Hablaba doce idiomas y en su biblioteca había más de 40 mil libros. Su nombre era Iwan Bloch y su evidente curiosidad lo hizo pasar a la historia por ser el creador del concepto “sexología”. El dermatólogo nacido en Berlín propuso el estudio teórico del sexo como una manifestación inherente y universal de la condición humana. Una de sus principales aportaciones fue luchar en contra de la criminalización de las relaciones eróticas entre personas del mismo sexo y propiciar un campo de estudio de la sexología desde una perspectiva tanto biológica como social.

A lo largo de la historia de la sexualidad humana, muchos científicos han hecho aportaciones desde diferentes campos de estudio, estableciendo nuevas herramientas para entender esta compleja maquinaria. En este sentido, el que es considerado el primer estudio científico formal sobre la anatomía y fisiología de la actividad sexual es el condensado por William Masters y Virginia Johnson en el libro Respuesta Sexual Humana, un texto que reunía 10 años de investigaciones (1956-1966) del ginecólogo y la sexóloga interesados por tener una base de datos confiable sobre un área poco estudiada en esa época y creada mediante una metodología científica. Hasta ese momento el científico que había abierto el camino respecto a este tipo de estudios era Alfred Kinsey, pero sus investigaciones sólo se basaron en entrevistas, no en la observación y análisis directo del acto sexual, además de que después sus muestras de estudio fueron consideradas poco representativas.

Desde cámaras quirúrgicas (adaptadas a falos de acrílico, como su famoso “Ulysses”) hasta instrumentos para cinematografía, así como electrocardiógrafos y electroencefalogramas, fueron empleados por Masters y Johnson para documentar más de 10 mil actos sexuales en 700 hombres y mujeres de entre 18 y 89 años. La meta era poder describir de forma objetiva los cambios físicos que se experimentan durante el acto sexual, mismos que les ayudaron a clasificar en cuatro fases la respuesta sexual humana: excitación, meseta, orgasmo y resolución. Entre otras de las aportaciones históricas de estos investigadores estadounidenses se encuentra el ser pioneros en tratamientos específicos para algunas de las disfunciones sexuales.

La industria farmacéutica

Precisamente la dificultad para que un individuo pueda disfrutar de la actividad sexual, se conoce como disfunciones sexuales. Dentro de éstas hay varias categorías, como el caso de los trastornos de la excitación sexual. Justo allí se encuentra la disfunción eréctil. Un tratamiento farmacológico que revolucionó su tratamiento a principios del siglo XXI fue el citrato de sildenafilo (vendido bajo la marca Viagra), un potente vasodilatador que hizo ganar a los laboratorios Pfizer hasta 1600 millones de dólares anuales, antes de perder la patente. Aunque con menos ganancias, este fármaco actualmente sigue revitalizando la vida sexual de muchos hombres, sobre todo si se considera la cifra de que más del 50% de los hombres mayores de 45 años padecen disfunción eréctil.

En un ardid publicitario que pretendía igualar el impacto de este producto, hace poco se anunció el lanzamiento del “viagra rosa”, un fármaco llamado Addyi, cuyo principio activo es la flibanserina. Para los especialistas como el doctor Eusebio Rubio, “las comparaciones no son sólo desafortunadas, sino desorientadoras”. Este medicamento es una alternativa para combatir el Trastorno del Deseo Sexual Hipoactivo (TDSH), una afección de un subgrupo que manifiestan desajuste, como la inhibición del deseo, provocado por un funcionamiento neurológico diferente. La advertencia de los expertos frente a la toma precipitada de un medicamento que pretende solucionar todos los problemas vinculados con el deseo es trivializar la compleja maquinaria del impulso sexual femenino.

En este sentido, una verdadera aportación científica a la sexualidad femenina la hizo en 1951 el químico mexicano Luis Miramontes, quien logró por primera vez la síntesis de la norethynyltestosterona, un poderoso agente antiovulatorio, que se convirtió en el ingrediente activo de la “píldora anticonceptiva”. El desarrollo de este tipo de fármacos se convirtió así no sólo en una herramienta de control natal, sino en un símbolo de empoderamiento femenino y revolución sexual.

La historia personal, el peso cultural, el contexto social y las condicionantes biológicas son las que determinan la expresión de la sexualidad en un individuo. Una herramienta científica que ha revolucionado en los últimos años el entendimiento del impulso sexual ha sido precisamente el desarrollo de la neurobiología. Las técnicas de neuroimagen actualmente brindan mucha información sobre como se “conecta” nuestro cerebro para determinar los impulsos sexuales e inclusive de qué forma se trazan las subjetivas rutas de los sentimientos amorosos.

Uno de los investigadores que ha intentado explorar con más fuerza todos estos procesos es Jim Pfaus, el aclamado neurocientífico de la Universidad Concordia en Montreal. Mediante una serie de estudios con diferentes grupos se analizó la actividad cerebral de los participantes mientras eran estimulados con imágenes eróticas o fotografías de persona con la que estaban vinculadas sentimentalmente. Los resultados de estas investigaciones revelaron que dos estructuras del cerebro en particular, la ínsula y el núcleo estriado, eran las principales responsables tanto del deseo sexual como del sentimiento subjetivo del amor. Estos estudios confirmaban la idea de que este último tiende a desarrollarse en el cerebro de manera muy similar a como lo hace una adicción.

Finalmente el cerebro es un centro de comunicaciones conformado por miles de millones de neuronas. Estas redes de células nerviosas que se entretejen pasan mensajes hacia diferentes estructuras al interior del cerebro. La mayoría de las drogas que son capaces de generar adicción, atacan al sistema de recompensas del cerebro, inundando el circuito con dopamina, un neurotransmisor que se encuentra en las regiones del cerebro que regulan el movimiento, la emoción, la motivación y los sentimientos de placer.

Tal como con los efectos de las drogas, la euforia y el placer están vinculadas con el encuentro amoroso que desde el punto de vista bioquímico, se explica por la intervención de este tipo de sustancias que crean un universo de aparente perfección en el que incluso la energía natural del individuo se potencializa.

De neandertales y poliéster

El sexo también tiene que ver con una de las investigaciones científicas más importantes de los últimos años. Se trata del sexo ancestral que sostuvieron el homo sapiens y el hombre de neandertal. Investigadores de la Universidad de Vanderbilt, en Nashville, Tennessee, EU, concluyeron que estos encuentros dejaron su marca en el genoma de las personas de origen europeo, en quienes se ha encontrado hasta 4% de ADN neandertal que influye en diferentes afecciones en el sistema inmunológico y sanguíneo, pues se tiene la teoría que en el pasado la rápida coagulación de la sangre ayudaba a sanar las heridas más rápidamente, sin embargo actualmente puede propiciar padecimientos cardiacos.

Las múltiples investigaciones que se realizan en la actualidad sobre la sexualidad de los individuos y todos los factores que confluyen y se desprenden de ella, abarcan una gran variedad de temas. Estudios de la Facultad de Medicina en la Universidad de El Cairo revelaban que incluso algo que podría ser considerado inocuo, como el tipo de vestimenta, puede afectar el desempeño sexual. El estudio concluía que la ropa interior de poliéster puede dañar el desempeño sexual de los hombres. Los investigadores observaron que este material produce un efecto negativo al inducir campos electrostáticos en las estructuras intrapeniles, lo que podría explicar la actividad sexual disminuida en los hombres que utilizaban ropa interior de este material, a diferencia de otros tipos como el algodón y la lana.

Desde los laboratorios donde Masters y Johnson estudiaban los actos sexuales, hasta los recintos académicos donde fibras, genes e imágenes neuronales aportan diferentes datos sobre el estudio de la sexualidad humana, finalmente el beneficio es común.

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