Mi primer contacto con la UNAM fue mágico: los viejos muros de San Ildefonso, sus patios, los murales de Orozco, El Generalito, rezumaban historia, drama, entusiasmo, pero sobre todo albergaban sueños, los sueños de múltiples generaciones de estudiantes que buscaron entre sus muros la razón de su futuro. Nombres ilustres: Caso, Vasconcelos, Torres Bodet, dejaron impresos en los rincones de aquellos claustros la huella de un preclaro discernir.

Después… la Facultad de Filosofía y Letras abrió para mí la rica pluralidad de las Humanidades: filosofía, estética, historia, los intríngulis de la gramática, la sociología, la literatura, los secretos de la poesía, la expectación de la narrativa. A medida que avanzaba en la carrera de Letras Hispánicas yo adquiría conocimientos, sí, pero, sobre todo, aprendía a conocerme a mí misma. Rostros, nombres, vienen en tropel a mi memoria: Arturo Souto, Paciencia Ontañón, José Luis González, Margo Glantz y muchos otros profesores que forjaron mi carácter y condujeron mi rumbo. Pero sin duda quien en definitiva marcó mi vida y me condujo por el camino de la investigación fue Ana Elena Díaz Alejo, quien, bajo la rectoría del dr. Jorge Carpizo —gracias a su programa de expansión de la planta académica a partir de la contratación de jóvenes egresados— me abrió las puertas del Centro de Estudios Literarios y puso en mis manos la colección completa de la revista Letras de México (1937-1947) para realizar un índice de todos sus artículos; esta tarea fue sin duda la base indispensable de mi conocimiento del mundo cultural mexicano de la primera mitad del siglo XX. De la mano de Ana Elena Díaz Alejo, de Enrique González Casanova, de José Rojas Garcidueñas, de Ernesto Prado y de Jorge Ruedas de la Serna aprendí a hacer edición crítica y a entender la literatura mexicana como un universo regido por leyes convergentes y divergentes que se integran finalmente en un todo plural, rico en tradición, pero también innovador, dueño de un sello propio que se impone en el ámbito universal con caracteres bien definidos, con una voz propia e inconfundible que reclama su sitio de privilegio en el mundo de habla hispana.

Siete años de estudiante y 45 de carrera académica, toda una vida realizada en torno a la UNAM. La consolidación del Instituto de Investigaciones Filológicas gracias a la sapiente mano del Dr. Rubén Bonifaz Nuño me permitió transitar primero por el Centro de Estudios Literarios y después por el Seminario de Edición Crítica de Textos con la certera convicción de que el rescate de nuestras voces —algunas injustamente olvidadas— contribuye fuertemente a la consolidación de nuestra cultura y al fortalecimiento de nosotros mismos porque ya se sabe que conociendo el pasado es menos probable que nos equivoquemos en el futuro.

Gracias a la UNAM no sólo adquirí una profesión que ha sido mi acicate y mi guía; adquirí una conciencia, una ética que he tratado con fervor de transmitir a mis alumnos y becarios de tantas generaciones. Hoy, gracias a Fundación UNAM, muchos jóvenes pueden acceder a una educación universitaria de óptima calidad y recibir de nosotros la estafeta que en su momento nos fue confiada. El futuro de México será en gran medida la suma de los esfuerzos de los universitarios de antaño y hogaño que forman un todo caminando juntos por la ruta de ese presente eterno del que habla san Agustín.

Investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas.

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