—¿Te parece justo? La tuvimos que enterrar como un animal, no nos dejaron cuidar su alma por tres días y tres noches, como son nuestras costumbres, la dejamos ahí sola.

Miguel López tiene 30 años y trabaja como peón, no tiene hijos aún, pero sí varios sobrinos. Una de sus sobrinas se llamaba Antonia, era la hija de su hermano mayor, Lorenzo. A Miguel le gusta recordar a Antonia, pero le entristece hablar de sus últimos días. Sin embargo, Miguel tiene la esperanza que al hablar de ella alguien lo escuche y pueda regresar con su familia a Banavil, su comunidad de la que vive expulsado con otras 13 personas desde hace tres años.

Sentado junto a sus tres hermanas y su hermano Lorenzo, en una oscura habitación del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, organización que ha llevado el caso, Miguel cuenta que el 4 de diciembre de 2011 unas 30 personas los sacaron de su casa en Banavil, municipio de Tenejapa, y desde entonces se fueron a San Cristóbal de las Casas, donde viven en condiciones precarias en una casa prestada, sin que hasta ahora haya posibilidad de regresar.

Los últimos días que vivieron en Banavil eran tensos, por ser simpatizantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), lo cual antagonizaba con las ideas del comisario del pueblo y varios habitantes.

En varias ocasiones los López recibieron amenazas , especialmente hacia don Alonso López, papá de Miguel, quien había sido fiel del movimiento desde que surgió en 1994. Probablemente por eso es que se ensañaron más con él cuando los desalojaron. Miguel cuenta que cuando llegaron las personas a la puerta de su casa, lo golpearon con palos y piedras que ellos llevaban.

A su hermano Lorenzo, quien intentó defenderlo, le dispararon en el pecho. Dice que es un milagro que se haya salvado porque se desangró por largo tiempo. Por fortuna, sus hermanas y su cuñada, que escaparon del enfrentamiento, lograron llegar a una comunidad vecina para pedir ayuda y una ambulancia llegó a tiempo para salvar a su hermano, pero los hombres se llevaron a su padre.

Desde entonces no saben del paradero de don Alonso. Un mes después hallaron uno de sus brazos en un ejido cercano, “estoy seguro que era su brazo. Yo conocía las manos de mi padre, trabajé con él. Creemos que lo mataron, pero las autoridades dicen que hasta que no encuentren el cuerpo él permanece como desaparecido”.

El día del desalojo Antonia fue muy valiente, pues ayudó a sus hermanos menores mientras escapaban. Miguel afirma que también fue valiente en sus últimos días.

Tres años después del desplazamiento forzado, Antonia empezó con un dolor de cabeza, pero no se quejaba hasta que ya no aguantó. Su mamá le dio varias yerbas para hacer que mejorara, pero no surtieron efecto y al día siguiente ya no despertó.

La llevaron como dormida al hospital. Así, inconsciente, su mamá la cuidaba, le lloraba, los médicos la revisaban y sus familiares la visitaban. Antonia no despertó nunca más, y el 21 de febrero de 2015 murió, el diagnostico fue edema cerebral.

Como es la tradición, Antonia debía ser enterrada donde nació, ese lugar era Banavil. No obstante, sus agresores no les permitieron volver. La familia pidió apoyo de varias organizaciones y entre más de 100 personas se organizaron para acompañarlos a Banavil e hicieron una caravana de protección. Entre flores y consignas de apoyo, Antonia regresó a Banavil.

La ceremonia fue breve, apresurada, sabían que los habitantes de Banavil estaban cerca y los observaban, no había garantías de seguridad. Antes de partir de regreso, visitaron brevemente la que fue su casa y estaba saqueada y destruida “era una sombra de lo que alguna vez fue su hogar”, rememora Miguel.

—Es parte de nuestra tradición rezar por tres días y tres noches al pie de la tumba de nuestros seres queridos, es una manera de acompañarlos en su viaje al más allá, pero con Antonia no pudimos. Fue, triste, como enterrar a un animalito, la dejamos sola en Banavil —dice Miguel.

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