samantha.guzman@clabsa.com.mx

Bajo una palapa frente a la playa me entregué a un masaje con chocolate caliente. El delicioso aroma, la suavidad de esa “mantequilla” sobre la espalda y la tranquilidad me hacían cerrar a medias los ojos, pero el espectáculo del atardecer era un impedimento. Pude haber pasado horas así.

Era como vivir las vacaciones soñadas. Pero algo no coincidía: estaba en un hotel enfocado a la desintoxicación.

Este escondite de Playa Troncones, a 30 minutos de Ixtapa, tomó su nombre del concepto “la importancia de vivir el momento”. La idea de dedicarme al presente, disfrutar el aquí y el ahora, fue lo que me atrajo a conocerlo. Por lo general, no soy el tipo de persona que buscaría esta clase de hotel. Nunca he seguido una dieta y mi idea de una cena completa consiste en dos hamburguesas y un churro relleno de cajeta.

“¿Y si solo hay ensaladas?”, pensaba antes de mi viaje. Sentía que iba rumbo a un cuartel, a someterme a un régimen militar más que a un sitio de descanso. Pero al llegar a Present Moment Retreat nada fue como me lo imaginé.

El primer encuentro

La entrada del hotel es libre de pretensiones. Pasa desapercibida. El portón de madera abre paso a un jardín abundante de plantas y palmeras. El énfasis no está en las flores ni en el color, sino en la frescura del lugar.

Entre la vegetación aparecen sonrientes advocaciones de Buda y bodhisattvas. Casi inmediatamente, me sentí extraída de la rutina. Con la expectativa de alcanzar la iluminación o al menos la purificación de la mente y el cuerpo.

Lo primero que hice fue platicar con un experto en bienestar, quien se ocupó de guiarme durante mi estancia. Deseaba saber cómo me sentía y qué deseaba obtener del viaje: ¿relajación, bajar de peso, equilibrio espiritual?

Fue un alivio saber que no estaba obligada a seguir un plan de alimentación basado exclusivamente en juguitos verdes.

Para llegar a mi bungalow seguí un camino de arena que sustituye el frío pavimento al que estoy acostumbrada en la ciudad.

En mi habitación volaban las telas vaporosas del mosquitero que cubría mi cama para ahuyentar a los insaciables mosquitos. Había otros textiles de colores vivos y la decoración le daba un aspecto étnico. No había televisión y la ventilación era natural.

Esa primera noche no me desvelé viendo series, pero escuché las olas antes de dormir y por la mañana, vi el mar desde mi ducha.

Sin poses

Desperté temprano para echar un vistazo a la primera clase de yoga programada a las nueve. Durante todo el año se organizan retiros de una semana dedicados a esta disciplina y, para los más estrictos hay cursos con dietas específicas. Eso suena intimidante e imposible para mi.

Esperaba encontrar a huéspedes en posiciones imposibles, con el último outfit de moda para las almas zen. Incluso temí verme rodeada de un grupo de “snobs del yoga”. En realidad eran personas profundamente concentradas, serenas, sin intentar impresionar a nadie.

Mentiría si digo que me atreví a intentarlo, es que mi elasticidad es bastante limitada. Pero la atmósfera de la plataforma bajo una palapa llena de luz natural, sin duda me contagió.

Durante la sesión de meditación participé con entusiasmo, aunque a ratos la brisa me hacía cosquillas en la nariz, me distraía también la respiración de mi vecina y venía a mi un pensamiento recurrente, de casi todos los días: ¿Hoy qué comeré? Pero la sensación relajada se mantuvo presente la hora completa de la sesión.

¿La armonía es aburrida? Creía que sí, pero no. Resultó curioso encontrar distintas generaciones reunidas en un mismo hotel sin generar el caos propio de la ciudad.

Una familia con niños eligió un paseo a caballo en la playa. Varios grupos de amigos bebían tragos en la terraza del restaurante (sí, aquí sirven unas margaritas deliciosas con alcohol).

Un artista plástico originario de Nuevo México se cambiaba de una mesa a otra; rondaba los 50 años, tenía numerosos tatuajes y platicaba con quien se encontraba. Él no venía por un programa de desintoxicación. Su bienestar se producía al estar lejos de todo su mundo.

Entre ellos se paseaba Nina, la mascota y guardiana del hotel. Los perritos también pueden venir a relajarse a este retreat.

Parecía un conjunto de personas amantes de la vida bohemia.

Y en la playa, tengo que decir que el oleaje no es el ideal para nadar. Las rocas hacen complicada, aún más, la tarea. Pero es curioso, a unos cuantos metros el mar se vuelve amigable para dar unas cuantas brazadas.

La hora de la verdad

Para mi sorpresa, la comida nunca fue un problema. El restaurante se inclina hacia la comida vegana y vegetariana, pero su concepto es internacional. Utilizan productos orgánicos y se trabaja en el proyecto de un huerto propio. Si bien me gustan las ensaladas, no siempre me voy —casi nunca— por lo más saludable.

La segunda noche pedí una pizza con arúgula, y un smoothie de mango. Tenía la medida justa de masa y queso, sin excesos, sin tanta grasita y con el sabor que necesitaba. No resistí la tentación y también me atreví a botanear un guacamole bañado en limón, con mango y totopos.

Perdí la vista en el mar y recordé que era miércoles. Pensé en el ritmo que tendría la ciudad justo en ese momento. Al no saber qué día y hora era, entendí que eso representaba el principal lujo y la desintoxicación total.

¿Qué es un hotel detox?

Es un alojamiento enfocado en obtener el bienestar a través de meditación, ejercicio, disciplinas como el yoga y planes de nutrición especializados. Sus programas de desintoxicación no necesariamente son estrictos, pero sí son guiados por especialistas y en muchas ocasiones son personalizados.

HERRAMIENTAS DE VIAJE

Cómo llegar: El traslado en taxi, desde el aeropuerto de Ixtapa-Zihuatanejo, es de 400 pesos.

Plan detox: Seis planes preestablecidos. También puedes armar tu propio programa con ayuda de un especialista. Juice Cleanse se basa en el consumo de jugos y alimentos crudos durante siete días.

Reservaciones: Hay paquetes que incluyen desayunos, clases de yoga y meditación diarios.

Web: www.presentmomentretreat.com

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