El 12 de septiembre de 2001, el editor de Le Monde, Jean-Marie Colombani, escribió “hoy todos somos estadounidenses”, con un sentido de solidaridad global ante los terribles atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, que dejaron más de 3 mil muertos. Con el mismo sentido de apoyo y fraternidad puede escribirse que “hoy todos somos franceses” ante el mayor ataque terrorista sufrido por Francia, que nuevamente conmociona al mundo y aflige a la nación que acuñó el lema “libertad, igualdad, fraternidad”. Hoy, la libertad está amenazada, la igualdad se antoja un sueño imposible y la fraternidad busca sobrevivir a la ofensiva de los soldados del odio.

Los terroristas han sembrado la muerte en París, como antes lo hicieron en Madrid (11 de marzo de 2004) o Londres (7 de julio de 2005). La cadena del terror parece que nunca tendrá fin. Vista en esta perspectiva, la guerra antiterrorista encabezada por Estados Unidos con la invasión a Afganistán en 2001 es un claro fracaso. Afganistán vive el avance amenazador del Talibán y el presidente Barack Obama se ha visto obligado a postergar el retiro de las tropas estadounidenses del suelo afgano. Esta guerra inconclusa es paralela a la que se libra ahora contra el Estado Islámico (EI) que busca establecer un nuevo califato con una visión estrecha y miope del islam. Su cruzada yihadista es cruenta e intolerante. Sus militantes son los nuevos heraldos de la muerte. Aunque nadie se había atribuido los ataques en París, en cuentas de redes sociales de grupos vinculados a esos extremistas se celebraba el horror vivido en la Ciudad Luz.

El fracaso de EU y los aliados para derribar al régimen del presidente sirio Bashar al-Assad generó la mayor crisis de refugiados en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Miles de personas han muerto en las aguas del Mediterráneo tratando de alcanzar el sueño europeo. Europa espera la llegada de 3 millones de migrantes de las zonas de conflicto el año próximo, cuando varios de sus países están desbordados por el flujo de cientos de miles de ellos. Tras la tragedia de París, los refugiados y migrantes, sobre todo islámicos, encararán con toda seguridad una reacción xenófoba.

Francia, que participa en los ataques aéreos contra los yihadistas en Siria, sufre ahora las consecuencias, como las padecieron la década pasada España y el Reino Unido por su intervención en Irak. A la caldera del conflicto se añade la intervención militar rusa en Siria en apoyo a Assad, con ataques aéreos que golpean al EI pero, según acusa EU, también a los enemigos del mandatario sirio que respaldan Washington y Occidente. La caída de un avión ruso con 224 personas a bordo en el Sinaí, el pasado 31 de octubre, parece encajar en esta espiral de terror. El desencuentro EU-Rusia sobre Assad y el EI está pasando su factura. El terror sigue allí y la pregunta es si sólo los ataques aéreos podrán acabar con él. Con un París martirizado, la opción militar limitada parece insuficiente. Pero el fracaso en Afganistán confirma que el despliegue de tropas tampoco lo es. La solución al problema del terrorismo no es simple ni puede ser unilateral. La cooperación internacional es más necesaria que nunca.

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