Mi madre, Elena Pimienta Gómez, conocida como Helen Lavista, vivió hasta los 100 años y seis meses. Partió al viaje sin retorno el pasado 16 de abril, “el mes más cruel”, según un poeta inglés. En 1936 se casó con mi padre, Raúl Lavista, compositor de música, especialista en el arte de ambientar musicalmente un buen número de las películas de la Época de Oro el cine mexicano, con 358 películas en su haber, de 1934 a 1980, año en que murió.

Los recuerdos de mi madre son muchos. Mi madre es mi primer afecto en la vida. El recuerdo de mi infancia es realmente plácido y está colmado de su presencia, siempre infalible. Era suave y dulce, nunca se enojaba. Nunca me pegó u obligó a nada. Nunca me alzó la voz, “¿No quieres comer, no te gusta este platillo? —me decía—. “No importa mihijita, si no te gusta no te tienes que comertelo, vete a jugar. Juega todo lo que quieras”.

Sí, ella respetaba mi mundo infantil y jamás intervenía en mi mundo de juegos. Crecí segura porque me dio claves para entender el mundo.

“Mira mihijita no te preocupes, el diablo no existe, que nadie te asuste con eso”. Este era muy buen consejo pues la nanas o las tías solían asustar a los niños con que sí te portabas mal, el diablo te llevaría. Si el diablo no existía entonces no había que tener miedo. Portarse bien era importante porque esto te permitía estar presente en el mundo de los adultos y aprender a oír las historias de los demás.

Nunca que me exigió o premió por mis calificaciones. Entonces el compromiso era conmigo misma en la escuela. Daba gusto sacar buenas calificaciones, era importante ante el propio salón, tus condiscípulos te respetaban y así se evitaba el ahora conocido “bullying”. En casa no había angustias y la verdad siempre comía bien y siempre saqué buenas calificaciones.

En la adolescencia me dijo: “Puedes salir e ir a fiestas, pero ten en cuenta que yo no estaré para cuidarte, ahora tú tendrás que cuidarte a ti misma. Hay gente buena y gente mala que te puede llevar a la perdición, aprende a juzgarlos. Si te ves en una situación de peligro, ve a donde veas mucha luz y gente, pide un taxi y te regresas a casa de inmediato o llámame por teléfono”.

Mi madre me apoyaba en todo y me enseñó a ser feliz a pesar de todas la dificultades que la vida nos impone.

Soy afortunada por haberla tenido durante tanto tiempo. Ahora que yo ya soy vieja, (cumpliré 71 años en junio), quiero escribir su biografía porque fue extraordinaria, así lo haré…..

Te quise mucho, descansa en paz mamá….

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