Todos van a llegar. En su crónica de una asamblea del PRI, cuatro décadas atrás, Monsiváis descifró el sentido subyacente de un aviso del altavoz. Era un llamado a acompasar la avalancha de militantes que, en su intento de alcanzar una mano, un gesto prometedor del presídium, amenazaban con echar abajo la plataforma. “Calma, compañeros: todos van a llegar”, fue el aviso estentóreo que el cronista convirtió en la metáfora de un espacio político percibido precisamente para ‘llegar’. O para reproducir la esperanza de mejoría y ascenso, uno de los factores a partir del cual Pablo González Casanova se explicaba en La democracia en México (1965) el consenso en que se fincaba el sistema político.

Hoy parecen extraviadas las rutinas informativas. Y el análisis político, hundido en el simplismo. Todavía no se registra una disculpa o una explicación de los ‘comentócratas’ que vaticinaron la rebelión del PRI contra el Presidente de la República en la asamblea de este año que concluyó el fin de semana. Sólo pasaron de ‘anunciar’ la debacle deseada por ellos o por sus inspiradores (legitimados con el título de ‘fuentes’ informativas), a ‘denunciar’ la disciplina inconmovible de los cuadros partidistas al liderazgo presidencial.

El extravío continuó en los balances que siguieron a la cumbre priísta. Se dedicaron a acumular —como exclusivos del partido gobernante— inventarios de actitudes y conductas comunes a todo partido involucrado en los juegos del poder. Y mantuvieron como secretos indescifrables los rasgos propios con los que se podrían explicar la cohesión manifiesta del priísmo de hoy en torno al Presidente.


Odebrecht el oscuro. En cuanto a las prácticas comunes de los partidos en todo el mundo, atribuidas en exclusiva al PRI, ¿cuál de ellos no parte hoy de una vocación de poder y no se propone conservarlo cuando lo alcanza? Y con independencia de la destreza para lograrlas, ¿cuál se abstiene ahora de tratar de tender alianzas con base en repartir poderes y negociar puestos y presupuestos? ¿Hay alguno, en la contienda que se avecina, con una ideología determinada con precisión, sin ambigüedades ni incoherencias? E incluso, ¿hay uno a salvo de escándalos de corrupción de sus miembros?

Respecto a este último punto, la trama Odebrecht, la internacional brasileña del soborno que aparece ahora en México con nuevas profecías sobre el apocalipsis del PRI, completa ocho meses de erosionar a centenares de políticos de casi una decena de gobiernos y partidos de Latinoamérica y el Caribe. Y si lo filtrado en Brasil y aquí no ofrece claridad sobre los cargos al ex director de Pemex —y las motivaciones de la filtración aparecen todavía más oscuras— lo que sí está claro es que la corrupción y la penetración del crimen en la vida pública será uno de los retos mayores para los partidos contendientes en México 2018. Habrá que ver si entre ellos prevalece el intercambio del lodo que cado uno almacena para arrojarlo contra los otros, o si compiten por ofrecer las mejores propuestas para contrarrestar al menos la fatalidad de la pareja planteada por Enzensberger desde el título de su clásico: Política y delito.


Extrañando al cronista. Pero volviendo a la asamblea del sábado, faltó Monsiváis. Si este buceador de sentido subyacente en el vocerío público convirtió en promesa de crecimiento y ascenso, un simple llamado a la calma a los ansiosos por alcanzar el presídium, ahora no hubo quien destacara una expresión del presidente Peña Nieto que cerraba el círculo de aquella decodificación. Desde el pódium saludó a los del graderío de mero atrás, con la emoción les hizo saber quien en la asamblea de hace 25 años estaba tan lejos del presídium como ellos. La aclamación no se hizo esperar.

Secreto descifrado: la rotación periódica de cuadros priístas, como fuente de renovación de expectativas, contrasta por ejemplo con el monopolio de 18 años de un candidato de la izquierda y con la disputa familiar por la candidatura de la derecha.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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