Lo llaman el techo de Panamá porque, desde sus privilegiados 3 mil 474 metros de altura, se mira sin descanso el Mar Caribe y el Mar del Sur.

Ubicado en la Cordillera de Talamanca, en la provincia occidental de Chiriquí, el Barú es el pico más alto de Panamá y el tercer volcán activo con más elevación de Centroamérica, superado por el de Fuego en La Antigua, de 3.765.53 metros, y el Santa María, de 3.772 metros, ambos en Guatemala.

"Es el punto de referencia de la formación del istmo de Panamá. Se originó hace 500 mil años gracias a una serie de actividades efusivas y al día de hoy sigue activo", afirma el investigador del Instituto de Geociencias de Panamá, Arkin Tapias.

Desde su cima, que tiene forma de herradura, las nubes se convierten en algodones, el silencio suena y la inmensidad se toca con los dedos.

"Es una de las maravillas que tenemos en este país", sostiene la directora en Chiriquí de la Autoridad de Turismo de Panamá (ATP), Siguilinde Palacios.

El Barú es un volcán científicamente activo porque solo han pasado casi 500 años desde su última erupción (1550), que fue documentada por navegantes españoles que viajaban por el Pacífico panameño. Para que un volcán sea considerado inactivo debe llevar sin actividad más de 10 mil años.

"Hasta que no han transcurrido como mínimo 10 mil años, no se puede certificar la inactividad de un volcán. No hay más que ver el caso del Chaitén, en Chile, que entró en erupción en el año 2008 tras más de 9 milenios", recuerda el vulcanólogo.

En los últimos mil 800 años, el Barú ha sufrido unas cinco erupciones, que se han dado aproximadamente cada 400 a 500 años, pero el dato más antiguo reportado por el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales fija en el 9280 Antes de Cristo la primera erupción confirmada.

"Si atendemos a sus tiempos y consideramos que entra en actividad cada cuatro siglos, podemos decir que estamos en el rango de una nueva erupción", advierte el investigador.

La pregunta del millón de dólares es cómo de profundo es el sueño de este oteador de mares. Según el experto, hay dos escenarios posibles: que el Barú se esté echando una larga y apacible siesta o que haya caído en un coma del que es difícil despertar.

Tapias se decanta por la primera opción porque en los alrededores del cráter se suelen dar pequeños sismos, en su gran mayoría imperceptibles, que desvelan cierta actividad volcánica. Por eso, le gusta decir que "el Barú ronca y ronca bastante".

Aunque la palabra "ronquido" impresiona, el científico asegura que no existe ningún tipo de peligro porque las erupciones son en la actualidad fenómenos "extremadamente predecibles". Así que, que no cunda el pánico.

Además de ser objeto de estudios científicos por todo el mundo, el Barú se ha convertido en los últimos tiempos en uno de los mayores atractivos turísticos de la provincia occidental de Chiriquí, fronteriza con Costa Rica y considerada "la despensa de Panamá" por su gran cantidad de tierras fértiles.

"Se ha puesto de moda, cada vez son más los turistas que vienen a Chiriquí a subir el volcán. En 2015, hubo 6 mil 500 visitantes y el mes con mayor afluencia fue enero porque hay menos nubes y es más fácil observar los dos mares", cuenta la directora regional de la ATP.

Existen dos rutas para ascender el volcán y, aunque una es mucho más dura que la otra, ambas constituyen gestas titánicas que requieren forma física, planificación y paciencia.

La más popular es la que sale del pintoresco Boquete (13 kilómetros), un pueblo rodeado de cafetales y fresales, atestado de "gringos" jubilados. La otra, la que sale de la localidad de Volcán (7.5 kilómetros), es apta solamente para alpinistas ultra experimentados.

Sole, una española de mediana edad enganchada al yoga, ha empezado a subir el volcán a la 1 de la madrugada desde Boquete junto a dos de sus hijos y, tras 13 horas de caminata (5 de ellas en plena oscuridad), llega semiexhausta a su vehículo, aparcado en las faldas del volcán.

"En la cima me he sentido como un astronauta, la cabeza me baila por la diferencia de altura. Subir y ver esa inmensidad es maravilloso, la vista de los océanos no tiene precio, pero una vez y no más, es demasiado duro", confiesa mientras se quita la mochila y saca de ella las botellas de agua y las barritas energéticas que le han sobrado.

"Los últimos 100 metros son tremendos, crees que nunca vas a alcanzar el coche", añade su hija Carola, que descansa sentada en el suelo con los pies al aire.

La mayoría de los turistas prefieren iniciar el ascenso de noche para llegar de madrugada a la cima y tener más posibilidades de ver los dos océanos, ya que por la tarde las nubes son más frecuentes. Los expertos recomiendan llevar agua de sobra y descansar cada hora para que el cuerpo se vaya aclimatando a la altura.

"Los que más nos visitan son europeos y norteamericanos. Le encanta experimentar la sensación de subir un volcán. Son mucho más aventureros que nosotros", bromea la directora regional de la ATP.

kal

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