Las vacaciones de fin de año sirven, entre otras cosas, para dejarse llevar por lecturas placenteras y sucumbir a la ficción sin complejos de culpa. Dos textos resultaron particularmente estimulantes para activar mi reflexión de inicio del año: uno es el hermoso libro que ha escrito Juan Villoro sobre su padre y el otro el IQ 84 de Murakami, que por mil razones y (páginas) había pospuesto durante varios años. Nada tienen que ver uno con el otro. El primero es una reflexión, en clave muy sugerente, de la figura paterna en esa generación y también de la trayectoria intelectual de Luis Villoro, un hombre al que había leído con admiración, pero conocía poco; no captaba del todo su compromiso profundo con el zapatismo y al mismo tiempo otorgar legitimidad al nacional populismo que hoy gobierna el país.

Su vinculación personal con Marcos y su defensa apasionada del zapatismo nos recuerdan esos tiempos en los cuales los grandes intelectuales participaban en política con discursos potentes. Marcos podía darse el lujo de escribir bellos textos y conectar viejas demandas con un sentido de modernidad rotundo y desplegar al mismo tiempo capacidad literaria. 30 años después hemos caido en el páramo intelectual que es la política actual y se ha acendrado la sensación de que el tiempo en México transcurre de una manera más lenta e improductiva que en el resto del planeta.

Cuando me percato que son 30 años de la aparición del zapatismo me pregunto ¿qué ha cambiado en este país de manera sustancial para los indígenas? A pesar de que innegablemente ha habido reformas constitucionales, alternancia política, convivencia relativamente pacífica en el territorio zapatista y abultados presupuestos para programas sociales y para los municipios, hoy nacer en Chiapas determina tu vida y más si eres mujer. Tus posibilidades de ser pobre, de tener una familia numerosa y acceso a una pésima calidad educativa son casi una garantía que te da un sistema político que pierde más tiempo en ajustar cuentas con él mismo, que dedicarse a cambiar la vida de la gente.

En la novela de Murakami hay una imperfección entre los tiempos y la posibilidad de regresar el pasado es para enmendarlo y modificarlo. Si me hubiesen dicho hace 30 años que la democratización del sistema, en un sentido poliárquico, iba avanzar; que importantes cantidades de dinero para la política social se invertirían y que avanzaría una fraseología constitucional que revigoriza los derechos de los indígenas, hubiese dicho que en 2024 Chiapas sería un mejor lugar para vivir. Sin embargo aquí estamos en 2024, con muchos de los mismos actores políticos de aquella época, 30 años después repitiendo las mismas recetas y prometiéndonos los mismos sueños. Es verdad que esto no ocurre contra nuestra voluntad; somos cómplices de un sistema que reproduce la derrota como un elemento casi sustancial. Regreso a Villoro y su interpretación de la relación que el mexicano tiene con su selección y el sentido de derrota histórica para ver muchos años después que nosotros mismos nos hemos condenado a ser un país atrapado en el tiempo, incapaz de encontrar la paz consigo mismo. Las elecciones del 24 prometen más de lo mismo. La izquierda seguirá con la dualidad de Villoro de darse cuenta de la poca profundidad el discurso oficial, pero legitimarlo como el mal menor y la derecha replicará la idea de un discurso modernizador en un país que visiblemente cree que sólo se moderniza cuando se extranjeriza.

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