Llegaron al mismo tiempo, cada uno en su camioneta, y juntos salieron a hombros por la puerta grande. Julián López “El Juli” y Sergio Flores embriagaron con su toreo a la afición capitalina que esta tarde asistió a la Plaza México.

En una tarde soleada, víspera del 78 aniversario de la Monumental, los tendidos de sol lucieron llenos y los de sombra con tres cuartos de asientos ocupados. La gente asistió al coso ávida de emociones. Estaba alegre la afición a las cuatro y media cuando después del paseíllo llamó con las palmas a las dos figuras para que saludaran desde el ruedo. Pero tendrían que pasar dos horas para que el arte llegara a la colonia Nochebuena.

Poco pudo hacer Julián ante el primero de la tarde, un toro quedado y lento para embestir. Mató el español de certera estocada y se retiró en silencio. Mientras la arena del ruedo era areglada para que saliera el segundo animal, un hombre saltó al ruedo. Corrió por la mitad del círculo y se quitó la camisa; tenía pintada en el dorso una leyenda anti taurina. Protestaba contra las corridas de toros. Frente a la puerta de picadores fue interceptado por un monosabio de manera tan firme que el golpe recordó a los aficionados que en esos momentos comenzaba el Super Bowl. El intruso fue llevado a la delegación en medio del abucheo general. Cuando abandonó el ruedo, la desagradable sorpresa se convirtió en ovación para el monosabio que fue llamado a que saludara en el tercio. La primera gran actuación de la tarde.

La empresa de la Plaza México no atiende a las quejas de quienes pagan su boleto. La semana pasada fue regresado un toro por falta de trapío y cuando menos otros cuatro fueron protestados. Hoy la pequeñez y mansedumbre del encierro de Teófilo Gómez indignó al público nuevamente.

El segundo de la tarde, correspondiente a Sergio Flores, se llamó “Puño de tierra”. Y fueron puños los que se levantaron coléricos contra el juez para pedir que no fuera toreado. El burel pesaba 501 kilos. Ganadero, empresa, juez, toro y torero fueron abucheados tanto o más que el anti taurino. No cesó la rechifla durante toda la lidia. Cuando el toro iba a ser picado, acción que hace imposible su regreso a los corrales, cuatro cojines fueron lanzados desde los tendidos hasta el ruedo, tradicional forma de mostrar el enojo en las corridas. Insultos a gritos cayeron de todos los sectores del público.

Pero el verdadero escándalo llegó en el sexto, “General”, también del lote de Flores. Cuando el bicho saltó al ruedo, pequeño, sin bravura, la irritación llegó a su límite. Otra vez hubo cojinazos. Enfurecido el público, las mentadas no se hicieron esperar. Contrario a las reglas, el animal fue devuelto después de haber sido sangrado por el picador.

Cada domingo, antes de la corrida, una comisión se encarga de pesar a los toros y aprobar su presencia en el ruedo. La pregunta que se generalizó durante la tarde fue por qué este comité permitió que salieran reses tan chicas. Los seis toros de Teófilo Gómez que se tenía contemplados para la corrida fueron todos reclamados.

En el tercero de la función, El Juli levantó los ánimos con su capoteo. Sin opciones con “Soñador de gloria”, López pinchó en su intento por matar y fue hasta el cuarto descabello que el bicho dobló.

En sus respectivos terceros toros, los toreros decidieron regalar un toro. La gente lo agradeció con aplausos. Y entonces llegó el Toreo.

La divisa azul y blanca de Teófilo Gómez fue cambiada por la de Bernaldo de Quiroz. La relación entre El Juli y la afición capitalina es un amor correspondido. La plaza idolatra a Julián y éste, agradecido con aquellos que lo han aplaudido desde niño –tenía 15 años cuando se presentó en esta arena- derrocha belleza con los avíos.

“Campero”, un toro gris con pinta de leyenda, apareció en la puerta de toriles poco después de las siete y media de la noche. Imponente de estampa, con una fuerza que impresionó a los aficionados.

Inició Julián López a capotear por zapopinas y no tardaron los olés. Por vez primera en la tarde, el tercio de banderillas fue cubierto impecalbemente. La gente ya estaba alegre otra vez, loca por ver el lucimiento de su ídolo. Con la muleta la faena fue un éxtasis. A cada lance crecía el frenesí de alaridos. Cuando el espada terminaba una tanda, sus devotos se ponían de pie para aplaudirle y gritarle “eres grande Julián”. La gracia de la bailarina con los pies la tiene este torero con las muñecas. Suaves se fueron sucediendo los derechazos y naturales. Los cambiados de mano también. Remataba con pases del desdén y trincherazos. Conforme avanzó la lidia, crecían los “¡Torero! ¡Torero!”. Dos orejas para el español, un griterío en los tendidos, y un beso de Julián en la arena, fueron el epílogo de la faena.

Santa María de Xalpa fue la ganadería del último de la corrida, “Suerte”. Quien lo bautizó con este nombre tuvo voz de profeta. La suerte y la Fortuna estuvieron del lado de Sergio Flores con este toro. Fue excelente el tlaxcalteca con el capote, ajustadas las chicuelinas, vistosas las verónicas. Hasta ese momento fue apreciada la talla de Flores. Le corrió la mano al bicho con finura, muy cerca los lomos del traje de luces. El chico estaba impaciente por el triunfo. Sabía que “Suerte” era la última oportunidad de triunfo.

Con limpieza toreó de muleta. Pisó los terrenos del toro y fue prendido por uno de los pitones en la pierna izquierda del pantaloncillo. El animal lo levantó y revolcó. Con la adrenalina pintándole la cara, el matador ordenó con un ademán furioso que los subalternos que habían entrado al quite salieran del ruedo. Se descalzó y fue él el que pareció tener al toro ensartado en las faldas de la muleta. La afición rugió olé con cada pase que dio.

Y cuando ejecutó las manoletinas, la plaza se volcó de furor. Fue acertada, justa, su ejecución de la suerte suprema. Lloraba el torero por la emoción de sentir el clamor de la gente. Temblaba todavía después de muerto el burel. Dos orejas para él y la faena como carta de presentación para sus futuras actuaciones. El respetable ovacionó a la joven figura.

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