En memoria de la profesora Rosario Green.

El dedazo, como casi todas las prácticas del PRI, no nació con ese partido, sino desde mucho antes. El PRI las recogió como legado histórico. Benito Juárez no llegó al poder por dedazo, sino por renuncia de Ignacio Comonfort. Pero una vez instalado en el poder, inauguró lo que hoy conocemos como autodedazo hasta su muerte. Porfirio Díaz ascendió al poder con un golpe de Estado, y cuando concluyó su primer mandato no pudo practicar el autodedazo, pues la reelección estaba prohibida ya. Designó a su compadre Manuel González como presidente, quien modificó la Constitución para permitir la primera de muchas reelecciones de Díaz. Éste practicó el juarista autodedazo hasta que la revolución maderista lo empujó al exilio. El dedazo resurgió en 1920, Venustiano Carranza llegó a la Presidencia como triunfador militar de la revolución de 1914, mas como no podía reelegirse optó por instaurar el Maximato, nombrando a Ignacio Bonillas, a quien podría controlar. Álvaro Obregón, al no ser el tapado de Carranza, se rebeló y lo derrocó.

Al concluir su mandato, Obregón hizo lo mismo que Díaz: destapó a Elías Calles, provocando una nueva rebelión de quien se sintió traicionado, Adolfo de la Huerta, pero fracasó en el intento. Calles a su vez modificó la Constitución para permitir la reelección de Obregón, pero la pistola de León Toral le impidió retornar a la Presidencia en 1928. Calles no pudo reelegirse pero instauró un eficaz Maximato, nombrando por dedazo a sus marionetas, Pascual Ortiz Rubio (lo que a su vez provocó el último cuartelazo sucesorio, a manos del general Escobar en 1929), Abelardo Rodríguez y Lázaro Cárdenas. Sólo que éste último se le volteó y lo expulsó del país. No pudiendo reelegirse Cárdenas, ni instaurar eficazmente otro Maximato, nombró por dedazo a Manuel Ávila Camacho, si bien su favorito era Mújica Montoya, pero las condiciones no lo hacían un candidato viable. Pero quien no fue el tapado, Juan Andrew Almazán, optó por contender por fuera, rompiendo antes con el partido oficial. Y cuando Ávila Camacho inclinó su dedo por Miguel Alemán, Ezequiel Padilla, secretario de Relaciones, lanzó su candidatura propia. A su vez, el “dedito” de Alemán dijo que su sucesor sería Adolfo Ruiz Cortines, provocando la salida de Miguel Henríquez Guzmán del partido, y su lanzamiento como candidato alterno. Fue la última vez que ocurrió dicha fractura por motivos sucesorios (hasta 1987).

El tapadismo se consolidó dando lugar al futurismo sobre qué señales había para detectar quién sería el bueno, deporte popular que revivió ahora. Ha habido desde entonces anécdotas diversas, como el arrepentimiento de Díaz Ordaz por designar a Luis Echeverría, quien como candidato guardó públicamente un minuto de silencio por los caídos del ’68. Y después Echeverría fintó a todos con Mario Moya Palencia cuando el “bueno” resultó José López Portillo. Y en 1987 se rompió la regla disciplinaria del PRI consolidada desde 1952, provocando el sismo electoral de 1988, inicio del fin de la hegemonía priísta. Hubo una ridícula pasarela entre precandidatos para darle un barniz democrático al dedazo. Y muchos se despistaron destapando a Sergio García Ramírez, cuando el bueno era Salinas de Gortari. En 1994 surgió el “no se hagan bolas” de Salinas en torno a Donaldo Colosio (por el ruido que hacía Manuel Camacho) y su trágica muerte.

Al llegar el PAN al poder en 2000, el dedazo resultó fallido pues ese partido funciona distinto al PRI (al menos en eso); ni Fox ni Calderón pudieron coronar a su favorito. Pero de regreso el PRI a Los Pinos, revive la tradición del dedazo y el futurismo. Pero también se reinstalará el autodedazo en el PAN, y desde luego en Morena (que justo para eso fue formado, pues en el PRD ya no había garantía para López Obrador de volver a ser candidato en 2018). En otras palabras, vivimos un claro triunfo cultural del PRI, aunque en realidad se trata de una tradición histórica nacional.

Analista político.
@JACrespo1.

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