Washington

Por un capricho de la historia, octubre parece ser el mes más propicio para atizar las ascuas de las guerras en Afganistán y dejar el país, una vez más, a merced del caos.

Primero fue el 7 de octubre de 2001, cuando Estados Unidos lanzó su primera ofensiva para combatir el terrorismo de Al-Qaeda y decapitar al régimen talibán que lo respaldaba.

Y ahora fue el pasado 15 de octubre, cuando el presidente Barack Obama anunció sus planes para retrasar el retiro de sus tropas de Afganistán y reconocer abiertamente que la guerra más larga y costosa en la historia de EU seguirá siendo un conflicto abierto cuando termine su presidencia.

Catorce años después del inicio de la ofensiva que autorizó el presidente George W. Bush, EU parece incapaz de abandonar Afganistán, una nación que ha refrendado una y otra vez su reputación de sepulcro de los grandes imperios.

El imperio británico, que mordió el polvo durante tres guerras consecutivas en Afganistán (dos en el siglo XIX y una en el XX), supo del carácter indómito de un país que es la suma de tribus y mercenarios al servicio de potencias extranjeras y un territorio codiciado desde los tiempos de Gengis Kan y Alejandro el Grande para dominar el gran corredor de Asia Central.

La antigua Unión Soviética pasó por la humillante experiencia de la derrota en el invierno de 1989, cuando comandos de muhajedines financiados por EU consiguieron expulsar a sus tropas para poner fin a una guerra de 10 años.

La era de la Guerra Fría y la confrontación entre la antigua URSS y EU se convirtieron en el huevo de la serpiente que gestó y dio vida al movimiento integrista talibán para hacer retroceder el reloj de la historia en Afganistán y condenar a sus ciudadanos a vivir entre las ruinas de la guerra y bajo el yugo de un régimen teocrático y oscurantista.

Cuando el pasado 6 de octubre el general John Campbell, comandante de las fuerzas de EU en Afganistán, reconoció ante el comité senatorial de Servicios Armados que los planes de retirada sólo conducirían al colapso de las fuerzas afganas y pondrían en jaque al gobierno de Ashraf Ghani, el presidente Obama se vio atrapado en el mismo dilema que ha perseguido a los líderes políticos y generales que, desde el siglo XIX, han luchado por salir de un Afganistán imposible de conquistar sin morir en el intento.

Para Vanda Felbab-Brown, especialista en Afganistán del Brookings Institution, la triste realidad hoy es que, tras una guerra de intervención que se ha prolongado por 14 años y en la que se han invertido cerca de un billón de dólares, EU difícilmente puede cantar victoria. En el mejor de los casos, la administración Obama se tendrá que conformar con que “el colapso, la guerra civil o un nuevo asalto del talibán sobre una amplia extensión de Afganistán, no sea inevitable”.

Cuando en septiembre comandos talibán consiguieron capturar la ciudad de Kunduz, al norte de Afganistán, las señales de alarma en el Pentágono y en los cuarteles de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se dispararon, al quedar en evidencia las fragilidades del gobierno afgano y de unas fuerzas armadas entrenadas por EU y sus aliados europeos para hacerse cargo de la seguridad nacional y permitir el repliegue definitivo de las tropas aliadas hacia fines de 2016.

El avance del talibán en el norte del país y el bombardeo que las fuerzas de EU lanzaron por error contra el hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, a comienzos de octubre, supusieron un duro revés y obligaron a Obama a retrasar sus planes de abandonar y poner fin a una guerra que se resiste a morir en Afganistán.

Combate mal administrado

La decisión de Obama fue un implícito reconocimiento de que la guerra en Afganistán es lo más parecido a un fracaso. “El problema es que la guerra en Afganistán se administró mal desde el comienzo, tanto por EU [como por] sus socios internacionales y el gobierno afgano. Por ejemplo, se retiraron demasiado rápido y de forma inapropiada tropas y recursos militares para desviarlos a una guerra equivocada en Irak durante el gobierno de George W. Bush”, señaló Felbab-Brown. “Aunado a ello, el gobierno de Obama estableció plazos inadecuados de repliegue desde el principio”, añadió.

Bruce Riedel, del Proyecto Inteligencia del Brookings, coincidió en señalar que “el problema es que EU y sus aliados establecieron un plan de retiro de tropas que permitió a los talibán y a sus aliados en el seno de los servicios de inteligencia paquistaníes organizar por adelantado la contraofensiva para tratar de derrocar al gobierno afgano y recuperar sus antiguos dominios”.

“Un inquietante dato es que en los últimos meses surgió evidencia de que varias unidades de Al-Qaeda han conseguido regenerarse en Afganistán, de donde fueron arrasadas desde 2001 por tropas de EU. En las últimas semanas, tropas afganas apoyadas por EU han destruido bases de operación de Al-Qaeda en la parte sur del país y se sospecha que podría haber más bases en distintos puntos del territorio”, añadió Riedel.

En este sentido, Binoy Kampmark, de la Universidad de Cambridge, advirtió sobre el riesgo de que EU quede “atrapado en un pantano” en medio de “gestos fútiles” que “sólo consigan retrasar lo inevitable” en Afganistán.

Cuando EU lanzó su ofensiva, en aquel mes de octubre de 2001, el avance y conquista de la ciudad de Kabul creó la falsa impresión de una victoria rotunda. A pesar de la presencia de tropas de EU en la capital del país y de un ambiente de optimismo y liberación entre la población civil, los temores a un retorno del talibán siempre estuvieron presentes.

Millones de afganos, incluyendo miles de mujeres que se resistían a quitarse el burka, tenían sus reservas respecto a que la liberación del yugo talibán fuera definitiva.

Un segundo episodio que infundió esperanza en EU y la comunidad internacional fue la ejecución del líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden en mayo de 2011 en Abbottabad, Paquistán.

Pero hoy, 14 años después del inicio de aquella ofensiva que prometía una victoria rápida, EU vuelve sobre sus propios pasos para corregir por enésima ocasión una estrategia que tenía como objetivo principal abandonar Afganistán hacia fines de 2014: el anuncio de Obama, ordenando la permanencia de hasta 10 mil efectivos hasta fines de 2016 hizo estallar por los aires su promesa de campaña del 2007 y su estrategia para abandonar Afganistán hacia fines de 2014.

El cambio de planes de Washington dio la razón a esos ciudadanos que, desde el principio, vaticinaron el retorno de los talibán y sus aliados de Al-Qaeda y Daesh, una formación que muchos consideran como la rama del Estado Islámico en Afganistán.

“Estados Unidos y el gobierno afgano aún están a tiempo de tomar medidas para revertir los muchos errores que se han cometido y tratar de impulsar esa nación en la dirección correcta. Pero, también, las autoridades afganas tienen que entender que la ayuda que EU seguirá ofreciendo no puede ser un cheque en blanco. El gobierno y la oposición tienen que trabajar para evitar que el país vuelva a colapsar”, concluyó Felbab-Brown.

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