Dicen que es necesario formar una coalición para romper la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; dicen que esa alianza es la única opción posible para derrotar a Morena; dicen que la reunión del PAN, del PRI y del PRD no sería aberrante, porque los tres son legítimos herederos de la transición de fin de siglo y entre los tres podrían construir una alternativa que no tenga más propósito que el contrapeso al presidente de la República; dicen, en fin, que ellos no son responsables de la polarización que justifica con creces —eso dicen— esa fusión algebraica de tres vértices.

Supongo que el presidente vería ese proyecto con mucha simpatía. No sólo sería la materialización del bloque opositor que él mismo presentó en una de sus conferencias recientes (con las siglas del BOA), sino que esa coalición PAN/PRI/PRD sería la más perfecta puesta en escena del drama que ha venido escribiendo desde julio de 2014, cuando nació el único partido político diseñado ex profeso para entregarle el poder a una sola persona y destruir ese régimen de partidos; la vuelta al siglo XIX, con liberales y conservadores siguiendo sus líneas al pie de la letra y usando pelucas. Si el presidente necesita la polarización para volver a ganar en 2021, ¿qué más podría pedir a sus adversarios que ese regalo envuelto en celofanes?

Supongo también que el PAN podría celebrar esa decisión, pues a pesar de todo se ha convertido en la cabeza visible de las oposiciones. No tanto por sus méritos propios cuanto por la combinación entre el encono preferido del presidente y la ambigüedad calculada del PRI. De hacerse esa coalición, el partido que encabezaría la batalla en el imaginario público sería el fundado por Manuel Gómez Morín lo que, en cualquiera de los resultados posibles, le resultaría muy conveniente para confirmar su liderazgo antagónico: el partido de centro derecha, cobijado por las dos siglas que se dicen herederas de la Revolución Mexicana y de la transición democrática, respectivamente.

En cambio, llama la atención la conducta errática del PRI. En rigor ideológico, ese partido tendría que aliarse con Morena: ambos reivindican el nacionalismo revolucionario, el renuevo de los héroes patrios, la hegemonía de un partido casi único, la visión del pueblo idéntico a sí mismo y el superpresidencialismo: comparten genes, historia y visión del mundo, excepto (quizás) por el lapso que corre de Salinas de Gortari en adelante. Tanto, que hay quien engaña con la verdad, explicando que la 4T debe su nombre a la más reciente transformación de ese partido. Sin embargo, los dirigentes del priísmo actual parecen preferir al PAN y han decidido obsequiar al presidente López Obrador un valiosísimo argumento, mientras van pegando los espejos rotos de esa casa.

Dicen, por último, que las elecciones de 2021 serán locales porque, en efecto, no se juega la Presidencia ni el Senado: sólo estarán en lisa los cargos estatales y las diputaciones federales que se otorgan en función de los votos ganados por distrito y circunscripción. Disiento: la sola idea de conformar alianzas aberrantes confirma que el espíritu de la contienda será ratificar o derogar la mayoría absoluta con la que gobierna el presidente López Obrador. Habrá miles de candidaturas y campañas, pero todas, para bien y para mal, girarán a favor o en contra del país de un solo hombre.

Investigador del CIDE

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