La crisis del agua en el Valle de México es más grave que nunca, esto lo sabemos porque la capital ha enfrentado situaciones similares en ocasiones anteriores. Problemas previos dieron paso a soluciones que evitaron la falta de agua por un tiempo, aunque esta vez es poco probable que vuelva a suceder.
Esta segunda entrega de Mochilazo en el Tiempo sobre las crisis de agua registradas en la CDMX recuerda la escasez que llevó a la construcción del acueducto que trajo agua desde el río Lerma en los años 50.
El acelerado crecimiento de la población del entonces Distrito Federal (DF) aumentó de forma crítica el consumo de agua en las primeras décadas del siglo XX, por lo que desde las décadas de 1930 y 1940 se hizo evidente la necesidad de tomar medidas extremas: un megaproyecto que calmara la sed de los defeños.
A inicios de los años 20, la ciudad de México sobrevivió dos semanas sin servicio de agua, por una falla mecánica en el sistema de bombeo que llevaba agua desde la colonia Condesa al resto de la capital.
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Esa estación de bombas, con dos tubos de 1.2 metros de diámetro, ya se consideraba insuficiente en 1935. Se decidió construir las bombas de Xotepingo, en Coyoacán, para llevar el líquido a las colonias Portales, Del Valle y Postal, que entonces eran el sur del DF.
Sin embargo, el resto de la década de 1930 distintas zonas de la ciudad reportaron falta de agua en al menos una ocasión, desde la zona de Tacubaya hasta La Villa, pasando por la Del Valle. Los vecinos habían alzado la voz, pero no se hablaba de soluciones.
La situación empeoró cuando comenzó la escasez de energía eléctrica, porque la planta hidroeléctrica de la presa del Necaxa, en Puebla, cada vez contaba con menos agua para trabajar.
En 1939 se reportó que las autoridades buscaban una solución. Mientras tanto, en septiembre de 1940 se inauguró el nuevo sistema de bombeo en Xotepingo, pero los resultados duraron muy poco tiempo.
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Para diciembre de 1941 el gobierno federal concretó las medidas para financiar las obras necesarias y dotar de agua potable al DF, consciente de que explotar los pozos implicaba riesgos para el subsuelo.
Gracias a eso, se decidió establecer un sistema para traer agua desde otro acuífero, esta vez en el estado de México, pero las obras y costos para crear esa infraestructura rebasaron todo pronóstico.
De acuerdo con una nota de EL UNIVERSAL de 1945, cuando la ciudad comenzó a recibir agua desde los manantiales de Xochimilco, en la década de 1920, la población capitalina era una cuarta parte que la de los años 40.
Datos actuales del INEGI precisan que la población del DF pasó de 1.8 millones a 3.1 millones entre 1940 y 1950, mientras que en 1921 era de 900 mil habitantes. Se puede decir que la misma fuente de agua abastecía a una población que se triplicó en sólo 30 años.
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Para cambiar ese panorama, en 1942 se diseñó un nuevo acueducto que recorrería 52 kilómetros, desde el municipio de Almoloya del Río, al poniente de la ciudad, y que por el costo de 32 millones de pesos traería agua del río Lerma.
Aunque más de una vez se aseguró que un “ejército” de ingenieros, contratistas y obreros trabajaban en el megaproyecto, las noticias a lo largo de 1943 repetían titulares como “están muy adelantadas las obras” y se prometía estrenarlas a inicios de 1945.
Sin embargo, en abril de 1945, un ama de casa que se identificó como María Elena Sodi de Pallares entrevistó al entonces Jefe del Departamento del DF (DDF), Javier Rojo Gómez. Entre otros “problemas citadinos”, le preguntó si había una fecha en que los habitantes de la metrópoli dejarían de padecer la carencia de agua.
Rojo Gómez respondió que tras invertir otros 35 millones de pesos, en un año se resolvería de forma definitiva el problema de la falta de agua (que además de escasear, no tenía un reparto equitativo entre toda la población del DF).
Medio año después se aseguró que las obras estaban muy adelantadas, y en noviembre se informó que, a mediados de 1946, la ciudad contaría con un caudal de agua tan abundante que habría líquido para todos los capitalinos, incluso si la población alcanzaba los tres millones.
El tiempo pasó y, de nuevo, los resultados prometidos no llegaron. En cambio, para julio de 1947 este diario reportó que la escasez de agua ya alcanzaba “límites angustiosos”.
Todo ese año, la población de la ciudad habría sobrevivido con un suministro a penas suficiente para lavar ropa y trastes indispensables, pero bañarse era un lujo, como treinta años atrás. También habían vuelto los cortes de energía eléctrica por falta de agua en la presa hidroeléctrica del Necaxa, en Puebla.
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“La mugre y la suciedad van invadiendo a los capitalinos y sus hogares”, decía la nota de esta redacción. Lo peor era que no había esperanzas de que la situación mejorase, pues las obras para traer agua de los manantiales del Lerma se habían estancado, sin siquiera un comunicado oficial que explicara las razones.
Aquellas páginas mencionan que el gobierno del DF incluso consideró aprovechar el deshielo de los volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, sin que se le diera seguimiento a la propuesta.
La nota cerraba con unas palabras que, por desgracia, encajan con la CDMX de 2024: “Los meses han pasado, sin embargo, y no se ha visto nada claro, quedando tan sólo como triste realidad que el agua disminuye en proporción muy alarmante”.
Tres meses después, en octubre del 47, la Dirección de Aguas y Saneamiento del DDF invitó a varios periodistas a ver los avances en las obras del Lerma. Pareciera que tanto la falta del recurso natural como el descontento social pusieron de nuevo en marcha el proyecto.
Por supuesto, fue una medida llamativa el publicar fotografías del enorme acueducto, tres veces más grueso que los que llevaban agua de los manantiales de Xochimilco a la ciudad.
Con todo, completar el proyecto requería más dinero del que disponía el DDF, por lo que se solicitó un préstamo de otros 30 millones de pesos, esta vez ya bajo el mandato del regente Fernando Casas Alemán.
Para abril de 1949, el dinero invertido sumaba 186 millones de pesos, cuando seguían sin concluirse los trabajos, con la promesa de que a inicios de 1950 podría usarse la nueva infraestructura. No es sorpresa que tampoco en el 50 se inauguró.
Desde 1941, durante el sexenio del presidente Manuel Ávila Camacho y del Jefe del DDF Javier Rojo Gómez, habían comenzado las promesas de solucionar la falta de agua que comprometía el bienestar de casi tres millones de personas.
Llegó febrero de 1951, se anunció que ya estaba listo el acueducto, y sólo pasaban más meses sin ver los frutos de casi diez años de trabajo y más de 200 millones de pesos.
Fue hasta el 5 de septiembre de 1951 que, por fin, la primera plana de EL UNIVERSAL reportaba el “gran acontecimiento inaugural” de las obras de captación de agua del río Lerma.
Además del presidente Miguel Alemán Valdés y el titular del DDF, Fernando Casas Alemán, senadores, diputados e intelectuales asistieron al evento en el municipio de Almoloya del Río.
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La demora de este megaproyecto y la sed de diez años parecían no importar. La crónica de este diario narró que una caravana de 300 automóviles partió a las nueve de la mañana de la residencia oficial de Los Pinos, y que en varias ocasiones pasaron bajo “arcos triunfales” en que los mexiquenses habían escrito “Bienvenido Señor Presidente”.
A lo largo de ese día visitaron sitios importantes del acueducto de 60 kilómetros de longitud, que canalizó agua de los manantiales de Almoloya, Texcaltenco, Alta Empresa y Ameyalco desde que el jefe del DDF y el primer mandatario activaron la válvula.
En tres puntos distintos había placas conmemorativas, una con el nombre del expresidente Ávila Camacho (también presente en el evento), otra con el del regente Casas Alemán y otra con el del jefe del Ejecutivo, Miguel Alemán Valdés.
Durante el discurso a nombre del Sindicato de Trabajadores del DDF, el licenciado Rómulo Sánchez Mireles recordó que 35 compañeros “trabajadores anónimos, con un heroísmo callado, anónimo, obscuro, murieron durante las obras”.
Después de opinar que quizá aquel sacrificio parecía poco importante por no haber sido muertes en una guerra “buscando la muerte de un hermano del mundo”, agregó que Tláloc “símbolo de la abundancia”, sustituía a Huitzilopochtli “en el devenir de los hechos nacionales”.
Sánchez Mireles no era el único con esta perspectiva, pues como decoración se destinaron murales y esculturas a cargo de Diego Rivera, quien se inspiró en el dios mexica de la lluvia y los ríos para los trabajos que hasta la fecha se pueden visitar en el Museo del Cárcamo de Dolores, de la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec.
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También hubo una gran pintura a cargo del arquitecto Martín del Campo, que representaba la historia del abastecimiento de agua en la ciudad de México; y una exposición de fotos, maquetas y pinturas del también arquitecto Eduardo Haro López, sobre los trabajos realizados.
Se afirmó que, gracias a las aguas de Lerma y de Xochimilco, la ciudad de México ahora era una de las mejores abastecidas del mundo y que el Sistema Lerma proveería el suministro de H2O necesario para los próximos 30 años.
Si quieres descubrir el resultado de esa promesa, lee la tercera y última entrega sobre las crisis de agua que enfrentó la capital el siglo pasado.