Aquí la segunda parte de las respuestas de algunas escritoras acerca del efecto de la pandemia en la relación entre la escritura y el cuerpo.

El cuerpo ha encontrado distintos acomodos en el espacio del confinamiento como nos lo revela Paola Tinoco: Ahora me parece agradable el comedor, disfruto hacerlo en la terraza, incluso en mi sala de TV. La acumulación de palabras ya no espera que mi cuerpo se arrellane en el lugar de siempre, sólo se prepara para salir hacia los cuadernos que dejo por todas partes o la laptop en la mesa de la entrada. Ya el cuerpo sólo quiere hacer lo que le da la gana. Pero también el cuerpo ha conquistado otras maneras de habitar la escritura como comparte Ethel Krauze: Escribir es una actividad física, y lo mismo que me quité el brasier y los tacones, me quité las anclas de mi cabeza y recuperé el cuerpo en mi escritura. Dejé el teclado y volví a la pluma. Dejé la pantalla y retomé el papel. Involucré el peso de mi cuerpo a las diferentes sillas, sillones, posturas, ventanas, esquinas, inaugurando nuevas posibilidades de luz y de sombra para el acompañamiento de mis letras. Dejé que fluyeran las primeras letras.

Anamari Gomís confiesa que para ella la alteración es sólo de horario: Hay ratos de inmovilidad y pura escritura, pero ni ahora ni antes lo percibo como trabajo físico. Me canso después de tres horas, más o menos. Si escribo por las mañanas, novedad para mí, debo estar bañada y arreglada. Julia Santibañez escribe de noche pero durante la pandemia ha pasado más tiempo sentada en el día por eso: desde hace meses mientras escribo me voy estirando (abriendo más las piernas, torciendo la espina dorsal, destensando las caderas) y tomo pequeños descansos. Me resulta padrísimo lo que eso genera en la escritura: una suerte de indagación más profunda de otras posibilidades expresivas que corren en paralelo de nuevos torcimientos.

La promoción de nuevas publicaciones es lo que también hacemos los escritores y, por la vía virtual, sigue sucediendo en tiempos pandémicos. Por eso Verónica Ortiz, a raíz de su nueva novela, La decisión equivocada, comenta: Me duele la cintura y el ejercicio, para mí fundamental, lo hago caminando por todo el departamento que es pequeño. Mi nuevo libro me obliga a seguir acompañándolo con entrevistas y comentarios. Escribo poco, sobre todo poemas cortos. Emocionalmente no me da para más. En cambio, Sandra Frid dice: Escribo más desde que empezó la pandemia. Lo hago en las tardes, en las mañanas no doy una.

Rosa Beltrán hace un diagnóstico de cómo la escritura y la vida se trenzan en la pandemia: Escribo a deshoras. Me angustio. Me desangustio. Por momentos, tengo la falsa sensación de que me regalaron tiempo. Me doy cuenta de que tiempo no es lo que se necesita para escribir, sino un estado del espíritu. Escribo. Procastino. Me duele la espalda. Vuelvo a intentarlo cuando termino de comer. Después de un rato de ver apuntes, por fin, en algún momento escribo de un tirón, me duelan las piernas, los ojos, pienso en conocidos cada vez más cercanos a los que les dio coronavirus. Le escribo mensajes a mi hija. Desde la pandemia escribo todo en primera persona.

Para Ana Clavel la incertidumbre se ha vuelto transmutación: A raíz de la pandemia y el confinamiento, siento mi cuerpo como un fantasma cuajado de ansiedad, un holograma que transmite su irrealidad a mi escritura. Soy más que antes un cuerpo textual que se debate entre la incertidumbre y la fuga. Paradójicamente sigo escribiendo pero cada vez los límites de desdibujan más en un eterno anti-presente verbal en el que el tiempo se dilata y ya no sé si he sido, han estado, hemos soñado, habéis vivido.

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