoche en Kentucky.

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