Tiene razón Federico Arana, escritor, investigador, biólogo y parte fundamental como músico de las agrupaciones rocanroleras mexicas como Los Sonámbulos, Los Sinner’s y Naftalina, cuando afirma que a los editores nacionales, incluidos los miedosos y flojos de la UNAM, les da pavor arriesgarse en cosas nuevas que no conocen. Por eso, con el dinero de su bolsa y con el visto bueno de una editorial de tanates, Ediciones María Enea lanza dos volúmenes: Grandezas y miserias del rock mexicano.

En sus casi 500 páginas profusamente ilustradas con fotos de muchos personajes de la escena mundial, la incipiente roquera made in México; las portadas de álbumes de vinilo, y extended plays, docenas de loby-cars de cine y más, desde sus precursores, hasta casi media hora antes de Avándaro.

En los dos volúmenes se aborda el rock de una manera peculiar y, de algún modo, estos dos libros que circulan en el Chopo y de mano del autor son la lectura obligada del insustituible Guaraches de ante azul.

Nunca antes el rock mexicano (y los “roques”, que ha añadido el autor) había tenido tantos artistas para desmenuzar como cirujano de últimas necesidades de definición: rock epistemológico, epistolar y con mensaje; espacial, etílico, exagerado, excluyente, existencial, espoliado, feminista, folcloroide, franchute, fraternal, fronterizo, futurista, gélido, geográfico, germanófilo, guapachoso, histórico, hecho a la medida, historietero, huevonero, inclasificable, indagatorio, indigenista, jipiteca… ¡Uf!

Y sigue la mata dando: rock ambiental, achacoso, aguafiestas, amnésico, beatlesco, clasicoide, belicoso y pendenciero, cochinote, sicalíptico y edípico; educativo, dylaniano, cinematográfico, carcelario, burlón y muchas más etiquetas que manipuló el hijo predilecto de Tizayuca becado por Oceanografía, colaborador y monero de distintas publicaciones: Novedades, El Día, El Financiero, Nexos, La Mosca, Horas Extras… Además de que ha obtenido premios como el Villaurrutia por sus novelas y textos.

Federico Arana se las ha visto negras a la hora de escribir y para ilustrarla en contexto, que eso no es fácil. En la contraportada del Volumen 2, Arana aclara: “No soy poeta, porque últimamente el mundo del rock mexicano ha visto surgir a varios payasos que presumen de poetas sin tener idea de la burrada en que incurren”.

Hay que aplaudir de pie la gran recopilación de imágenes de estos libros y que son del archivo particular a Arana, compiladas de su labor de años. Todo aquel que presuma de ser rucanrolero, roquero de más acá y hasta una buena parte de los despistados millennials deben de leer estos esclarecedores y divertidos libros, más que como cultura general.

pepenavar60@gmail.com

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