“Siente el cuerpo sucio. Cada partícula de polvo sobre su piel es como todos los días. Cada partícula de sangre cuenta una historia. No hay manchas visibles, pero Juriel sabe que la sangre está ahí, algún resto de materia cerebral, esquirlas de hueso, el dolor por el ojo botado.” Si algo caracteriza la escritura de Jorge Alberto Gudiño es la construcción de frases profundas y certeras que describen la condición humana y retratan los sentimientos más profundos de sus personajes. Él logra estrujar al lector, lo lleva por un pasadizo oscuro que se va aclarando a medida que aparecen los verbos y adjetivos perfectamente seleccionados y puestos en el lugar preciso para detonar la imaginación y crear imágenes de una realidad dolorosa y turbia.
Yo soy el otoño (Alfaguara, 2025) es una novela que nos traslada a un espacio geográfico sin nombre y ni lugar específico. Se le otorga al lector la posibilidad de nombrarlo e imaginarlo. De encontrarlo en su propia geografía donde existen, seguramente, las mismas características de desigualdad y violencia. Un submundo donde la posibilidad de pensar en un futuro mejor parece cancelada: “La barranca es un tajo de verdor en una ciudad inmensa. No es la única. Existen varias al poniente de la urbe. Meandros de ríos que ya no son, accidentes geográficos, el pliegue de una tela que descansa arrugada sobre un valle rodeado de montañas. ¿A quién se le ocurre fundar una capital en medio de un bosque, inserto en un lago, cerrado en una cuenca que abreva de ríos que serán entubados y desecados?” La justicia es negada porque no existe, en aquel lugar, la imparcialidad necesaria. Al contrario se impone la ley del más fuerte. Es un espacio cerrado al afuera, donde llegan los desperdicios que no tienen una segunda posibilidad, ¿eso sucede con los personajes?
El autor hace del cuerpo un elemento angular de su obra, es el punto de tensión donde la narración encuentra el nodo de la historia: se rompe el espacio íntimo, desaparecen los silencios de la violencia que se ejerce contra él. La narración se convierte en una denuncia que otorga la posibilidad de evidenciar los actos atroces que existen en nuestra sociedad; las desigualdades, en su conjunto, son la forma más certera de describir los desgarramientos, desmembramientos y la violación del cuerpo.
Gudiño se ha consolidado como un escritor-escultor del lenguaje. La brevedad de cada uno de sus libros permite conocer el taller del artesano: sus métodos y formas con las cuales construye sus historias. Su técnica como escritor demuestra que no solo se necesita la palabra precisa sino también el manejo del tiempo como elementos que le entreguen al lector una narración real y precisa.
El otoño es la etapa donde las hojas se desprenden de los árboles, se avecina el invierno con toda su crueldad y muchas especies pueden no sobrevivir a la primavera; pero, el otoño es, también, la posibilidad de fortalecerse para resistir el frío, la soledad, la oscuridad. Yo soy el otoño es una novela que redime a Santos, Juriel, Maca, les otorga la palabra permitiéndose encontrarse, describiendo un mundo que no es ajeno a nuestra realidad. Un lugar sin nombre que se parece al que habitamos.
Jorge Alberto Gudiño con sus libros demuestra la maestría con la que el escritor debe de manejar el lenguaje. Busca y encuentra la palabra precisa. Crea obras con tensión que involucran al lector en la trama. Su literatura, para fortuna nuestra, es un remanso que nos da el lenguaje donde la realidad ha sido reescrita y entrega al lector un cronotopo que terminará por desafiarlo.
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…