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“El mundo es muy complicado, es muy complejo para entenderlo simplemente mirándolo sin anteojos, sin lupa”, dice Carlos Végh, el nuevo economista en jefe del Banco Mundial (BM) para América Latina.

Es un uruguayo nacido en Montevideo que no le incomoda revelar que tiene 59 años de edad y que lleva la economía en la sangre.

Su padre Alejandro Végh Villegas y su abuelo, Carlos Végh fueron economistas e ingenieros que llegaron a ser ministros de Economía en momentos clave de la historia de su país.

“Lo llevo en la sangre porque mi abuelo también fue además de economista, ingeniero industrial. De las tres generaciones, yo no fui ingeniero industrial. Estudié economía y mi abuelo también; fue ministro de economía en el 67”, relata.

Dice que su padre era ingeniero industrial con especialización en electricidad. Trabajó muchos años como ingeniero hidroeléctrico en Argentina a finales de los 60 y principios de los 70 cuando se construía el complejo hidroeléctrico Cerros Colorados.

Su padre también estudió un posgrado en Economía en Estados Unidos y fue ministro de Economía dos veces en Uruguay, cuando se hicieron muchas reformas en el país.

Antes de sustituir al ecuatoriano Augusto de la Torre en el BM, había trabajado en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en distintas universidades de Estados Unidos.

Dice admirar a grandes economistas como el Premio Nobel, Robert Lucas, que fue su maestro, y a otros como Jacob Frenkel y Michael Mussa y al mexicano Agustín Carstens.

Ver el bosque

¿Por qué seguir la economía?

—Siempre me interesó, siempre hablaba mucho con mis padres estos temas, eran muy importantes. Fue una elección natural. Cuando fue mi papá, no sé si existía una facultad de ciencias económicas, pero cuando estudié en Uruguay tenemos una facultad.

Siempre fue una disciplina que me fascinó. Lo que más me llama la atención era un poco mi forma de pensar; mi filosofía económica es que el mundo es muy complicado, es muy complejo para entenderlo simplemente mirándolo sin anteojos sin lupa.

Creo que el rol de la Teoría Económica es tratar de simplificar la realidad, por eso es que los economistas utilizamos, modelos no necesariamente porque nos encanta escribir ecuaciones matemáticas sino porque es una forma de simplificar una realidad muy compleja, cuya única forma de entenderla es tratar de capturar los aspectos esenciales o sea ver el bosque y no perderse en los árboles.

Ese método científico que es el corazón de la economía, esa idea de que la realidad económica es muy compleja para analizarla por sí sola.

“Creo que es la base de la ciencia económica”.

Humildad científica

¿Por qué eligió Chicago para hacer el doctorado?

—Porque es una de las mejores universidades en el mundo junto con el MIT (el prestigiado Instituto Tecnológico de Massachusetts).

Es claramente junto con MIT y con Harvard, las tres más calificadas en donde uno tiene oportunidad de aprender con economistas famosos que han sacado Premios Nobel de Economía y que saben mucho.

¿Qué profesores recuerda y por qué?

—Robert Lucas. Tuve el gran honor y suerte de estar en Chicago en el año 95 cuando sacó el premio Nobel de Economía. Para mí Lucas es el epítome de lo que debería ser un científico social que se ha dedicado a la economía.

Lo que más le llamaba la atención de Lucas, uno de los autores de la Teoría de las expectativas racionales, era que admitía con humildad que no sabía algo cuando le preguntaban.

“A mí siempre me llamaba la atención, porque yo esperaba que los profesores tuvieran respuesta para todo. Lucas era un científico tan serio y tan bueno y confiado en lo que sabía y en lo que no sabía, que no tenía inconveniente si uno le hacía una pregunta que él consideraba que no sabía que no tenía elementos para contestarla en decir es una buena pregunta, pero no tengo respuesta.

“Recuerdo que eso me impactaba más que cuando daba una respuesta, porque para mí, un chiquilín estudiando en Chicago, que un Premio Nobel, uno de los economistas más famosos del siglo XX sin lugar a dudas, tuviera la humildad científica y la honestidad intelectual de decir simplemente ‘no sé’, me parecía algo absolutamente increíble me despertaba una admiración tremenda.

“De Lucas aprendí metodología, aunque también aprendí otras cosas, quiero pensar, bastante macroeconomía, aprendí la parte metodológica; el cómo agarrar una realidad complicada, encontrar los elementos esenciales porque esa es la parte complicada, saber si cuando uno agarra el mundo, saber si esto es lo importante o esto.

“Qué es lo que tengo que descartar y que enfocar para entender el problema que deseo analizar”.

Lucas y Keynes

Para Carlos Végh, en la parte metodológica, Robert Lucas es un genio. “Creo que en el aspecto metodológico, posiblemente es el economista académico más importante del siglo XX. Keynes fue el economista más influyente del siglo XX sin lugar a dudas, pero era un estilo”, afirma.

Aclara que mientras Lucas trabajó en la época de los 70-80, Keynes se destacó en los años 30, pero en su opinión Keynes era más subpráctico de la economía, era lo que él llamaría un policy maker.

Lucas en cambio se dedicó a la ciencia toda su vida y no va a cambiar. Nunca hizo política económica, dice.

Después tuvo la suerte de tener profesores de los cuáles aprendió mucho de economía como Jacob Frenkel, un académico muy conocido que después se dedicó a la política económica. También fue el economista en jefe del FMI y gobernador del banco central de Israel. Otro que recuerda fue Michael Mussa, egresado de la Universidad de Chicago y economista en el FMI.

De su lista, menciona de manera especial a los mexicanos Juan José Suárez, Juan Jo, de quien afirma era un estudiante bueno e inteligente y por supuesto a Agustín Carstens, que también hizo su doctorado en Chicago.

“A Agustín Carstens le tengo gran aprecio personal, gran respeto profesional, me parece un gran economista. Estaba un año más adelantado que yo (en la Universidad). ¿Cuál es el mexicano más famoso que conocí en Chicago? La respuesta es Carstens.

Para cerrar la plática con Carlos Végh en sus oficinas del Banco Mundial en Washington, cuenta el chiste de economistas que más recuerda:

“En una isla desierta están un ingeniero, un químico y un economista. Naufragaron y lo único que tienen es una lata de frijoles. Pero es una lata que hay que abrirla. El ingeniero dice: Lo que creo que hay que hacer es arrojarla contra ese árbol en un ángulo de 360 grados porque si la lata pega con ese ángulo se va a romper y abrir. El químico dice: Eso no va a funcionar, lo que hay que hacer es encender fuego a una temperatura tal por tanto tiempo y eso va hacer que el metal se ablande. El economista dice: “Ustedes están equivocados, ni el árbol, ni el fuego… supongamos que tenemos un abrelatas”.

Los economistas somos mucho de suponer… Finaliza soltando una carcajada.

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