La proporción deforma y las particularidades se minimizan, pero los paralelismos ayudan. Entre la familia y en el agregado nacional hay similitudes. En las familias, en estos días, los varones descubren que asegurar el funcionamiento de una casa depende de insospechados equilibrios para que haya abasto, limpieza e higiene.

En el plano macro, el Presidente descubre que tiene fuerzas armadas que le auxilian en seguridad (hay desplegados 135 mil efectivos expuestos a perder la vida y a infectarse del virus). Tiene un mermado personal médico dispuesto a responder con arrojo y diplomáticos que han repatriado a miles. Como sucede en las casas, con las mujeres, hay servidores públicos que, cuando todo falla, ellos están ahí.

Los machos insensibles que atemorizan a sus mujeres, hoy metidos en casa, vislumbran el aporte de ellas. Si no lo habían visto, hoy lo ven. No es igual, pero podemos pedir a los machos que recapaciten, igual que al poder político que piense que sin administración operativa no hay manera de garantizar servicios públicos. Los recortes incapacitantes son oxígeno hoy y pulmonías para mañana. Seguir por esa vía de amputar un presupuesto que ya era austero, puede llevar al país a dilemas insolubles como: ¿debemos priorizar una representación de Orfeo o que la gente tenga un apoyo para sobrevivir? Poner así el dilema es preguntar: ¿prefieres que te quiten un ojo o el hígado?

Las familias usualmente no llegan a este extremo, porque los dilemas se resuelven con mediación, ponderación y equilibrio. Hay funciones que deben cumplirse de manera simultánea y los recortes no pueden solamente considerar una prioridad. ¿Vamos, por ejemplo, a recortar los fondos para proceder a la reforma laboral que fue la condición puesta por los Estados Unidos para aprobar el TMEC? A lo mejor es más importante dar becas o créditos, pero desatender ese asunto tendrá implicaciones en el futuro. Lo ideal sería tener recursos para todo, pero el recorte es, en sí mismo, un problema cuando el gobierno no acepta matizar su paradigma.

La vida pública, igual que las familias, está llena de rivalidades, celos, agravios y en las crisis suelen aflorar. El Presidente, por ejemplo, se siente incomprendido, me parece que debería procurar leer a alguien más que a Zepeda; el sector privado se siente desairado, pero debe pensar en las atroces desigualdades. Un México enclaustrado ve impotente cómo se multiplica el desempleo mientras el gobierno repite como letanía que se van a crear 2 millones de puestos de trabajo. El país se merece otra actitud de todos. En las familias, el patriarca puede sentirse desafiado porque no todos comparten su visión; en el plano nacional, el Presidente se siente desafiado y por eso reacciona así, en vez de reconocer que hay una divergencia de óptica que debe ser procesada.

Esta semana el CCE y distintos grupos de la sociedad civil harán un nuevo esfuerzo por articular un acuerdo nacional. Claro que podemos recordándonos todos los agravios, pero también podemos, en el ecuador de la pandemia, pensar que la vida sería más llevadera si reconociéramos que la culpa no es solo de los demás, nosotros también generamos tensión. Pero igual que los psicólogos te hacen ver que la culpa no es tanto de los otros, como de la forma como tú te relacionas con ellos, tu actitud cambia. Seguir macerando las mutuas infamias te lleva a encastillarte en tu postura con un orgullo mal ubicado, primo de la necedad. El orgullo, en tiempos del coronavirus, diría Galdós, solo sirve para abonar campos de coles y alcachofas. Estamos entrando al pico de la pandemia y las cifras de muertos y desempleados no pararán de crecer, ¿no sigue siendo importante apostar por un acuerdo? Yo creo que sí.

Analista político. @leonardocurzio

Google News

TEMAS RELACIONADOS