De todos es conocido que el proceso de ingreso al CIDE es, por decir lo menos, verdaderamente complejo. Después de varios exámenes y ensayos, en 2001, enfrenté la entrevista. Con un poco más de confianza por encontrarme en esa instancia final, fui increpado sobre dónde quería desempeñarme en el futuro. Respondí, con ingenuidad, que quería eventualmente incursionar en política. Los subsecuentes comentarios de mis entrevistadores evidenciaron que mi respuesta no cayó del todo bien. “En ese caso, quizás deberías estudiar en el ITAM”, fueron sus palabras. A bote pronto, manifesté que, si Vicente Fox pudo llegar a la presidencia teniendo como trampolín la Coca Cola, quizás el CIDE podría también abrirme alguna oportunidad. Intuyo que mi atrevido argumento no fue del todo mal ponderado y resulté admitido. Varios años después, por cierto, recibí un diploma del CIDE que me acreditaba como el primer egresado de licenciatura en ganar un cargo de elección popular.

Después de 15 años de culminar la licenciatura, hoy somos al menos dos los integrantes de esa generación que hacemos política. Andrés Lajous, como miembro del gabinete de Morena que encabeza Claudia Sheinbaum en la CDMX y yo, como diputado federal de oposición.

Retomo esta anécdota pues derrumba algunas de las injustificadas críticas de José Antonio Romero Tellaeche contra la institución que pretende dirigir y que ha catalogado como promotora de pensamiento único, carente de suficiente pluralidad, generadora de egresados sin compromiso social y de derecha.

Vayamos por partes. Al interior del Centro hay diversidad, tanto en el alumnado como en el claustro de profesores. Uno de los aspectos que más llamó mi atención, desde que llegué al curso propedéutico, fue el gran porcentaje de alumnos del interior del país, tanto de escuelas públicas como privadas y de todos los niveles socioeconómicos. Las opiniones de alumnos provenientes de muchas entidades federativas enriquecían la deliberación. El CIDE ponía especial énfasis en sus procesos de reclutamiento y siempre se asumió como promotor de la movilidad social.

El primer semestre, cursamos la materia de Introducción a la Ciencia Política, impartida por Ricardo Raphael de la Madrid, quien por ese entonces acababa de impulsar la fundación de un partido socialdemócrata en nuestro país. Su clase se caracterizó por dos cosas, la extenuante carga de trabajo (lecturas, presentaciones y ensayos) y por haber sido reconocido como el profesor mejor evaluado de licenciatura. En efecto, un profesor exigente y de izquierda recibió el unánime reconocimiento de su alumnado. No se trataba de hecho aislado.

Durante aquellos años, otro de nuestros profesores fue Ignacio Marván Laborde, quien recién acaba de ser candidato a senador en el entonces Distrito Federal dentro de la misma coalición que impulsó

a Andrés Manuel López Obrador como jefe de gobierno en el año 2000. Recuerdo que, durante la campaña presidencial de 2006, Nacho Marván otorgaba interpretaciones tranquilizadoras antes las desconcertantes declaraciones obradoristas que enviaban al diablo a las instituciones.

Viene también a mi memoria como algunos estudiantes de nuestra generación solicitaron organizar un debate entre los presidentes de los tres Partidos Políticos de nueva creación, en la elección federal de 2003. Acudieron los líderes o representantes de México Posible, Fuerza Ciudadana y el Partido Liberal Mexicano. En un ejercicio memorable, Jorge Alcocer cuestionó al representante del partido liberal sobre los postulados filosóficos de Hayek, quien hubo de reconocer que no los conocía. Los estudiantes demostraban así interés por la política nacional, pero buscando nuevas opciones dentro del sistema partidista. La institución brindó a los organizadores todas las facilidades.

Hace no mucho, me reuní después de muchos años con la mayoría de mis compañeros de generación. Nos pusimos al corriente y resultó obligado el preguntarnos unos a otros sobre nuestro devenir profesional. El rasgo común es que todos trabajamos actualmente en favor del país. Ninguno se desempeña en actividades propiamente empresariales. Algunos trabajan en la academia, otros en la sociedad civil, algunos más en organismos internacionales o la diplomacia, otros se especializan en instrumentos demoscópicos y la mayoría se encuentra en el gobierno. Después de 15 años de haber egresado del CIDE, todos mantienen ese compromiso social de incidir en la construcción de un mejor país.

Las críticas al CIDE buscan realmente domar la libertad de pensamiento crítico. ¿Por qué el CIDE? Porque, lamentablemente, al no gozar de la autonomía universitaria es especialmente vulnerable. La categorización de organismo público descentralizado ha otorgado pretexto al CONACYT para vulnerar los mecanismos de autogestión de la institución. Romero Tellaeche buscó hace algunos años dirigir el COLMEX. Dicha institución, gracias a su autonomía y fortaleza, resistió los embates de una intentona que buscaba un cambio dictado por prejuicios ideológicos. Debido a su debilidad institucional, hoy le toca al CIDE resistir amparado en la valentía y protestas de su comunidad. Como nos enseñaba Guillermo Trejo en la licenciatura, nunca se deben menospreciar los movimientos sociales que surgen de las aulas universitarias. Ello debería tenerlo especialmente presente un gobierno de izquierda.

El autor actualmente es Diputado Federal y Vicecoordinador gubernamental del Grupo Parlamentario del Partido Acción Nacional. Politólogo del CIDE. Fue Diputado Local y expresidente del Congreso en el Estado de Puebla. Fue Secretario del Ayuntamiento en el Municipio de Puebla.

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