Palabras mayores. Si la restauración de la ‘liturgia’ del PRI para dar a conocer quién será su candidato presidencial parece haber revivido la tradición de los presidentes en funciones de pronunciar las Palabras mayores de la novela de Luis Spota (Siglo XXI) en la selección de quien en otros tiempos sería su seguro sucesor, los medios de comunicación se han encargado de reforzar la tradición con sus propios rituales y rutinas. Ellos se han encargado de generar, en un primer acto, el suspenso, las apuestas y las expectativas que en el presente y en el pasado han mantenido el tema en la agenda pública, preparando así el mejor ambiente para la decisión.

Ya en el segundo acto, ahora en curso, los medios completan su propia ‘liturgia’ reproduciendo los desgarramientos de vestiduras y chascarrillos repetidos durante una decena de sucesiones a lo largo de seis décadas, desde que el presidente Cárdenas se pronunció por Ávila Camacho hasta que el presidente Salinas lo hizo por Colosio y luego por Zedillo. Y no han faltado a lo largo de este trance los mismos torrentes de tinta y de palabras en medios impresos, radio, tele y redes, con toneladas de especulaciones sobre los motivos que tendría guardados el mandatario para inclinarse por uno u otro prospecto. Tampoco los cálculos y cábalas sobre fortalezas y debilidades de los embarcados. Ni las columnas y comentarios bajo la ‘inspiración’ de alguno de los aspirantes.

Tampoco podrían faltar ahora los comunicadores jactanciosos que recuerdan que ellos se anticiparon a la formalización de la decisión. O los que ahora explican su equivocación con la supuesta equivocación del desenlace. Pero también están las rutinas informativas de los medios en las competencias electorales de todo el mundo, como el registro de reacciones de los actores políticos ante la definición de una candidatura relevante. Lo mismo las más previsibles, como las de AMLO, que las más novedosas, como las que ha destacado EL UNIVERSAL con los significativos elogios vertidos al virtual candidato presidencial del PRI por panistas allegados al ex presidente Calderón y enfrentados a la dirección de su partido. Su valor informativo radica en que podrían apuntar a eventuales alianzas electorales que terminen moviendo el tablero a favor del priísta.

Unidad revalorada. Por supuesto que hay cuestionamientos atendibles con respecto a la restauración del tradicional método priísta de designación de candidato presidencial. Sobre todo en las nuevas condiciones de competencia electoral, en que el favorecido con la candidatura ya no se convierte en automático en el futuro presidente. Pero la verdad es que prácticamente no hay gobernante en funciones que no se proponga decidir sobre su sucesión, a favor del que prefiere o en contra de quien no desea. Otra cosa es que lo logren.

Debido a sus luchas internas, aquí perdieron el control de su sucesión los presidentes panistas Fox y Calderón. Mientras el actual presidente Peña ha mantenido la cohesión de su partido, a partir de una cultura política tan denostada en este segundo acto del proceso, pero que sigue encontrando en la figura presidencial un referente de unidad revalorada tras las experiencias de desunión de 2000 y 2006 que sacaron al PRI de la competencia.

¿Omnipotente o impotente? Hay otro tema que suele escapar al análisis político y mediático en esta coyuntura preelectoral. La Presidencia de hoy no es la omnipotente de los últimos 60 años del siglo pasado, como parecerían sugerirlo los estereotipos de los discursos en pugna. Y aquí hay un punto clave para el debate electoral a la vista. Mientras la materialización de las propuestas de AMLO, en un extremo, supondrían la restauración del presidencialismo providencial, en el otro extremo la continuación de los acotamientos al poder presidencial de las últimas décadas parecerían apuntar a la configuración de un Ejecutivo impotente, que entre otras cosas haría inexplicable la ferocidad de la guerra por conquistarlo.

Director general del FCE

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