Para este Mochilazo en el Tiempo, hablaremos sobre el inmueble que alberga el Museo Franz Mayer, ubicado en el número 45 de la Avenida Hidalgo. El céntrico lugar tiene una historia de casi 400 años, la mayoría de ellos enmarcados por los hospitales que ahí se establecieron.
Antes de las exposiciones de arte, como la famosa muestra de Tim Burton o la presentación de las fotografías del World Press Photo, el recinto capitalino fue un espacio de tratamiento médico para los sectores más pobres de capital, con apoyo de la beneficencia y órdenes religiosas.
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De acuerdo con una mención de marzo de 1966 en EL UNIVERSAL, el inmueble donde ahora se encuentra el Museo Franz Mayer funcionó entre 1540 y 1586 como Alhóndiga Pública, donde se guardaron granos y harina para la venta diaria.
Según el libro “México Pintoresco”, de Manuel Rivera, este lugar se conoció como Casa del Peso de Harina, una “construcción medio destruida, cercana al Tianguis de San Hipólito” en la primera etapa de la Colonia. Las autoridades lo clausuraron por su lejanía de los principales espacios de comercio.
Para 1586, el filántropo Pedro López solicitó establecer ahí un centro médico para los estratos más bajos de la población novohispana: mulatos, mestizos pobres y negros libres.
Bajo una real cédula se le otorgó la propiedad para formar el Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, también conocido entre los habitantes como De la Epifanía. Fue uno de los primeros 11 centros de salud de la Nueva España, con atención general para los enfermos.
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Pedro López también instauró el Hospital de San Lázaro, con un financiamiento a base de limosnas y sus propios ingresos.
El Hospital de la Epifanía se dividió en tres secciones, con sala de atención para hombres, otra para mujeres y la última para bebés abandonados que quedaron bajo el cuidado de una hermandad religiosa. La administración de Pedro López resaltó entre la sociedad de la Nueva España, pues logró atender a muchos habitantes con gran eficiencia.
Tras la muerte del fundador a finales del siglo XVI, José López – su hijo – quedó como encargado de Nuestra Señora de los Desamparados. Desde ese momento, el hospital presentó problemas en su funcionamiento.
Con la Conquista, diversas órdenes religiosas de Europa se interesaron en llevar sus doctrinas y labores al Nuevo Mundo. Una de las más relevantes en México fue la orden de los Juaninos.
San Juan de Dios o Juan de los Enfermos creó esta orden en el siglo XVI para auxiliar a los necesitados, sobre todo en su salud. Los Juaninos llegaron a la Nueva España a comienzos del siglo XVII y solicitaron a las autoridades el permiso de gestionar un hospital.
Por real cédula, la corona arrebató el control de Nuestra Señora de los Desamparados a José López y así comenzó el Hospital de San Juan de Dios, el 25 de febrero de 1604. A un lado se erigió la parroquia en honor a su patrono, que se mantiene hasta nuestros días.
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El nosocomio atendió a los desprotegidos, y durante los primeros años se le consideró el mejor hospital de la Nueva España.
Entre el siglo XVII y XIX, enfrentó varias crisis de salud, como la epidemia de “matlazahuatl”, una peste parecida a la viruela, ocurrida entre 1736 y 1739. El nosocomio atendió a más de 9 mil pacientes, pero varios religiosos perecieron.
El 10 de marzo de 1766 hubo un fuerte incendio que dañó el establecimiento, y en 1800 se registró un terremoto que empeoró el estado de la construcción. Comenzaron las fallas en la atención de los pacientes y falta de ingresos para mantener las actividades.
A raíz de una inspección de Salubridad, en 1775, se supo que San Juan de Dios atendía a 150 enfermos diarios, siendo de los más socorridos en la Nueva España. No se encontraron problemas de importancia, pero era evidente que la administración Juanina no funcionaba como antes.
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La situación empeoró en la década de 1790, cuando la atención y las instalaciones eran deplorables. Su botica no tenía condiciones sanitarias para operar, y se acusó a la gestión Juanina de negligencia, corrupción y hasta desviación de fondos.
El 1 de octubre de 1820 la corte virreinal suprimió las órdenes hospitalarias en la Nueva España, prohibiendo la administración de sanatorios o asilos. Así, los religiosos de San Juan de Dios perdieron el poder de su nosocomio.
Entre 1824 y 1836, el inmueble de la entonces calle de San Juan de Dios, después Avenida de los Hombres Ilustres, se usó para las Monjas de la Enseñanza de Indias, una hermandad enfocada en la alfabetización y evangelización.
Para 1836, se reabrió el hospital todavía con el nombre de San Juan de Dios. En uno de los periodos más inestables para el país, los centros de salud resintieron la falta de ingresos e insumos.
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Poco tiempo después de la Independencia, ingresaron a México nuevos grupos religiosos, entre ellos las Hermanas de la Caridad de la orden de San Vicente de Paul. El 4 de noviembre de 1844 llegaron 11 religiosas al puerto de Veracruz para fundar un noviciado en la capital.
Debido a los persistentes problemas en sanatorios, el Ayuntamiento solicitó a las Hermanas de la Caridad gestionar los hospitales de San Juan de Dios, el Divino Salvador y San Pablo. Su administración comenzó el 8 de marzo de 1845, dando atención general a los pobres.
Con la interrupción de Maximiliano de Habsburgo dentro del gobierno mexicano, hubo cambios considerables en el manejo de la salud. Dentro del legado público del emperador austriaco está el “Registro de Mujeres Públicas”, una bitácora que vigiló la prostitución en México.
El registro se estableció en 1865 y traía datos de casi 500 “mujeres públicas”, a fin de regular a las sexoservidoras y reducir casos de enfermedades venéreas. Para 1867, el emperador ordenó la conversión del Hospital de San Juan de Dios en un centro de salud para mujeres sifilíticas.
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A partir del 12 de julio de 1868, San Juan de Dios atendió enfermedades venéreas. Se le apodó la “Casa de las mujeres arrepentidas”, todavía bajo la administración de las Hermanas de la Caridad.
Tras la restauración de la república mexicana, el 14 de diciembre de 1874 se eliminaron las gestiones religiosas en centros de beneficencia y las Hermanas de la Caridad quedaron fuera del hospital.
Las pacientes del nosocomio protestaron, pues la atención de las Hermanas era excepcional; aun así, para el 20 de diciembre de 1874, la religión salió del recinto de salud capitalino.
En marzo de 1875, bajo administración pública, se estableció el Hospital Morelos para Sifilíticas. Durante su funcionamiento, miles de personas se atendieron en el nosocomio, algunos con demencia avanzada.
Las sexoservidoras eran el sector dominante dentro de los pacientes, con un rango de edad entre 6 a 60 años; muchas eran niñas o adolescentes.
A comienzos del siglo XX, las prostitutas se realizaron chequeos constantes para acreditarse como “viables” para ejercer; si portaban alguna enfermedad, eran recluidas en el Hospital Morelos.
El sanatorio tenía 140 camas, distribuidas en 5 salones. Dos salas se destinaron a enfermas que acudieron por su voluntad; las tres restantes fueron para mujeres retenidas por Salubridad.
Desde la década de 1920, se consideró trasladar el hospital a otra zona, en un apartado menos céntrico. EL UNIVERSAL informó el 13 de octubre de 1920 sobre la intención de mover el centro de sifilíticas hacia la municipalidad de Tacuba, pero no avanzó el proyecto.
La presencia del hospital molestó bastante a la sociedad. El rechazo se hizo evidente cuando el Mercado de Flores capitalino se reubicó en el Jardín Morelos, justo frente al nosocomio.
En la nota del 18 de marzo de 1924, se dio a conocer que “los comerciantes no se muestran del todo conformes, pues en el Jardín Morelos hay un establecimiento cuya vecindad les repugna. [Cerca del Hospital Morelos] gimen las flores del mal, agostadas en el tráfico del vicio”.
El cuidado para las “mujeres públicas” generó un conflicto con las autoridades, sobre todo por las niñas que ingresaron con infecciones de transmisión sexual. Era necesario sacarlas de la prostitución.
Se introdujeron clases de lectura, talleres y capacitación laboral. EL UNIVERSAL informó a inicios de 1926 sobre la “reconstrucción” del hospital, que “antes era lugar de miseria, dolor y hasta humillación”, pero se intentó convertir en un sitio de aprendizaje.
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A pesar de las buenas intenciones, hubo faltas graves dentro del nosocomio. En una visita de EL UNIVERSAL en diciembre de 1943, se notó la entrada de hombres extraños al Hospital Morelos. Acudieron para curarse enfermedades venéreas, pero también para tocar y abusar de las pacientes.
Para ese momento, el edificio no tenía mantenimiento y sólo se colocó una barda de 1 metro de altura para separar a los hombres internados de las pacientes. Como era sencilla de evadir, los enfermos saltaban hacia los cuartos de las mujeres.
A finales de 1948, como un movimiento para mejorar la administración del lugar, el Hospital Morelos se transformó en el Hospital General “Dr. Jesús Alemán Pérez”. Para 1953, tuvo un cupo de 265 camas, con un presupuesto de 1 millón 100 mil pesos.
El nombre fue en honor al Dr. Jesús Alemán, fallecido el 5 de noviembre de 1948 y quien fuera director del Hospital Morelos. Permaneció como médico en el nosocomio hasta su muerte.
Para 1957, el sanatorio de nuevo se especializó en salud femenina, siendo el Hospital de la Mujer “Dr. Jesús Alemán Pérez”, un espacio de práctica toco-ginecológica.
En un texto no fechado, se muestran las innovaciones dentro del sanatorio: se construyeron tres quirófanos; se creó una sala de recuperación postoperatoria, con cuatro camas con instalación auxiliar respiratoria; y se adecuó una sala de obstetricia con 26 apartados de atención.
A pesar de la innovación, el hospital no empató con la transformación cultural del Centro Histórico y por fin se programó el cierre; su último día como centro de salud fue en 1966.
Para el 27 de marzo de 1966 se trasladó a las últimas 11 pacientes del Hospital de la Mujer a un nuevo sanatorio, ubicado en la colonia Santo Tomás. Se planeó usar el inmueble de Avenida Hidalgo como museo de medicina, pero tampoco avanzó el proyecto.
Hasta julio de 1979 se rehabilitaron los jardines y salones para armar un museo de artesanías. Se mantuvo el aire colonial, aunque las transformaciones pasadas afectaron la construcción.
Fue el 06 de diciembre de 1981, después de tantos movimientos, que EL UNIVERSAL reportó los planes finales para el ex Hospital Morelos: albergaría el Museo del Fideicomiso Franz Mayer.
Franz Mayer Traumann fue un coleccionista, financiero y filántropo alemán que sentó su residencia en México entre 1905 y hasta su muerte en 1975. Fue uno de los fundadores de la Bolsa de Valores y de otras asociaciones bancarias, como Crédito Bursátil, primera fase de Financiera Banamex.
Además de su presencia en las finanzas, Franz Mayer recolectó – durante cuatro décadas – casi 10 mil artículos de arte y vida cotidiana, entre muebles, textiles y relojes, así como pinturas y grabados. Su colección concentra piezas del siglo XVI hasta el XIX, con platería y cerámica virreinal.
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El primer plan era erigir un nuevo edificio para el Museo Franz Mayer, pero mejor se instaló en el ex Hospital de la Mujer, a un lado del templo de San Juan de Dios. El inmueble se consideraba como Monumento Nacional desde 1931, pero tomaría tiempo renovar su desgastado estado.
La inauguración del Franz Mayer fue el 15 de julio de 1986, después de 6 años de trabajos; el entonces presidente Miguel de la Madrid asistió al evento. Para esa época, apenas se mostró una cuarta parte de los artículos del filántropo alemán.
En la actualidad, el museo de Avenida Hidalgo lleva más de 35 años con exposiciones fijas y temporales de arte clásico y moderno. Una de las más importantes fue la muestra “El mundo de Tim Burton”, realizada entre diciembre de 2017 y abril de 2018.
La exposición rompió récords de asistencia en el Franz Mayer. De acuerdo con el entonces director del museo, Héctor Rivero, las obras de Burton sumaron más de 200 mil visitantes en sólo tres meses, que – para 2017 – era el promedio de visita anual en el recinto.
Después de casi 400 años, el edificio aledaño a la plaza de la Santa Veracruz confirmó su legado de apoyo y beneficencia social con la apertura del Franz Mayer. La filantropía del coleccionista alemán se encontró con las labores y esfuerzos de todos los involucrados en los antiguos hospitales, siendo uno de los sitios más memorables de la capital mexicana.