Fernando Gutiérrez Barrios fue de todo y con medida: militar con grado de capitán, político veracruzano, jefe de la temible Dirección Federal de Seguridad (la policía secreta de inteligencia del expresidente Gustavo Díaz Ordaz), represor del régimen en turno, azote de los grupos de izquierda (entre ellos la Liga Comunista 23 de Septiembre).

Además de artífice de la guerra sucia, gobernador de Veracruz, colaborador de la CIA en tiempos de Tlatelolco y secretario de Gobernación y senador. Su biografía televisiva se llama Un extraño enemigo y en ella su némesis fue el expresidente Luis Echeverría.

La primera temporada (2018) dirigida por Emma Bertrán y Gabriel Ripstein está bien a secas e incluso muy reiterativa de los tiempos que vivió “Fernando Barrientos” en su escalada de poder, donde manipuló, traicionó y mató, a quien no se le alineaba.

El reparto incluye al casi doble de don Fernando, Daniel Giménez Cacho y a su antagónico y longevo Luis Echeverría, interpretado por Antonio de la Vega, quien quiere perpetuarse en el poder, saltándose las reglas del juego del PRI.

La madeja en un difícil entramado en un thriller político donde todos son malos y algunos peores en sus maquinaciones para perpetuarse en el poder. Hay algunos momentos tan bien logrados, que uno no se imagina que está viendo un montaje de Televisa.

Sin embargo, la segunda temporada, de apenas seis capítulos, estrenada hace unos días, es la que se vuela la barda de lo bien hecha que está, sobre todo en su dantesca celebración donde todos, encabezados por el presidente elegido en turno ( José López Portillo y seguido por Fidel Velázquez) le rinden pleitesía a Gutiérrez Barrios, que ríe como nunca en un larguísimo plano secuencia, mientras Echeverría luce humillado por no seguir las reglas impuestas por el sistema.

No se sabe si habrá una tercera temporada que se ocupe del secuestro de Gutiérrez Barrios ocurrido al salir de un restaurante en Coyoacán aquel 9 de diciembre de 1997, por el cual se cobró como rescate una cantidad millonaria, ni los nombres de sus secuestradores y el monto que entregó el mismísimo Miguel Nazar Haro (su viejo camarada en la DFS); ni por qué fue silenciado después durante décadas, hasta que se perdió en el anonimato y los reflectores del poder para luego llegar al senado, donde ejerce sólo durante un relativísimo periodo de tiempo de tan sólo dos meses.

En octubre de 2000, un periodo de un mes después de estar en activo, va a consulta al hospital Ángele s en el sur de la cuidad y tras una muy extraña intervención quirúrgica de último segundo debido a un paro cardíaco, muere a los 73 años.

Su caso para analistas e historiadores es un tratado de rumorología, misterio y dimes y diretes muy acorde a su grado de hombre del sistema que, en un momento de su carrera, detuvo a Fidel Castro e investigó los pasos en México de Lee Harvey Oswald.

La segunda temporada es la mejor, sin duda; pero nada como el libro novelado de Fabrizio Mejía Madrid. Un hombre de confianza, que lo pinta en situaciones extrañas y límite de vida, hasta con sus grandes y descomunales patillas, en sabrosas revelaciones públicas y privadas.

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