A lo largo de la historia nacional, el tema educativo se ha caracterizado por enfrentar diferentes concepciones y proyectos de sociedad. En el Constituyente de 1917, por ejemplo, el primer gran debate, el que marca la victoria del constitucionalismo social, es aquel que lleva a consagrar el carácter laico de la educación y la obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza primaria.

Posteriormente, en los años 20 y 30, los maestros de las normales públicas enfrentaron el fanatismo, el oscurantismo y la ignorancia, aún a costa de su propia vida o integridad física, pues les llegaban a cortar las orejas en diversos lugares del país a manera de castigo ejemplar.

La época de oro de la educación pública en México ocurrida entre las décadas de 1930 y 1970, está soportada en las instituciones públicas y en el gran esfuerzo del magisterio. Esa historia la conozco de cerca; soy hijo de maestros de primaria y de secundaria. Mis padres egresaron de la Escuela Nacional de Maestros y pudieron dar clases de enseñanza primaria. Cursaron la Escuela Normal Superior y pudieron dar clases en secundaria. Mi madre, además, cursó la maestría en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN). Dieron clases durante más de 30 años y se jubilaron. Siempre fueron buenos maestros pero —además— siempre participaron en el movimiento democrático magisterial desde 1956, con Othón Salazar Ramírez, dirigente del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM).

Mis padres vivieron los años dorados de la educación pública en México y, sin embargo, cierto es que en los últimos tiempos se puede advertir un notable deterioro en la calidad de la educación pública. A juicio de algunos, esto se debe a la estabilidad laboral o a las normales públicas o a la organización de los maestros, pero no es así. Esa es la visión neoliberal y paradójicamente es el propio proyecto neoliberal el que ha dejado a la educación pública en las condiciones actuales de deterioro.

A lo largo de las tres últimas décadas ocurrieron varios procesos; por ejemplo, la federación aventó a los estados los servicios educativos en una descentralización sin recursos, el salario de los maestros de primaria y secundaria se desplomó y la inversión en la educación pública se congeló. En contraparte, se priorizó la aplicación de estrategias privatizadoras en la educación pública.

En el pasado sexenio, la concepción neoliberal llegó al extremo de pretender eliminar dos derechos de los trabajadores de la educación: la estabilidad en el empleo y la jubilación segura. Buscaron introducir en el espacio de lo público los criterios del ámbito privado para tratar de crear una especie de mercado laboral magisterial que colocara en una competencia salvaje a los posibles docentes para aspirar a simples fragmentos de empleo sin certidumbre de permanencia.

El proyecto que encarna la Cuarta Transformación busca romper con esta concepción de manera abierta, sincera y franca. La educación pública no puede guiarse por principios del ámbito privado, las normales públicas sí deben tener primacía porque es responsabilidad del Estado formar a maestras y maestros de la educación pública. Por otro lado, quienes se dedican a la enseñanza sí deben tener derechos, no pueden ser tratados como mercancía desechable. Esa idea deshumanizada es la piedra de toque del neoliberalismo.

Para que haya calidad educativa necesitamos maestras y maestros con buenos salarios, con estabilidad y permanencia en el empleo, que tengan el estímulo de mejorar sus condiciones de vida y de mejorar su formación.

Para salvar a la educación pública es indispensable librarla de las reglas del neoliberalismo, recuperar la visión de los derechos y de la responsabilidad pública: derechos de la infancia, derecho a la educación y derechos laborales de los sujetos y agentes educativos.


Senador de la República

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