Iba a escribir “democracia a la turca”, pero hubiera sido muy injusto para Turquía y sus habitantes, puesto que se trata de una democracia personalizada, alrededor del presidente Erdogan. Así como hay democracia al estilo Putin, Ortega, Maduro; se afirma cada día más la democracia en salsa Erdogan. La hipocresía es lo de menos, si uno debe aceptar que es el condimento indispensable en toda salsa política; no da risa, pero poco falta, cuando uno ve que un presidente que reprime a cualquier voz disidente, que mantiene en la cárcel a 150 periodistas, se escandalice frente al asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi. Escandaloso asesinato ciertamente, realizado en el consulado saudí en Turquía, ordenado por las más altas instancias del gobierno de Arabia, pero…

Representar el papel de defensor de los derechos del hombre y de la libertad de opinión, es una buena movida. No hace olvidar que, al final de dos años de estado de emergencia, proclamado después de un extraño golpe de Estado fracasado, se adoptó una ley más dura aún contra el “terrorismo”: amplía la duración de detención sin cargos y da luz verde a las purgas sin supervisión judicial.

Erdogan ha podido gobernar por decretos, “limpiar” todos los cuerpos del Estado y de la administración, prohibir manifestaciones y huelgas. 77 mil personas siguen encarceladas, esperando su juicio; 150 mil empleados públicos han sido “purgados” y no volverán a trabajar “nunca jamás, ni directa ni indirectamente” para el Estado. Sin hablar de la represión permanente contra los kurdos, millones de personas que viven en el sureste del país.

Secuestros, torturas en cárceles clandestinas, esas prácticas funestas recuerdan los años negros de la Operación Cóndor en América Latina, los generales golpistas de Brasil y del Cono Sur. El “putsch” de 2016, golpe fallido, se explicaba por la ruptura entre el presidente Erdogan y su antiguo aliado (algunos dicen, mentor) Fetulá Gülen, refugiado en los Estados Unidos. Dos años y medio después, el gobierno ha iniciado otra campaña de arrestos masivos de gülenistas, o dizque gülenistas: ¿Quieres matar a tu perra? Di que tiene rabia. Desde el verano de 2016, unas 100 mil personas han sido perseguidas por supuesta pertenencia al movimiento de Gülen, calificado ahora de “Organización Terrorista de Fetulá” (FETÖ siendo el acrónimo).

En esas estadísticas, faltan los perseguidos por ser militantes de izquierda o simpatizantes de los movimientos kurdos. Por cierto, el importante partido democrático kurdo, que había conseguido el 15% de los votos, está prohibido. Hace quince días la Fiscalía de Estambul ordenó arrestar a 295 militares en activo, por supuesta participación al golpe o relación con la red de predicadores gülenistas: hay que saber que Gülen es un teológico-político islamista que defiende la idea que Islam y democracia (nuestra democracia, sin adjetivos, sin degeneración, nuestra democracia ideal) pueden y deben llevarse bien, sobre el modelo de la democracia cristiana occidental. Purga sin fin: en dos años, más de 15 mil militares habían sido purgados, entre ellos 150 generales y 9 mil oficiales… Ciertamente, Erdogan no es Stalin y no ha ejecutado ningún mariscal Tujachevski o Blücher, pero…

Curiosamente, todos los esfuerzos del presidente para hacer de Turquía un estado islámico, no han logrado “crear una nueva generación devota”, meta suya anunciada en 2012. En los últimos diez años, el porcentaje de ateos y agnósticos pasó de 2 a 5%; el número de personas que se declaran religiosas bajó un poco: del 55 al 51%, y el de los “devotos” del 13 al 10%. ¿Poca cosa? Sí y no: señala que Turquía entra en la transición religiosa que conocen todos los países “modernos” o en vía de “modernización.” Lo que debería de verdad preocupar al “sultán” es el éxodo de estudiantes, académicos, empresarios y demás clasemedieros que venden todo y se van: 69 mil en 2017, 113 mil en 2018. Votan con sus pies.

Historiador e investigador del CIDE.
jean.meyer@cide.edu

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