Terminé de tender mi cama y al girar escuché el sonido de algo cayendo desde cierta altura y estrellándose en el azulejo negro y frío del piso de mi habitación: Shou, el dios chino de la longevidad yacía en el suelo hecho pedazos. Se me estremeció el corazón. Peor que un espejo. Junto con Fu, señor de las bendiciones y la buena suerte y, Lu, con poderes sobre el dinero y la abundancia, los Tres Sabios Chinos son quienes más influencia pueden tener sobre nosotros mortales. Y no es que quiera vivir por siempre, pero todavía es temprano, me quedan cosas por hacer. Por lo mismo, al tratarse de la salud y prevención, la presencia de Shou cerca de mi almohada durante más de treinta años ha funcionado mejor que el rivotril. La idea fue de un caballero chino quien alguna vez me leyera los ojos en el primer piso de un edificio X al lado de Chinatown, en Londres; también sugirió no usar oro amarillo o ropa blanca y traer en mi persona una pieza de jade en forma de corazón. Fui diligente en todo durante muchos años, dándole prioridad a las tres estatuillas de pasta producidas en masa que conseguí y que eventualmente, por capricho, cambié por unas de cerámica. Sí, soy medio supersticiosa, no es secreto, más vale tocar madera, también evito pasar por debajo de escaleras y, la última vez que rompí un espejo lo sumergí en agua y demás. En este caso, una vez pasado el coraje, a encontrar el remedio.

Con todo y todo mi tendencia es más bien científica, racional, prefiero informarme lo mejor posible y evitar el pánico, más aún en un caso de vida o muerte como este. Mi idea inicial es pegar la figurita con Resistol y hacer como si nada –o todavía mejor– repararla con oro y convertirla en un Kintsugi japonés, otorgándole así un nuevo significado y valor a las fisuras, como cicatrices que se portan con el orgullo de una batalla ganada.  Me encanta. Pero los tres dioses estelares son parte del Feng Shui chino que tan de moda se puso en occidente hacia finales del siglo pasado. Muy resumida, la idea es que existe un conocimiento misterioso y secreto que se desarrolla entre el cielo y la tierra al que los humanos no tenemos acceso y el feng shui contribuye a que fuerzas desconocidas hagan el menor daño posible. A estas figuritas ni se les reza ni se les pide favores, su presencia simplemente ayuda a que fluya la buena vibra al tiempo que absorbe la mala. Así, después de análisis y consideración y no permitiendo que lo irracional dominase mi cerebro, lo primero que hice fue agradecer su presencia, protección y sacrificio; coloqué entonces las piezas en una tela roja junto a Fu y Lu y las envolví cuidadosamente. Puse todo en una bolsa y al basurero.  Gracias y hasta la próxima.

Si bien todos estos años después me doy cuenta de que este buen hombre, el adivino chino, no hizo otra cosa que personalizar al buen tanteo las características del tigre, mi animal y, hacer recomendaciones de Feng Shui, recuerdo la ilusión y sorpresa de esa tarde con cariño y ternura, algo especial que recargó mis pilas, y me hizo sentir protegida de lo inesperado, lo triste, lo difícil, las causas perdidas. El edificio existe, pero ahora tiene un salón de belleza elegante. Gracias al online shopping, pronto habrá figuritas nuevas de Fu, Lu y Shou,  y según la foto esta vez serán de madera, y serán colocadas en la mesa de noche de mi habitación, igual que antes. Creo –me temo– que mi fe en ellas siempre ha sido más que relativa.

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