Ahora le ha tocado a Baz Luhrmann, como a otros tantos directores, abordar, de alguna manera, la emocionante y agitada vida del “Rey del rock”, Elvis Presley, desde la perspectiva de su relación con su mánager, el coronel Tom Parker (interpretado por Tom Hanks) que duró más de 20 años.

El largometraje va desde que Elvis no era prácticamente nadie, hasta una fama sin precedentes y un culto al estrellato impensable. El telón de fondo abarca la pérdida de una inocencia ñoña y revolución cultural estadounidense. Tres personajes son claves: El Rey, el coronel (un Tom Hanks que no busca el ascenso militar y musical) y la hija de Presley, Priscilla.

Antes, en cuanto a estrella principal del celuloide, Elvis hizo de todo como personaje, ícono y hasta figura casi incidental en su apabullante trayectoria. Fue agente honorario del FBI en la era de Nixon; personaje de horror en “Bubba Hop-Tep”, interpretado por Bruce Campbell, y fetiche en “Heartbreak hotel”, encarnado por David Keith. Iba a ser Conrad Birdie, en la cinta de su llamada al ejército, pero el coronel Parker lo impidió haciendo gala de su rango militar.

También aparece en una película de John Carpenter para televisión, interpretada por Kurt Russell. Vaya uno a saber cuantos personajes más desentrañó, incluyendo los Elvis de animación y los rescatados en documentales sobre su vida y milagros.

Ahora Luhrmann, el de “Moulin Rouge”, retoma al personaje y lo conduce desbocadamente en el terreno del exceso en una biopic difícil de definir en los terrenos de lo delirante que rosa el cómic. Aunque siempre hay algo de una relación respetuosa, Elvis es metido en un tobogán de emociones espectaculares que sobrepasan su propio mito. Austin Butler se ve en la disyuntiva de ir más allá de imitar al “Rey del Rock” o de materializar, de alguna manera, la energía sexual que desprendía su majestad en el escenario de sus conciertos.

Sin embargo, un Elvis en la decadencia que trata de definir su existencia en las últimas consecuencias de su carrera discográfica, tal y como se muestra en un episodio de “Vinyl”, la serie producida por Martin Scorsese y Mick Jagger, que solo, por su audacia, llegó a una primera temporada, no da signos de vida y sí es una muestra de excesos y extravagancias que tenia Elvis con sus subalternos: el coronel básicamente, y su hija Priscilla, en un frenetismo que se antoja increíble.

Desde luego, para cualquier fan de Elvis, mucho de lo interesante de su vida y milagros musicales se quedó en un guión que no lo alcanza Luhrmann a materializar en la película, porque sólo se trabaja con base en retazos y pedacearía selecta vestida, eso sí, con gusto y elegancia. El deterioro físico del “Rey del Rock” obviamente daría para mucho más, pero eso se le olvida a Luhrmann, que sólo parece dejar testimonio de la grandilocuencia de lo que es y ha sido, hasta ahora, el rock como negocio y espectáculo.

¿Y su hija Priscilla, que fue de un personaje definitivo e influyente en la vida de Elvis? Bien, gracias.

La cinta se exhibió fuera de concurso en el Festival de Cannes de este año, en la Sección Oficial fuera de concurso, porque todavía el rey no está para ello, sino para reafirmarse.

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